Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Oct

21

[ es ] Memoria y democratización




El anuncio de la decisión de ETA de poner fin a la lucha armada marca sin duda una cesura histórica. La respuesta de la organización a la conferencia internacional de paz ha despejado cualquier sombra de duda, por más que desde los medios de la extrema derecha españolista se hayan querido todavía interponer peros surrealistas. Desde hace meses, el giro de la izquierda abertzale demuestra claramente que el negocio de vivir del conflicto vasco se ha acabado para la legión de todólogos, demagogos y otras subespecies mediáticas. El España como problema y Euskal Herria como chollo ya no funciona. Por el contrario, la decisión de la organización armada recupera el espacio para la política, justo en un momento, precisamente, en que asistimos a la reapertura del escenario de luchas global que marca el 15O.

En este estado de cosas, la noticia procedente de Euskal Herria es inmejorable: uno de los pilares sobre los que se sostenía la legislación de excepción y la subsiguiente cultura de la emergencia, se ha derrumbado por la piedra angular del consenso postfranquista. Y es que como se ha podido comprobar incluso en los medios más progresistas del actual régimen, la lucha armada con su declinación en ETA constituía el demarcador simbólico sobre el que se vertebraba la continuidad con el Franquismo. Tal y como se podía verificar hoy mismo en la portada de Público (y no sólo) el significante «víctimas de ETA» sigue siendo el gran facilitador de la inclusión en el campo simbòlico democrático de Carrero Blanco y otros personajes abyectos (en modo alguno demócratas) de la Historia española contemporánea.

Tres vectores de ruptura constituyente
 
Recientemente apuntaba en un capítulo para un libro sobre el 15M que el pasado es una de las tres líneas de fractura por las que se verifica hoy la crisis del régimen instaurado en 1978. Junto al modelo territorial (sentencia del Estatut) y el modelo productivo (basado en el binomio turismo-construcción), la política de la memoria constituye hoy un vector fundamental de la ruptura constituyente ya que no sólo desvela la relación con la Guerra Civil (ámbito al que se quiere reducir el debate historiográfico), sino que apunta igualmente a las mucho más significativas continuidades del mando tras su reconfiguración durante la llamada Transición.

En efecto, tal y como demuestra hoy la producción del campo de identidad «víctimas de ETA» asociado a la democracia por medio dela pragmática del discurso oficial, la razón de Estado prevalece y el ocultamiento de las 23 víctimas del GAL (igualmente víctimas del conflicto vasco) promueve una lectura inequívoca, schmittiana y autocrática de lo acaecido durante, no ya los años de lucha antifranquista, sino de la propia democracia española. La memoria de las víctimas de ETA, por ello mismo, se desvela al fin, como lo que es: la memoria de las víctimas de la razón de Estado. Pues no otra agencia de la política que el Estado moderno, desde la Terreur hasta hoy, es la causa prima de lo que se ha dado en llamar, tan errada como intencionalmente, terrorismo.

Por suerte, tras la decisión de dejar el repertorio obsoleto de la lucha armada, la política de movimiento podrá recuperar para el nuevo periodo histórico que se abre estos días, una izquierda abertzale que ya ha demostrado estar mucho más preparada que las izquierdas subalternas para hacer frente a la crisis del régimen. No menos se puede decir si tenemos en consideración propuestas como la renta básica (modelo productivo), la reivindicación del derecho a decidir (modelo de Estado) y memoria colectiva (no olvido del pasado franquista). Cierto es que, en todos estos aspectos todavía se lastra una gramática política en exceso moderna y dependiente de sus propios desarrollos históricos. Pero no menos válido es que con la reapertura de lo político, el potencial acumulado en la resistencia y desafío al Estado nacional augura hoy sorprendentes posibilidades de cambio.

Adiós al mito fundacional: se impone re/elaborar el pasado

El tiranicidio del almirante Carrero Blanco es uno de los acontecimientos que marcó mi infancia y primera socialización política. Desde entonces y hasta hace bien poco, la historia de la democratización fue para mí historia de la desmemoria. Lejos de seguir la lección magistral de Adorno sobre la «re/elaboración consciente de pasado» (Aufarbeitung der Vergangenheit), el nacionalismo español optó por el olvido y la democracia española por ser una democratización inacabada, demediada, defectuosa. Nada cabe esperar por ello mismo de la historia de «éxito» que representa falsamente, a la manera de Ibsen y sus mentiras vitales (livsløgn), la historia del establishment que gobierna este país y contra el que hoy se levanta la multitud al grito de «no somos mercancías en manos de políticos y banqueros».

Socialistas y populares comparten un mito fundacional que encuentra su mentira vital en la Transición, esto es, en la readaptación del mando autoritario franquista al mando homologable en Europa a los procesos de globalización capitalista que prefigura la democracia liberal. Este fue el proyecto conjunto de la Socialdemocracia y la Democracia Cristiana de postguerra; la misma postguerra que tan sólo llegó a la península ibérica en los años setenta. Por eso hoy, los socialistas ceden el poder con sorprendente parsimonia a los populares, conscientes de que estos mejor que ellos son los que podrán hacer frente a la escalada de tensión que se prepara en las calles.

Ante la anunciada victoria electoral del PP (en rigor ante la segura claudicación del PSOE), nos encontramos hoy con la exigencia de liberar la memoria de sus lastres pasados, de hablar con verdad de lo que fue. Porque como Ferdinand Lasalle decía: «fue, es y será, el hecho más revolucionario decir aquello que es». Los procesos de liberación cognitiva que pueden acompañar a la re/elaboración consciente del pasado pueden resolver, sin lugar a dudas, cuestiones fundamentales, por pendientes, de la democratización española. Allí precisamente donde la desdemocratización quiere progresar (mintiendo sobre el pasado, blindando el modelo productivo, recentralizando el país) hoy se abren los vectores por los que se puede al fin desplegar la política de movimiento. En nuestras manos está. No dejemos escapar esta oportunidad para dejar de vivir en lo falso.