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[ es ] Suma y sigue: el ciclo de la huelga prepara el #12M15M
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Versión en castellano del artículo escrito a cuatro manos con Carlos Delclós
De manera muy predecible, la mayoría de la cobertura de los medios neoliberales sobre las huelgas generales del 29M se centran en los daños a la propiedad privada y mobiliario urbano que protagonizaron las protestas de la tarde en Barcelona, cuando cientos de ciudadanos encapuchados prendieron fuego a varios bancos, la central de MoviStar, un Starbucks, El Corte Inglés y el Espai Cultural de Caja Madrid. No es casual que los representantes conservadores de nuestras instituciones en erosión recurran desesperadamente a términos como instinto criminal para pintar las protestas como una forma de violencia. Enfrentados por una situación en la cual la destrucción de propiedad gana legitimidad, y habiendo agotado el discurso del miedo y la amplificación de la escala de represión en las semanas previas a las movilizaciones, lo único que les queda para criminalizar a personajes protofascistas como Felip Puig es criminalizar ese instinto humano que valora la vida por encima de la propiedad.
Estos esfuerzos por dividir a la ciudadanía con un debate abstracto sobre la violencia chocan con la realidad de lo que ocurrió ayer en todo el estado español y lo que lleva ocurriendo aquí en los últimos meses. Ciertamente hubo varios actos de violencia dirigida hacia las personas a lo largo de la jornada del jueves, pero ninguno protagonizado por los manifestantes. En Torrelavega, un empresario atacó a una piquetera con un cuchillo. En Euskadi, la Ertzaintza ha dejado a un chico de 19 años en la UCI en estado grave tras reducirle a porrazos y dispararle a bocajarro en la cabeza con una bala de goma. En Barcelona, 20 personas fueron heridas por las balas de goma de los Mossos d’Esquadra, un joven ingresó en el Hospital del Mar con el bazo reventado y un hombre ha perdido un ojo. Y a escala mayor, los bancos españoles y su gobierno cómplice echaron a 58.200 familias de sus casas en el 2011, sin apoyo y endeudadas con intereses.
El hecho (y lo que aterroriza a la elite española) es que las huelgas del jueves han sido un nuevo éxito de la política de movimiento. Que los ayuntamientos en manos de los conservadores hayan optado por encender la luz durante el día con el único objeto de intentar menguar las estadísticas que prueban la parálisis total del país es la mejor prueba. Manipulan de manera burda hasta las más elementales reglas de juego.
Pero si hemos dicho “huelgas” y no “huelga”, en singular, es porque, en realidad, esta huelga ha sido doble. Por una parte ha sido la huelga general convocada por los timoratos sindicatos españoles, siempre prudentes a la hora de convocar a la movilización social y que durante las últimas décadas han dejado la iniciativa a sucesivos gobiernos y partidos. Pero, por otra parte, también ha sido una huelga otra; una forma emergente de repertorio de acción colectiva que apenas ha comenzado a dar sus primeros pasos, pero que como hemos podido ver desde la anterior huelga del 29S madura a gran velocidad.
En efecto, la huelga general sindical está viendo emerger otro tipo de huelga: la huelga metropolitana del precariado, animada por redes de activistas que no han cesado de formarse, de agregarse, de recombinarse en los últimos meses. Este otro tipo de huelga ha desbordado el viejo repertorio de la parálisis del transporte, del paro fabril, del colapso de la producción provocado desde los centros de trabajo y ha puesto de relieve otro repertorio concurrencial, innovador, dinamizador y capaz de proyectar sinérgicamente la política de movimiento más allá de sus formas tradicionales: centros universitarios ocupados desde el lunes para reforzar los bloqueos del transporte, huelgas de consumo, piquetes metropolitanos de jóvenes, migrantes, mujeres o gente mayor y el anonimato al estilo black bloc que facilitó esa destrucción de propiedad (incluyendo el pequeño robo de una sala de bingo). La riqueza desplegada una vez más por esta multitud no conoce las limitaciones institucionales de la acción social concertada que en su día se instituyó con los Pactos de la Moncloa.
El progreso del nuevo repertorio no es fácil, todavía no está institucionalizado y apenas alcanza a definir una estrategia común. Por si fuera poco, la izquierda tradicional, tras años de resistencialismo y posiciones defensivas, no pocas veces lo ha atacado de manera visceral, ideológica, carente de alternativas que ofrecer más allá de la hegemonía que ha mantenido sobre el trabajo representado en las negociaciones (cada vez más distante y menos representativo del trabajo real). No importa, la ola de movilizaciones prosigue con éxito un camino que deja ya una estela de éxitos: el 29F, el 17N, el 15O, el 15M, el 29S…
Esta ola es imparable. No al menos mientras el régimen político no cambie de rumbo. Nada apunta a que será así. Ya en verano el mando blindó el régimen contra cualquier posibilidad modificando la Constitución de 1978 para poner el pago del déficit por encima de los derechos de los ciudadanos por medio del pacto entre el partido socialista y el partido popular. A pesar de la persistente reivindicación del 15M para modificar la ley electoral, los grandes partidos, obscenos beneficiarios de esta lógica, están dispuestos a seguir manteniendo esta piedra angular del mando mientras sea posible.
A día de hoy, la única oposición de masas disponible al pueblo es en sus calles. Sólo la movilización en la calle, la emergencia de nuevos actores, la disociación y el distanciamiento entre la constitución formal del gobierno y la constitución material de la sociedad, abren una posibilidad con futuro. La ruptura del régimen y la instauración de un régimen alternativo es cada día menos el deseo ideológico del revolucionario y más el imperativo de la situación cotidiana de la gente corriente. Quien quiera trabajo tendrá que organizarse en una cooperativa. Quien quiera aprender tendrá que organizarse su propia universidad alternativa. Quien quiera informarse tendrá que recurrir a los medios alternativos. Y quien quiera obtener cultura tendrá que compartirla. Este es el régimen político del común que progresa a día de hoy en las calles y que veremos en las instituciones alternativas de mañana.