Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Nov

10

[ es ] ¿Dan igual todas las opciones pequeñas?


En el movimiento se ha abierto un debate largo tiempo postergado sobre cómo afrontar las elecciones que sin duda es de vital importancia para la configuración del escenario político posterior al 20N. En lo que llevamos de debate, y por desgracia esto difícilmente cambiará antes de las elecciones, sólo un marco interpretativo parece haberse hecho fuerte entre quienes participan en y del movimiento. Este marco podría expresarse más o menos como sigue: la ley electoral es mala porque favorece un bipartidismo que impide una democracia real.

Sin embargo, quienes participan de este marco pueden estar cayendo en la misma trampa que quieren evitar: favorecer ese mismo bipartidismo que quieren destruir. El caso de UPyD (aunqe no sólo) ejemplifica en este sentido las limitaciones de este marco interpretativo y la urgencia de promover una reflexión al respecto. Vayamos por pasos.
¿Arriba y abajo versus izquierda y derecha?
Desde el 15M el movimiento ha roto con la vieja categorización de la política en que se funda nuestro sistema representativo, pero ha abierto igualmente las puertas a un repliegue peligroso. En efecto, el 15M, pero sobre todo a partir de Occupy Wall Street y el 15O, ha hecho buena una crítica de la representación apuntando al carácter falaz de las alternancias de izquierda y derecha que hoy nos gobiernan como la piedra de toque sobre la que se implementa el neoliberalismo. Muy acertadamente, el marco interpretativo que organizaba el No nos representan, se ha acabado concretando en el Somos el 99%
Sin duda romper el eje izquierda/derecha ha sido un primer y enorme logro del movimiento que permite abrir el debate no sólo sobre las alternancias, sino también sobre las pretendidas alternativas; y decimos «pretendidas» ya que organizaciones como Izquierda Unida o su rival Izquierda Anticapitalista comparten una misma gramática política que las alinea en el campo de la representación política (y sin opción categorial a salirse de ella) antes que en la articulación del interfaz del movimiento en las instituciones del gobierno representativo (nótese que no criticamos la posibilidad de intervenir en la arena parlamentaria, sino de hacerlo de acuerdo con la gramática política que para ella prefigura el mando neoliberal).
No obstante, romper el eje izquierda/derecha (algo que, por cierto, consiguieron en su día los llamados «nuevos movimientos sociales» alemanes con los ecologistas Die Grünen) por medio de un eje opuesto arriba/abajo puede resultar insuficiente, toda vez que el eje vertical que desploma la horizontalidad parlamentaria se proyecta, precisamente en la escisión constituyente como un arriba los representantes y abajo los representados. Una vez más, la trampa categorial de una cosmovisión judeocristiana nos puede traicionar. Pues de esto es, en definitiva, de lo que se trata: si izquierda y derecha son categorías que permiten la articulación del poder (la derecha como «el derecho», la izquierda como «lo siniestro»; los diputados a izquierda y derecha de dios padre, esto es, de la presidencia de la cámara, tercer poder del Estado y, a todos los efectos poder nacido de la reductio ad unum que se deriva del gobierno representativo), arriba y abajo no lo son menos (cielo e infierno).

¿Y si lo miramos desde dentro y afuera?
La necesidad de un cambio categorial nos podría apuntar rumbos mucho más interesantes si, ni que sea por un momento, tomásemos en consideración otro juego categorial: dentro y afuera, esto es, el juego que rekombina arriba y abajo en la ruptura constituyente y se conjura contra la tentación populista del repliegue hegemónico en la horizontalidad de la democracia directa. Al pensar desde el dentro y el afuera, el movimiento se comprende en una categorización autónoma (fuera del sistema), dinámica (en ruptura con él, esto es, con el interior del mando con que se rompe) y orientada hacia la disolución del plano vertical en el enjambre de una multitud acéntrica, capaz de reconfigurarse de acuerdo con los planteamientos del agonismo democrático en abierto antagonismo con el mando neoliberal. Abajo y afuera se nos presenta el plano de inmanencia en el que se constituye la autonomía, de igual manera en que arriba y adentro se contrapone el plano de trascendencia en el que se constituye la heteronomía del mando en el soberano moderno. 
Todo esto que acabo de escribir pudiera parecer un debate teoricista de vocación metafísica y, sin embargo, es profundamente práctico y político. Así lo demuestra, por demás, el caso de la UPyD y los dilemas electorales que hoy asaltan a quienes desde el movimiento intentan actuar de manera inteligente contra un sistema electoral pensado para mantener la estabilidad que precisa el mando. La consigna vota minoritario o nulo, pero vota comporta un riesgo, a saber: no pensar desde el afuera, desde la propia centralidad del movimiento, desde la irreductibilidad del cuerpo social al mando.

El caso paradigmático de UPyD
Para comprender las implicaciones de lo dicho puede resultar ilustrativo el caso de UPyD. A decir verdad deben estarse frotando las manos pues, a pesar de sus posiciones indiferentes y en ocasiones decisivas incluso contrarias al movimiento, tras décadas de despolitización, no deben ser pocos lxs ciudadanxs que piensen que las posiciones impolíticas de Rosa Díez pueden ser la traducción política del 15M. Nada más lejos de las aspiraciones del movimiento que UPyD. 
La razón de ello no es difícil de comprender si tenemos en cuenta que UPyD ha hecho del centro su espacio político. Y es que el centro es el lugar por el que se articula la conexión del eje izquierda/derecha con el eje arriba/abajo que hace, a su vez, del abajo un afuera excluido del arriba incluido que, empero, manda y ordena. Por eso, aunque todos los partidos grandes de los bipartidismos central y autonómicos (PP, PSOE, CiU, PNV) son parte del problema, la UPyD no es, sin embargo, parte de la solución. 
Al contrario, ejemplos tenemos, y de entre ellos ninguno mejor que el del sistema de partidos alemán, para comprender que un partido de centro fuerte es más un refuerzo para un sistema que, por diseño, de la ley electoral se concibió como un bipartidismo imperfecto, que no un inconveniente para el régimen. De hecho, la FDP alemana fue absolutamente decisiva en las décadas de postguerra para articular las alternancias entre socialdemócratas y democristianos. Incluso hoy en día, a pesar de que Die Grünen y Die Linke han logrado tensar el campo político, siguen siendo absolutamente fundamentales como demuestra la actual coalición que sostiene a Merkel en el poder.

¿Qué es entonces la UPyD?
La UPyD tiene desde sus inicios un proyecto claro: ser un partido bisagra, esto es, el partido/eje sobre el que se pueda articular un máximo de tensión entre el mando y el cuerpo social, entre el Estado y la multitud. La imagen de la «bisagra», sabido es, organiza un eje vertical para que izquierda y derecha puedan alternar sin inestabilidad. En el caso español, para mayor preocupación, ese mismo eje vertical se arriesga a ser el eje del fin de los progresos en las políticas de reconocimiento y acomodación de las minorías nacionales; justamente en un momento en que el Estado precisa de un máximo de tensión estructurante frente a las tensiones del mando global. 
Y es que el Estado nacional se resiste hacia arriba (en las tensiones permanentes con Bruselas), y hacia abajo (en las políticas de recentralización y resimetrización del proyecto españolista). La UPyD puede ser el elemento que falta a las dificultades que, en ocasiones, pueden producirse en la configuración de mayorías. Este fue, dicho sea de paso, el proyecto del CDS, que no llegó, empero, a funcionar debido a la etapa de consolidación democrática que en aquellos tiempos se vivía.
Pero vivimos tiempos de emergencia y excepción para el mando y la UPyD puede ser la herramienta que ni el liberalismo del CDS de otrora, ni el centroderecha de CiU y PNV más tarde, pueden ofrecer ya a la alternancia de PP y PSOE. Más aún, por su declarada ideología estatalista, unitarista y españolista (basta con pasarse por las Ramblas de Barcelona y ver el DNI de Rosa Díez con un «lo que nos une»), UPyD puede llegar a ser la pieza sobre la que pivote el futuro bipartidismo imperfecto.
El 20 no todas las opciones pequeñas son iguales. Más aún, si en verdad queremos apostar por el movimiento y la autonomía, más nos vale que empecemos a pensar desde el abajo y afuera, esto es, desde el voto nulo, el voto que sabotea el interior del sistema electoral, el voto que destruye al fin la bisagra y la subalternidad, abocando las izquierdas a dejar de ser aquello en lo que les ha convertido la lógica centrípeta del régimen (henos aquí en el horizonte del afuera, del poder constituyente). Si el 20N se quiere seguir fortaleciendo el movimiento, la opción que anula el sistema electoral, es la mejor seguridad de un escenario de incremento del déficit de legitimidad necesario a la movilización ciudadana.