Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Sep

07

[ es ] El Otoño del 15M


Artículo publicado en Diagonal, nº 156
Aún no ha terminado el largo verano de la autonomía y ya se otea un otoño caliente. En el horizonte político invernal, una larga serie de convocatorias anuncia un in crescendo movilizador que apunta al 20-N como prueba de fuego. Desde el 15-M, la repolitización de la vida pública -una tensión apenas contenida durante el lapso vacacional- ha forzado la reconfiguración del mando neoliberal anticipando las generales.
Y es que entre los múltiples efectos del 15-M, uno de los más inmediatos ha sido precipitar el relevo gubernamental. La izquierda parlamentaria, confiando en que el precariado siga pagando la crisis y segura de que en el futuro habrá otra alternancia, ha asumido resignada su papel subalterno, aceptando por adelantado la sangría de votos y el ascenso al poder de una derecha corrupta y desacomplejada.
Al aceptar ya la derrota electoral, el PSOE evoca en exceso el turnismo del siglo XIX. El ‘dedazo’ que ha proclamado a Rubalcaba candidato es ya la crónica de una derrota anunciada. Y contra una calle que reclama una democracia efectiva, el aparato socialista no ha permitido ni unas primarias.
Su objetivo es claro: facilitar una deserción electoral masiva por la izquierda que permita ganar a la derecha. El teatro de Rubalcaba desmarcándose ligeramente por la izquierda mientras Zapatero gira a la derecha no persigue convencer al electorado engañándolo, sino imponer una razón cínica que haga desistir de toda alternativa progresista. A una mala, el aparato se blinda ante una eventual victoria eliminando cualquier cambio por la izquierda. Todo antes que otro 13-M.
Por si lo anterior fuera poco, en el sprint preelectoral el gobierno se ha decantado por asestar a su partido la estocada final con una inusual decisión: constitucionalizar el neoliberalismo por medio de una enmienda sobre el control del gasto público. Adiós a los vestigios del proyecto europeo socialdemócrata y democristiano de postguerra. Al servicio de los mercados y en sintonía con Merkel y Sarkozy, Zapatero impondrá un cambio de sentido constitucional que no sólo no se votó en 1978, sino que, además, se encuentra en abierta oposición al modelo económico y social de entonces.
No podía ser de otro modo. En la estela de otras medidas como la reforma requerida por el Tratado de Maastricht, incluir en la Constitución un tope al gasto público avanza un penúltimo paso de un proceso deconstituyente que dura ya tres décadas. Los apologetas de los Pactos de la Moncloa y la “economía social de mercado” se quitan al fin su máscara democrática y se muestran como lo que son: meros gestores al servicio de los ‘mercados’. Cuando la dicha es neoliberal, la Constitución es todo lo modificable que haga falta.
Por su parte, el laboratorio catalán, antesala autónomica de lo que puede llegar a ser la política estatal, nos adelanta las claves para un escenario post-20-N. A pesar de ser más un fracaso ajeno que un éxito propio, las municipales han reforzado el derechismo de CiU. Entregada al PP más reaccionario de todo el Estado, su deriva arrastra a un independentismo incapaz de comprender la cuestión social y la política del movimiento. Sólo el éxito parcial de las CUP en algunos pequeños y medianos municipios ofrece un contrapunto esperanzador -aunque lastrado por cierta animosidad sectaria contra el 15-M-.
Por su parte, la izquierda parlamentaria ha demostrado una incomprensión no menor de lo que es el 15-M. Desde el PSC a EUiA, sin excepción, todos los escaños de la izquierda se avinieron a firmar la declaración contra el bloqueo desobediente de la sesión que aprobaría la “ley omnibus”. Esta medida, que borra de un plumazo parte de la obra legislativa del tripartito, ha marcado un drástico cambio en la gobernanza. Su aprobación refleja por igual la prepotencia de la derecha y la impotencia de la izquierda. A esta última se le niega, en lo sucesivo, que sus políticas perduren.
Al sumarse incondicional a la declaración contra el bloqueo del Parlament, esta izquierda ha demostrado su connivencia con las prácticas deconstituyentes de la derecha. Su decisión ha sellado un divorcio con la sociedad en movimiento que difícilmente se podrá recomponer. En vano hayan intentado agenciarse más tarde el 19-J. Su lógica, antes y después del bloqueo, sigue siendo la obediencia al mando neoliberal por encima de cuestionarse su responsabilidad en la destrucción del bienestar.
Vuelve el movimiento…
La buena noticia nos la trae el cambio de tendencia en el movimiento. Tras el gesto de las acampadas, el 15-M ha promovido un exitoso cambio de repertorio sostenido en las redes sociales, ha centrado en el precariado la composición social del antagonismo, ha logrado desplazar el epicentro de las redes activistas y ha modificado su discurso; ahora, configura, en fin, una oposición extraparlamentaria que apuesta por la ruptura.
Tras décadas vaciando de contenido la constitución de 1978, el eje del conflicto político ya no discurre entre la izquierda y la derecha del parlamento, sino que se desplaza hacia el eje dentro/afuera del régimen. Por eso grita la multitud: “¡No nos representan!”. Por eso se intenta blindar constitucionalmente el límite del gasto público. No obstante, cada medida regresiva precipita la apertura e incremento del espacio autónomo.
¿Pero hasta cuándo?
A pesar de los éxitos, los riesgos de cara al 20-N -y después- son enormes. La excitación de la ruptura hace que se consuman demasiadas energías. En no pocas asambleas sobra afán de protagonismo. Tener que lograr consensos por unanimidad sí o sí es visto como democrático cuando, en rigor, es autoritarismo. Deliberar en asamblea se confunde con elaborar leyes; la programática del movimiento, con anteproyectos de ley. A menudo se enfocan mal cuestiones como la reforma electoral. Se olvida que la clave no está en otro sistema de partidos, sino en el control y rendimiento de cuentas del estamento político, en la introducción de mecanismos de democracia directa, etc.
El interés en la cooptación y el oportunismo son desmedidos. Para los partidos de izquierda, el 15-M es visto a la par como un problema y un caladero de votos. Desde los medios se han redoblado los esfuerzos por producir líderes, por consolidar logos que reduzcan el 15-M a una simple marca -como el 68-. Por si con esto no hubiese bastante, la visita del Papa ha demostrado que la reacción no está dispuesta a perder la calle. Cuentan para ello con los recursos que gestiona la derecha, además de un apoyo mediático y policial nada desdeñable.
Este otoño la repolitización de la vida pública se expone a una escalada de tensión. La renuncia de la izquierda parlamentaria aboca a un escenario hegemonizado por la derecha, incluso si gana la primera. El 15-M se enfrenta al reto de definir una estrategia extraparlamentaria que le permita afirmarse en la autonomía sin dejar de impactar en el régimen, legislar sin gobernar, cambiar la sociedad sin reproducir el mando.