Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Jun

12

[ es ] Fin del ciclo independentista: las CUP y las derivas tras el 15M



Nota: s’agraeix traducció al català

Hace un par de días, Roger Palà publicaba en su blog un Decàleg per a independentistes #indignats de más que recomendable lectura para quienes, desde el indepedentismo, quieran reflexionar de manera crítica e inteligente. En su post, el periodista del semanario Directa apuntaba buenas razones sobre las dificultades que el independentismo ha tenido para comprender y desarrollar sinergias con el 15M. Y la verdad es que la cosa no es para menos. 

La CUP de Barcelona y el 15M: el «¿Qué NO hacer?» de Lenin.

La procelosa relación entre las redes del activismo de la izquierda independentista y el 15M comenzó tan mal como que a la candidatura de la CUP de Barcelona, a la sazón el lugar de convergencia de indepedentistas, trotskistas y otras familias de la extrema izquierda clásica de la ciudad, la convocatoria de la manifestación del 15M les pilló a la misma hora, pero en distinto lugar, que su acto central de campaña. Mientras la política de partido llevaba a cabo una de sus prácticas institucionalizadas más habituales (la campaña electoral), el movimiento se desarrollaba de forma autónoma en las calles. Nada grave si uno es Esquerra o Iniciativa, partidos que por el momento no se han planteado en serio construir un interfaz representativo del movimiento. Pero sí (¡y cuánto!) para una plataforma electoral que se quiere de un municipalismo alternativo, portavoz del movimiento en las instituciones del gobierno representativo. Un error mayúsculo, sin paliativos, inexcusable. Pero sintomático.

En vano se nos haya intentado disculpar vía twitter algún amigo y flamante candidato con el argumento, tan prosaico como efímero, del esfuerzo que supone organizar un acto así. ¿Será que organizar el 15M no supuso esfuerzo? ¿Será que la prioridad son las elecciones en el caso de una candidatura que a priori sólo los más ilusos podían ver con opciones al concejal? Todo un síntoma este narcisismo que se quiere protagónico de la vida política en las reglas de la política de partido. La excusa no puede ser mejor como ejemplo (aunque peor como argumento) ya que procede de una persona que, al igual que Roger Palà, está bien alejada del cliché del militante de la izquierda independentista (algo que prueba la profundidad de la crisis estratégica indepedentista). Para quien quiera entender, este ejemplo ilustra hasta qué punto la izquierda independentista todavía opera, y muy, pero que muy mayoritariamente, en el paradigma organizativo del siglo pasado y, de forma más profunda y general, en una gramática política de la modernidad obsoleta por completo.

«Las» CUP versus «la» CUP de Barcelona: razones de una divergencia

La ausencia total de alineamiento discursivo (de framing) entre la izquierda independentista y la convocatoria de Democracia Real Ya!, viene a reflejar hasta qué punto, lejos de haber comprendido qué es lo que mueve las CUP como innovación política del municipalismo alternativo, buena parte de la militancia cupaire sigue aferrándose a su obsoleta gramática política sin querer aprovechar las lecciones que les está brindando la realidad. Todo sea dicho (para que luego no se nos acuse de algún tipo de fijación neurótica), la incapacidad de comprensión de la CUP de Barcelona respecto al 15M no ha alcanzado ni de lejos los extremos de los bandazos PCPE, como tampoco las infiltraciones oportunistas de los partidos o las jugadas, más patéticas todavía de algunos ciudadanos por el cambio de sus posiciones personales en el partido socialista. Si criticamos a la CUP es porque de algún modo se plantea las preguntas que otras organizaciones dan por respondidas (incorrectamente, claro) o ni se plantean.

Sea como sea, la CUP de Barcelona (lo hemos dicho hasta la saciedad) no es, ni puede ser, una candidatura más de las CUP, con todos los errores y limitaciones que puedan tener las CUP de los núcleos de población con dimensiones aptas para su política participativa. La cuestión de las dimensiones de la polis, sigue siendo, a día de hoy, absolutamente decisiva y así lo demuestra la más que acertada descentralización a los barrios del 15M. El centro de poder es historia y las redes ya no son el futuro: son un presente en el que se está, de acuerdo a las reglas de su propia constitución material, o se pierde. No es una opción; es la manera en que se definen en nuestros días las condiciones de posibilidad.

Insistamos todavía una vez más: ni por sus condiciones sociológicas, metropolitanas e institucionales es la de Barcelona una CUP como las demás. Pretender que se puede organizar una CUP en la ciudad de Barcelona sin desvirtuar la naturaleza del proyecto es, sencillamente, negarse a reconocer la propia realidad de las CUP o estar en otra jugada muy distinta a la que mueve a las propias CUP (la del golpismo de inspiración blanquista). Hora va siendo que la CUP de Barcelona se replanteen su modelo de cconstrucción organizativa por agregación grupuscular, su táctica del juego de la representación de la participación y su estructura centrípeta. El análisis postelectoral, con el 15M de frente, no debería ofrecer dudas respecto a por dónde va el municipalismo alternativo en Barcelona.

La CUP barcelonina, digámoslo bien claro, se ha organizado sobre unos fundamentos completamente erróneos, más cercanos a la lógica del consensualismo falaz de la agregación leninista en los márgenes sectarios del espacio metropolitano que a la articulación de un auténtico proyecto participativo. En su proyecto se sigue confundiendo, fundamentalmente, la «representación de la participación» con una política realmente participativa. Y es que no es lo mismo decir que se uno quiere participativo ante los medios y en el marco del juego representativo electoral(ista), que serlo en la realidad de los barrios, modestamente, frente a la dura realidad de ser cuatro gatos (al menos antes de l15M). Mientras no se entienda esto, todo lo demás puede ser un fantástico grupo de militantes con muchas ganas de hacer cosas, un programa de socialdemocracia dura (nada más) y un universo estético de consumo propio, pero absolutamente fuera del terreno de juego político.

El fracaso sin paliativos de la estrategia independentista

Pero el fracaso de la CUP de Barcelona no es sólo un fracaso de la CUP de Barcelona, lo es de toda una estrategia independentista más en general. De hecho, comparativamente, las CUP (de fuera de Barcelona) son el único sector independentista que no ha salido malparado de las elecciones. Si nos centramos en la CUP de Barcelona no es por ninguna fobia o fijación, sino porque en su contradicción habita la solución del problema. Parafraseando a Ulrike Meinhof: «la CUP de Barcelona es el problema, pero también parte de su solución». 


En efecto, durante los últimos años hemos asistido a un impresionante ciclo de movilizaciones catalanista. Desde las manifestaciones de la Plataforma por el Derecho a Decidir hasta el 10J, pasando por las consultas soberanistas, las convocatorias alcanzaron un grado de movilización como nunca se recuerda. En las encuestas de opinión el independentismo salió de la marginalidad para convertirse en una opción respetable en ambientes que sociológicamente siempre habían sido renuentes a la radicalidad de la opción secesionista. En otros tiempos la cosa se habría podido liquidar con un expeditivo «se aburguesó». Pero hoy todo es más complejo. Claro que la cosa no es para menos (o para más), habida cuenta de lo bien que le ha ido a amplios sectores del catalanismo con el Estado de las Autonomías (incluidas ciertas élites independentistas mal que bien integradas al establishment del régimen político español).


Así las cosas, pocos meses antes de las elecciones todo apuntaba a que el independentismo estaba llamado a recoger grandes éxitos en las urnas (no de otro modo se comprendería el espectáculo dado en los medios por los notables independentistas y sus partidillos, jugando al juego imposible la coalición como jugada maestra). Los resultados de la ola de movilizaciones catalanista, sin embargo, no pueden ser más adversos a la estrategia independentista mayoritaria: el centripetismo estatal se refuerza con una CiU entregada al PP tras la sentencia ultra del Tribunal Constitucional, el conservadurismo neoliberal cobra una fuerza extraordinaria, el españolismo neofascista irrumpe en muchas ciudades (PxC deja en nada a Ciutadans), las redes activistas están agotada, frustradas y sin perspectivas políticas; entregadas a las pasiones tristes. Las consultas, por su pregunta (ideológica, sesgada, inviable) que no por la autonomía que las movió, dejaron bien claro que la estrategia independentista sólo es política de la impotencia: movilización para hoy, CiU para mañana. En anteriores artículos fuimos advirtiendo, aunque con poca o nula fortuna, sobre lo que sucedería si se persistía en una estrategia fundada en la gramática política de la modernidad. Hoy nos duele decir que lo habíamos advertido, pero más nos dolerá saber que ni siquiera se plateó admitir el error.


Las críticas que hemos recibido (las constructivas, razonadas e inteligentes, se entiende; que de insultos y agresiones también hemos sabido) siempre han apuntado en una misma dirección: a la carencia de una praxis real que contrastar a la vieja y conocida gramática moderna (y más particularmente a su pobre conjugación neoleninista al uso en las organizaciones de partido). Pues bien, el 15M está brindando la oportunidad de contrastar dos praxis alternativas en el terreno empírico. Ya no vale la vieja excusa de «al menos tenemos un modelo que ha funcionado históricamente». Dejemos la Historia en su sitio. 

A un lado, la praxis fundada en la gramática política moderna, cuya lectura no deja lugar a dudas: el catalanismo conservador y partidario del Estado autonómico consigue no sólo arrastrar hacia las posiciones políticas de CiU a Esquerra, Solidaritat y otros (entre ellos a algunas pequeñas CUP, con las contradicciones subsiguientes y costes a medio plazo), sino que consigue que, a pesar de disponer del estado de opinión más favorable en su historia, el independentismo coseche sus peores resultados (cuando no directamente, si correlativamente respecto al punto de partida). Entregadas a los juegos de notables y partidos, ajenas por completo a la política de movimiento, las redes independentistas dieron un triste espectáculo de codicia, narcisismo y elitismo clasista, difícilmente digerible por la multitud (incluso desde las retóricas leninistas recicladas en programáticas socialdemócratas, a la manera de la CUP de Barcelona, o social-liberales entregadas a la competición neoliberal con CiU a la manera de Esquerra). La convicción de que con la vieja gramática sería posible obtener grandes réditos electorales es hoy un fracaso sin paliativos. Persistir en ella, un error digno del doctrinarismo más absurdo. Y aún así, cosas más sorprendentes se han visto (vaya esto ya como pronóstico de lo que queda por venir).


Al otro lado, nos encontramos el éxito de las CUP (excepto la CUP de Barcelona). Se trata de una constelación de candidaturas entre las que hay de todo: mucha desorientación, una tremenda carencia de formación política, notorísimos errores, excesos identitarios y, a pesar de todo ello, ¡aciertos! Lo que ha multiplicado las CUP, su número de concejales y sus logros no ha sido la gramática de sus aspirantes a dirección política de vanguardia (bajo la forma impolítica, degradada y oportunista del objetivo de conseguir un diputado autonómico). Al contrario, las CUP, como hemos dicho en muchas ocasiones, son las CUP a pesar de las CUP. Su acierto radica (cuando aciertan y cuando fallan para aprender a acertar) en su capacidad para hacer política de movimiento, para subordinar notables y partidos a una lógica de radicalización democrática en la que el cuerpo social no es sometido a instancias de mediación, sino que opera por medio de la CUP como un interfaz con el que intervenir, transversalmente, desde la autonomía social, en las instituciones del Estado, cortocircuitando el mando y fortaleciendo la cooperación federativa con aquellas singularidades antagonistas que les rodean. ¡Por aquí va la solución!


Y en esto llegó… el 15M


Tras haber intentado construir hegemonías en el seno del catalanismo renunciando a las más elementales muestras de decencia política en lo que a contenidos ideológicos de izquierda se refiere (¿nos hemos olvidado del MdT pactando con Laporta?), los partidarios de la estrategia modernista estaban bajo estado de shock. Tras la huelga general y las autonómicas el escenario era de una desorientación difícilmente superable. La tentativa de organizar una huelga general a la catalana, sin un sindicalismo nacionalista mínimamente relevante como el gallego o el vasco, la vuelta a la caverna del militantismo izquierdista no era precisamente un plato fácil. 

Claro que más difícil parece ser el cambiar de chip. O al menos esto es lo que ha venido a poner sobre la mesa el 15M: instalados en el púlpito de la historia, los resultados esperables de las municipales, con el previsible éxito de las CUP, darían a los «dirigentes» (es un decir, ya que por suerte dirigen más bien poco) el respiro necesario para convencer(se) de que estaban en la vía del éxito. Los resultados, sin embargo, demostraron una vez más lo que era de esperar: la ley de d’Hondt no está ahí por nada; la CUP de Barcelona, apuesta fallida de las dirigencias leninistas, sólo sirvió para aupar a CiU, hundir a Esquerra (la venganza personal y el resentimiento de algunos históricos como único motor de su política) y facilitar al PP la clave del poder (ya se sabe, para el leninista: «cuanto peor, mejor»). 

Cierto es que el éxito de las otras CUP es una de las pocas buenas (excelentes) noticias en el desolador panorama político postelectoral. Sin embargo, mal harían las CUP si creyeran que sus logros son desligables de otros fenomenos municipalistas (así las CAV, por ejemplo). Las CUP no son EL fenómeno, sino UNA expresión del fenómeno: el municipalismo alternativo.


«¿Y qué tiene que ver la situación de las CUP con el 15M?», me preguntaron el otro día. «Todo», respondí. Lo sorprendente precisamente es el nivel de autismo político con que las redes independentistas están observando las movilizaciones nacidas al calor del 15M. Sólo en estos últimos días, cuando el progreso del ciclo ha conseguido ya derrotar a los mossos y plantearse el bloqueo del Parlament (cosa que ni en las más aguerrida de las fantasías borrokas de algunos podría llegar a suceder), sólo ahora aparecen las primeras reflexiones pidiendo un cambio de línea. ¡A buenas horas!

El debate sobre la autodeterminación en la Asamblea de Plaça de Catalunya


Todavía está por aclarar del todo qué es lo que ha sucedido en el terreno de lo concreto (entre otras cosas esperpentos como la alocución en el ágora de un neoliberal como López Tena: ¡el enemigo en casa! Así de grande es la democracia de la multitud…), pero a juzgar por lo que explican fuentes bien informadas, el problema del debate sobre la autodeterminación comenzó con el mismo mal pie que el 15M. Al parecer saltándose a la torera la asamblea y generando una comisión tan en paralelo que hasta se reunía durante los plenarios de la asamblea. Los problemas de procedimentalidad, una vez más, son los problemas de la estrategia.

Para variar los obsoletos tacticismos de ciertas redes independentistas hicieron el peor daño a su causa, intentando hacer pasar por conflictivo un debate que no lo era para nadie más que para ellos. Demasiado atentos a las agitaciones derechistas de algunos medios soberanistas (los mismos que tanto han alimentado los narcisismos que han sabido poner a CiU y al independentismo en sus lugares actuales), demasiado pendientes de los delirios identitarios sobre los ataques sacrílegos al monumento a Macià (como si éste, de haber vivido para verlo, se hubiese opuesto al triunfo democrático del 15M) o demasiado cegados por la paranoia etnicista sobre los derechos lingüísticos (seguro que no falta quien esté leyendo estas líneas acusando a su autor de escribirlas en castellano para la mejor evidencia de lo que aquí se argumenta), las redes independentistas han estado un par de semanas dando la nota de la peor de las maneras: la más antidemocrática, la más irreflexiva, la más identitaria. Ello no invalida el buen trabajo que sin duda han realizado muchos activistas en muchos frentes durante mucho tiempo, pero tampoco ésto último (a menudo el argumento contrapuesto a su ausencia en el 15M) justifica el esperpento exhibido.


Y todo ello, para colmo de males, por una incapacidad profunda de aprender de los propios logros (¡que no los ajenos!). De hecho, a poco que se quiera aprender, hay formidables lecciones de democratización para no dejar pasar. En primer lugar, la ya mencionada del municipalismo alternativo. En segundo lugar, más importante si cabe para comprender la incapacidad de intervención en el 15M, es el cambio de paradigma teórico que comportaba el paso del discurso sobre la autodeterminación al discurso sobre el derecho a decidir.


En efecto, para muchos independentistas esto del «derecho a decidir» ha sido un puro gesto táctico, una manera de conseguir apoyos en un momento de aislamiento; oxígeno político. El problema, sin embargo, es precisamente ése: que se trata de un gesto; esto es, de lo que pone en marcha el movimiento, justo todo lo opuesto a su viejo mantra de la autodeterminación. El marco interpretativo que se sintetiza en el derecho a decidir fue absolutamente determinante para lanzar el ciclo y la razón de ello es tan sencilla como que desplazaba la gramática política de modelo etnicista wilsoniano enmarcado por la prédica autodeterminista hacia la desobediencia al mando imperial, hacia la vindicación de la igual dignidad de nacimiento, hacia el horizonte de la democratización que hace posible la política de movimiento. Los desiempre, en lo de siempre, no han entendido nada.

Allí donde antes de la PDD habían campado por sus respetos notables y partidos, el derecho a decidir enmarcaba el éxito de la desobediencia al españolismo rampante que rodeaba el proceso estatutario. Incluso las consultas, en todos los déficits imaginables que comportaba la pregunta (evidencia de la resurrección de la reacción identitaria en el seno del independentismo frente a la innovación discursiva de la PDD), suponían un progreso repertorial que desbordaba la vieja gramática política. Así las cosas, no es de sorprender que superado el cénit de la ola de movilizaciones catalanista, el independentismo se haya replegado a sus viejas cavernas ideológicas del ser un pueblo, una lengua, una historia, un territorio…


El delirio del debate en la plaza sobre la autodeterminación, en el que se dramatizaron victimismos paranoides hasta el extremo, fruto de las pasiones tristes que caracterizan las fases a la baja de las olas de movilizaciones (nos referimos a la independentista, claro), lo único que hemos visto de momento ha sido incapacidad política para asumir la mutación en la matriz independentista que, para colmo de paradojas, la sociedad catalana ha asumido con la mayor de las celeridades. Entre los asistentes a la plaza, el debate pilló por sorpresa, como si alguien hubiese pedido resucitar temas absolutamente desfasados. Alguien me comentó en aquel contexto: «sólo nos faltaría que ahora apareciese Amnistía Internacional diciendo que no queremos discutir la abolición de la pena de muerte». 

El ejemplo es fenomenal: ¿de dónde ese victimismo? ¿de donde ese comportamiento autocrático por discutir lo evidente? Si la plaza es el demos (que no el pueblo imaginario de la nación étnica) y el demos ha decidido que cualquier cuestión importante se ha de votar en referendum ¿de dónde esa obstinación proterva por querer que la asamblea recoja punto por punto, letra por letra la propia posición (cuando además se ha estado operando en paralelo a la procedimentalidad asamblearia)? ¿Acaso no coinciden pueblo y demos? Por aquí parece que van las claves realmente importantes.


Otro activista implicado en el funcionamiento de las asambleas comentaba en su facebook que en el 15M (por la estructura reticular que sostiene organizativamente el proceso) cada cual piensa que su enemigo es quien controla el movimiento. Parece claro que si la verticalidad del mando moderno produce esquizofrenia, la horitzontalidad de la red produce paranoia. Y este es precisamente el problema, ya que de la paranoia de las redes independentistas están naciendo en las asambleas propuestas que naturalizan unas reformas electorales absolutamente delirantes.


Un problema de teoría política


El problema de fondo, como hemos señalado, es la ausencia de un cambio efectivo de gramática política en el momento óptimo para su realización (en la fase álgida de la ola de movilizaciones). Este cambio pasa por comprender que el «derecho de autodeterminación» (en realidad el derecho a decidir) ya era un hecho en las asambleas, que el cuerpo social que se determinaba no podía nombrarse sin falsificarse, que la propia procedimentalidad de la asamblea (punto 7 citando que cualquier decisión relevante deberá ser votada en referendum) situaba al independentismo ante sus propias aporías (¿acaso no sería relevante la independencia?). 

La pretensión de hacer hablar a la multitud el lenguaje etnonacional (el del monolingüismo, el de los símbolos catalanistas, el de la autorreferencialidad…) no podía, ni puede ser sino la vana tentativa populista por convertir una nación de la multitud en un pueblo del Estado (Volk), esto es, una instancia de legitimación del demos (la igual dignidad de nacimiento) en un cuerpo social subordinado a un mando disociado del propio cuerpo y ejerciendo sobre él un poder ilegítimo (el de los partidos leninistas que creen dirigir el independentismo). En definitiva, el problema del 15M para el independentismo sigue siendo el mismo que hace décadas: asumir una matriz normativa autónoma en la que una nación sin Estado no tiene porque conseguir uno para ser libre, sino luchar por su propia emancipación; una matriz en la que una nación de la multitud no es reductible al pueblo de un Estado, en la que lo étnico es historia y lo múltiple una realidad presente.


No es casual que el programa de la CUP de Barcelona partiese de una concepción completamente etnonacionalista del país. Tampoco lo es que todavía no se haya planteado su disolución y su suma a las fuerzas de la democracia municipalista que hoy se construyen autónomamente en los barrios. A buen seguro hay quien cree que los votos conseguidos, a pesar de su enorme distancia de la posibilidad de obtener representación, son un dato para la esperanza. En esto se comparte la capacidad trotskista para el autoengaño de Izquierda Anticapitalista. Algo se debe haber contagiado con tanta agregación de grupúsculos sectarios de común inspiración y gramática leninista. 

La hora en que escribimos, sin embargo, es la del horizonte post-independentista que nace en las ágoras. Seguir aferrados a un paradigma etnonacional en una sociedad multicultural, seguir apegados al fetiche de un mando fundado en un Estado propio en tiempos de soberanía imperial, seguir esperando un referendum sobre la independencia sin salirse de la UE, no sólo es estar fuera del siglo XXI, también es persistir en el victimismo, en la obcecación autocrática por querer ser «hombres de Estado» (con toda la connotación patriarcal que comporta). O se entiende y se ayuda a catalizar el proceso iniciado por el 15M o al final serán IU, pero sobre todo la UPyD, quienes rentabilicen el contramovimiento: ¿más éxitos que sumar a la ya triste contribución a la victoria de CiU y su dependencia de PP?