Feb
03
[ es ] La Revolución Rusa en «Lata de Zinc»
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Con motivo del aniversario de la Revolución Rusa, la revista Lata de Zinc (nº 8, enero de 2008) dedicó su sección «debate enlatado» al tema realizando dos preguntas básicas a diversos autores (entre ellos a Holm-Detlev Kohler, Jaime Pastor o Felix Ovejero). Acaban de ser publicadas las respuestas.
«¿Qué valoración hace de la revolución rusa hoy, 90 años más tarde?»
En primer lugar entiendo que cabe cuestionarse la posibilidad misma de «valorar» un acontecimiento histórico. Por más tautológico que pueda parecer los acontecimientos «acontecen», no se «producen» y, por consiguiente, toda valoración ha de situarse en el terreno del agenciamiento subjetivo de los procesos históricos que algunos identifican como Revolución Rusa y otros preferimos identificar, de manera más analítica y ligada al examen de las olas de movilización, como Revolución de 1917. Así las cosas, desde el punto de vista de una genealogía de las luchas emancipatorias que han configurado nuestro decurso histórico, cabe cuestionarse seriamente toda la mitografía surgida a raíz del desmoronamiento de la Rusia zarista. Con la ventaja que nos ofrece la distancia en el tiempo, pero también la carencia de anteojeras identitarias, la Revolución de 1917 se revela en Rusia como una época de experimentación sin precedente (desde las primeras experiencias autogestionarias de Kronstadt hasta la liberación sexual promovida por autoras como Alexandra Kollontai, pasando por la impactante creatividad en todas las artes, desde las más antiguas hasta las más modernas, desde El Lissitzky hasta Sergei Eisenstein) a la que siguieron, en un brevísimo plazo de tiempo, algunas de las mayores aberraciones que haya conocido la humanidad.
«¿Qué factores cree determinaron el fracaso del sistema soviético?»
Los factores lógicamente son múltiples, pero de entre todos ellos destacaría la matriz autocrática del pensamiento leninista, tempranamente denunciada por Rosa Luxemburgo en su crítica de la socialdemocracia rusa. Al liquidar el carácter federal de los soviets e imponer el modelo de la autocracia del Partido por medio de la centralización del poder en el Soviet Supremo, el leninismo en cualquiera de sus declinaciones (estalinista, maoista, trotskista, etc) sentó las bases de un sistema concenado a la implosión desde su nacimiento. En efecto, en el ejercicio disciplinario extremo del modelo de sociedad-fábrica fordista se radicaban las razones de su fracaso venidero: el ahogamiento sistemático del potencial constituyente de una multitud atenazada por medio de los dispositivos del control totalitario, únicamente podían abocar a la lenta descomposición de un sistema incapaz de tener un feed-back mínimamente realista, fruto de la prohibición de toda forma de diversidad y disenso. El éxito productivista de la planificación burocrática en la economía de guerra, primero (constituida eso sí sobre la mayor cantidad de víctimas que jamás haya conocido un país en una guerra), y en la economía de reconstrucción de los bienes de equipo, más adelante, no pudo abocar sino al desastre ecológico y a la carrera armamentística, a la incapacidad de determinar las necesidades sociales y el desarrollo permanente de la represión, así como a un sinfín de variables que se terminaron conjugando en la implosión final que resultaría de la inevitable y reiterada irrupción de las multitudes en 1953 (Berlín), 1956 (Budapest), 1968 (Praga), 1981 (Gdansk) y, sobre todo 1989/1991 en el conjunto de los países
del Este.