Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Sep

21

[ es ] El filósofo y el político


Una nota sobre el particular europeísmo Toni Negri

[ releído y corregido 26.09.2008 ]

El periódico Diagonal viene de publicar, en la siempre certera traducción de Raúl Sánchez Cedillo, un artículo de Toni Negri en el que vuelve sobre la «cuestión europea» un par de años después de que su posición, explícita y heréticamente favorable al Tratado por el que se establece una Constitución para Europa, causara gran revuelo en las filas «bienpensantes» de la extrema izquierda. Pero si por aquel entonces las palabras de Toni Negri nos habían sorprendido y la comprensión de sus argumentos nos había estimulado enormemente a salir de ciertos esquemas preconcebidos (algo que siempre será muy de agradecer), en esta ocasión llueve ya sobre mojado. Estaría uno incluso tentado de sacar a relucir aquello de que la Historia, cuando se repite, la primera vez lo hace como drama y la segunda como farsa, pero nada más lejos de la intención de estas líneas que procurar satisfacción a las cabezas de socialización marxiana con los ecos identitarios de nuestro discurso.

Así pues, los argumentos del filósofo nos llegan ahora precedidos de su actuación al servicio de socialistas y verdes franceses en la contienda electoral del referéndum de 2005 (cosas peores se han visto en la sociedad del espectáculo, todo sea dicho) y de la efectuación poco virtuosa de una potencia política otrora algo más formidable de lo que hoy gracias a su meritoria trayectoria militante e intelectual. Me gustaría aprovechar, por lo tanto, esta ocasión para sacar a la luz algunas consideraciones que en aquel otro momento, al hilo del debate sobre el TCE, permanecieron sin desarrollarse en mi ámbito deliberativo activista más inmediato y cotidiano; y esto tanto más por cuanto que siguiendo la iniciativa de mi gran amigo e interlocutor impenitente, JoaoLuc, y el ejemplo de su post, Negri strikes back, me ha parecido oportuno trasladar a la blogosfera algunas de las ideas de estos últimos años de controversia, recombinación y desarrollo argumental en nuestro común.

A la vista de lo que ha sido la experiencia que nos trae hasta el momento actual, quizás sea conveniente comenzar por ubicar al lector respecto a los planteamientos de uno, a fin de intentar evitar malos entendidos posteriores. Seguidamente expresaré algunas divergencias de fondo, importantes a mi modo de ver, pero formuladas sobre algunas premisas que creo compartir con el propio Negri. No se trata, por lo tanto, de escribir en clave de «Anti-Negri» (a la manera del Anti-Dühring) con el objeto de afirmarse en una pureza identitaria de la izquierda», pero tampoco es cuestión de ser más papista que el Papa.

En términos metodológicos nos situamos más bien en el disenso proliferante de la diferencia que difiere a partir de una matriz común. Después de todo, nada nos parece más pobre intelectualmente que el ejercicio autorreferencial (cuando no directamente derivado de una cierta y obsoleta escolástica marxista) propio de quienes parten de supuestos epistémicos, metodológicos y teóricos incompatibles a fin de vanagloriarse, ¡por fin!, de las (supuestas) audiencias recuperadas tras la tremenda frustración de las envidias vividas por el éxito de obras como Imperio o Multitud. Más aún cuando las respuestas más inteligentes que se hayan podido ofrecer en este sentido son tan pobres y fácilmente rebatibles como cierto pasaje infumable del intelectual orgánico de la LCR francesa, Daniel Bensaïd, intitulado clases, plebes y multitudes. De otros nombres más o menos autoerigidos como encarnizados defensores de los cuatro ideologemas marxianos de turno, al estilo de Borón, Katz o Kohan, mejor ni hablamos (quizás algo, implícitamente, de aportaciones críticas procedentes de otras «herejías» como las de Steven Wright o John Holloway).

En cualquier caso, la prueba de la precaria resonancia de todos los argumentos sectarios más o menos neotrotskistas en los activistas de la última ola de movilizaciones es su peor juez y la realidad política posterior al No francés, con un Sarkozy aupado a la presidencia, la evidencia palmaria de los límites de una comprensión anclada categorialmente en la soberanía moderna del Estado nacional. Así demuestra Bensaïd, por ejemplo, su incapacidad de comprender las implicaciones de la globalización desde una perspectiva constituyente:

«(…) en un mundo donde los elementos emergentes de un derecho cosmopolita siguen estando subordinados a un derecho internacional todavía fundado esencialmente sobre las relaciones interestatales, es difícil deshacerse completamente de la noción de soberanía sin hipotecar la posibilidad misma de una legitimidad opuesta a la potencia «sin fronteras» de los mercados».)

La incapacidad para pensar globalmente es manifiesta y el resistencialismo que entiende el Estado nacional como única apoyatura posible para desplegar la política del movimiento, un mal congénito en el trotskismo y su teoría del cambio revolucionario fundado en la superación de la dualidad de poderes (así Trotsky en el capítulo XI de La Historia de la Revolución Rusa). Acierta plenamente Negri, por tanto, cuando afirma:

«¿Debemos estar contentos por el hecho de que las fuerzas de la extrema izquierda hayan derrotado al proyecto de Constitución Europea? El ‘Nuevo Partido Anticapitalista’ de Besancenot y la ‘Linke’ alemana han hecho todo lo posible para que nos veamos en esta situación. Con ellos han actuado todas las minorías comunistas y trotskistas europeas.

Estos partidos y partidillos no han dejado de ser republicanos, corporativos y, cuando no lo son, consideran que sólo pueden reproducirse sobre una base nacional y que sólo dentro de esas dimensiones pueden construir un programa. En su oposición a la unidad europea se valen del carácter liberal de la (difunta) Constitución Europea. Algo que, evidentemente, es cierto

Cabría precisar aquí, por una parte, de qué republicanismo estamos hablando (¿el de la derecha neogaullista? ¿quizás el de Philip Pettit, asesor de Zapatero? ¿tal vez el de Jacques Rancière?) y, por otra, reconocer que la Constitución de la UE (mejor que «Constitución Europea»), en rigor, nunca fue tal. Para ser exactos, de hecho, más habría que decir «abortada» que «difunta», toda vez que, siguiendo con las metáforas orgánicas, la Constitución de la UE más se parece a un nasciturus que nunca llegó a ver la luz (lo cual tampoco habría de extrañar a nadie que sepa que las constituciones siempre son hijas del poder constituyente y no del «constitucionalismo de diseño»).

A partir de este punto del artículo, sin embargo, el argumento de Negri se va oscureciendo de manera progresiva, precisamente a medida que se ha de confrontar con una praxis antagonista (difícil admitir al tribuno como repertorio de la acción colectiva). No va nada desviado meu caro JoaoLuc cuando sentencia rotundo: «Negri fica paralisado perante a acção em política». O peor todavía, cuando resulta que la parte más destacada de su acción política pública respecto al debate sobre el TCE consistió en compartir estrado con algunas de las figuras más destacadas del social-liberalismo galo (excúlpese aquí a Negri de la parte que corresponde a la sociedad del espectáculo, pero no de no saber las implicaciones de esta puesta en escena).

[ nota: en el intercambio que tiene lugar en paralelo sobre este mismo artículo, otro apreciado amigo e interlocutor de gran afinidad, Paco Baño, me recordaba argumentos semejantes a estos que yo he desarrollado, pensados en caliente para el debate de otrora :: desde aquí mi reconocimiento a su valiente respuesta titulada El sí de Negri ]

A estas alturas de mi argumento seguro que no falta quien, en el afán por justificar lo que es un evidente error táctico, recurre al conocido argumento de la negriana monstruosidad; especialmente si se trata de buena parte de quienes entre nosotros han salido a defender partidísticamente los argumentos de Negri sin el enjuiciamiento crítico imprescindible; y esto cuando no desde el más iletrado ideologicismo, a la manera de algún que otro «condottiere» del activismo barcelonés. Pues si bien desde Maquiavelo como poco, sabemos que la defensa de posiciones normativas en el terreno de las luchas concretas no es más que una necedad propia de insensatos y doctrinarios (y en esto Negri lleva toda la razón al criticar el simplismo del edípico No a la Constitución de papá Estado), no lo es menos intentar hacer pasar por buena cualquier práctica política y, a partir de ahí, acabar sumándose al coro de un Sí no mucho menos simplista (aunque en cuanto que Sí disidente siempre resulte menos exasperante que el No dogmático).

Al recordar ciertas imágenes de las intervenciones públicas de Negri por aquel entonces, no dejan de venírsele a uno a la cabeza las reflexiones de Paolo Virno sobre el cinismo y el oportunismo como tonalidades emotivas inevitables de la multitud. Sin lugar a dudas, actuar en el seno de la multitud postfordista aboca al abandono del drama obrero y la estética del realismo socialista. Pero ya puestos en las tonalidades emotivas, ¿acaso no sería más interesante ante los poderosos y sus audiencias del espectáculo pensar desde la ironía, más a la manera de Maquiavelo? La multitud, precisamente por su íntima relación con la fortuna, es voluble; su reacción ante la obscenidad proscénica del gesto cínico individual provoca desabrimiento en las demás singularidades que la integramos, y de ahí que reclame, en sazón, a la virtu. A juzgar por los desarrollos posteriores de los acontecimientos, sin duda era otro el kayrós del debate constitucional europeo.

Llegado este punto quizás sea mucho más interesante, de hecho, contraponer lo que fue la posición al respecto de otro destacado nombre del post-operaismo: Franco Berardi, Bifo. Su lectura mucho más prudente y comedida, limitada a espacios deliberativos afines, y sin duda más libre y autónoma por cuanto que menos ligada al espectáculo de lo que los compromisos de Negri para con la política de la representación francesa (fundamentalmente con Cohn-Bendit y los Verdes galos), se podría identificar con el conocido ejemplo del Bartleby de Melville y el no menos afamado «poderío» (posse) de la fórmula con la que el escriba adoptaba sus posiciones: «preferiría no tener que…» (I would prefer not to…); posición ésta que, para la ocasión, hubiera venido a enunciarse en lo concreto como un «preferiría no tener que votar que Sí a la constitución europea», única alternativa que hubiera servido a la actualización de la potencia en el contexto del antagonismo europeo y la particular coyuntura del movimiento. Después de todo, si como bien apunta Negri, en el mejor de los casos la Constitución resultante de la aprobación del TCE habría sido un ordenamiento liberal (ello sea dicho con todas las reservas respecto al «liberalismo» de nuestros días), ¿a cuento de qué radicar un planteamiento antagonista en rendir servicios políticos a una inoperante gauche plurielle colmando de satisfacción, en passant, al izquierdismo rampante de Besancenot, Lafontaine y compañía?

Aún es más: los razonamientos de corte schmittiana fundados en el conmigo o contra mí (vale decir con la UE o con los EE.UU., u otros eventuales, tal y como acertadamente critica y desmonta con agilidad JoaoLuc), no valen cuando esto es precisamente lo que se combate (al menos si uno tiene en cuenta las críticas del propio Negri al nacionalismo belicista de los Estados nacionales en el siglo XX -incluso si esta es la única fenomenología que el filósofo quiere reconocer bajo el término nacionalismo, negando otras expresiones, por emancipatorias, bien diferentes). No sería distinto, de hecho, ni menos mezquino, por demás, que argumentar que Negri se sienta junto a la derecha europea, aun cuando de facto, lo hizo. La clave del error táctico no está ahí (el error de la virtu no es algo que la fortuna no pueda remediar), esto es, en el terreno de la política de la representación al que Negri nos aboca con su praxis por más que lo niega con su teoría (y del que, por cierto, no parece querer alejarse en el artículo que ahora comentamos), sino en la necesidad de mantener viva la perspectiva estratégica del éxodo. Al fin y al cabo, cuando la virtu afronta el acontecimiento, no es tan sólo cuestión de efectuación de la potencia, sino también de su actualización. Poco que ver, por lo tanto, con la política de quemar las naves por un puñado de Síes al TCE.

Bajo una perspectiva constituyente (como la que cabría esperar de Negri ante el proceso europeo) carece de sentido pensar en la producción de un espacio antagonista transestatal en la alianza coyuntural con el constitucionalismo «molar» de las elites (poco importa si éstas, por poner dos ejemplos sobre los que el discurso Negri aboca a la hesitación, se identifican con figuras tan estatocéntricas en su disparidad como Cohn-Bendit o Chávez). Antes bien, favorecer estructuras de oportunidad política que sirvan para fortalecer la política del movimiento requiere no perder de vista la molecularidad del antagonismo postfordista, la evanescencia del enjambre o los costes de romper con el foedus amoris. Éste, que no otro, es en nuestros días el conjurarse de la multitud.