Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Dic

11

[ es ] Vistalegre II y la cuestión nacional


vistalegre

Ya está aquí, pendiente sólo de la ratificación del CCE y convocada para los días 9 y 10 de febrero, la II Asamblea Ciudadana. Tras dos años frenéticos de campañas electorales, confluencias y entrada en las instituciones llega el momento de hacer ese esperado alto en el camino. En juego nada menos que el instrumento que necesita el país para afrontar la peor crisis de régimen que haya conocido. El reto: ser el futuro anterior, adelantar hoy lo que puede ser el país de mañana.

1. Estructura de oportunidad y emergencia de un interfaz popular en las instituciones del régimen.

Podemos nació de una hipótesis que era viable en una determinada estructura de oportunidad que originaban las elecciones europeas de 2014. Tras una intensa ola de movilizaciones y habiéndose experimentado los límites de los repetorios de acción colectiva, una serie de redes activistas propusimos el asalto democrático a las instituciones del régimen del 78. Podemos verificó con éxito esa hipótesis, pero al mismo tiempo se hizo deudor, como no podía ser de otro modo, de la estructura de oportunidad de la que surgía.

En efecto, las elecciones europeas prefiguraban unas condiciones institucionales idóneas para que el grupo nucleado en Madrid pudiese tener éxito: unos comicios en un distrito único, de máxima proporcionalidad para nuestro sistema electoral y percibidos como de bajo coste para que el electorado expresase su descontento. A partir de ahí se diseña una estrategia basada en el objetivo de alcanzar el centro del poder legislativo un año más tarde.

Por el camino tres obstáculos no menores: primero, unas elecciones andaluzas convocadas sin apenas tiempo para disponer de proyecto autonómico en condiciones; apenas unos meses después, el debate sobre la (no) presentación a las elecciones municipales y la emergencia consiguiente de alternativas municipalistas; por último, el tour de force de las elecciones catalanas antes de llegar al 20D. La «Blitzkrieg» emprendida desde Madrid conseguía unos resultados impresionantes a la par que mostraba las propias limitaciones de la estructura de oportunidad: ¿cómo afrontar la complejidad de la cuestión nacional en un contexto de máxima polarización en Catalunya?

A pesar de la apuesta rupturista en el marco de las fuerzas de ámbito estatal, capaz incluso de plantear por vez primera una idea distinta de España que incluye el derecho a decidir, Podemos se veía entrampado en el plebiscitarismo independentista en Catalunya. Más allá de la mayor o menor habilidad para configurar una confluencia ganadora (en parte un problema atravesado también por la cuestión territorial), la propuesta del referendum, suficiente sin lugar a dudas en el escenario de las elecciones generales, se encontró con un límite evidente por su falta de concreción en el terreno propositivo.

2. El problema organizativo de Podemos como problema del modelo de Estado.

Así las cosas, ante una asamblea Vistalegre II, asumida por todxs como momento de reinvención: ¿qué solución (se) propone Podemos? ¿Puede su propio modelo ultracentralizado, nacido en la estructura de oportunidad de las europeas, evolucionar y mutar de acuerdo a las exigencias de los cambios en la estructura de oportunidades? ¿En qué sentido podría hacerlo? ¿Siguiendo las líneas de tendencia centrífuga de la crisis del Estado autonómico intentando conciliar el proyecto con las demandas subjetivas a que da lugar? ¿Recentralizando y resimetrizando un Estado más reducido con un centro de poder? ¿Buscando una vía diferente que, desde un proceso constituyente, aborde la reestructuración del Estado?

Sabido es que para poder lograr la remontada, Podemos tuvo que articular confluencias con otros actores, ya bien estuviesen presentes en la política de partido anterior a Podemos, ya bien surgiesen en el propio proceso de asalto democrático a las instituciones. La improvisación tuvo que pasar por un complejo juego de alianzas, con todos los defectos, inconvenientes o errores imaginables. Después de todo, en el propio arranque de Podemos se advirtió que no iba a ser desde el perfeccionismo moral, sino desde la eficacia política que se desplegaría el proyecto.

Ahora la estructura de oportunidades ha cambiado, los ritmos se han ralentizado, el trabajo institucional es ingente y la reorganización del proyecto no se puede postergar: Podemos debe asumir una mutación que le permita estructurarse como agencia útil a la democratización del régimen del 78. Para ello no deberíamos perder de vista lo logrado por la apuesta inicial (al fin y al cabo, esa fue la interpelación que nosha traído hasta aquí): la resignificación de la idea de España incorporando el derecho a decidir, promoviendo un proceso constituyente capaz de dar forma a una constitución material que asegurase el bien común y lo hiciese desde una cultura política inspirada por un ethos mucho más exigente en la vida pública.

3. La agencia del futuro anterior: Podemos para hoy lo que para España mañana.

A fin de alcanzar su objetivo, Podemos empezó a constituirse como agencia de cambio por medio de la experimentación con una institucionalidad que era en sí misma mejora democrática del régimen del 78: código ético para cargos públicos, organización abierta a la sociedad, elección de cargos en primarias, salarios reducidos y ligados a la realidad de la gente, etc, etc. Sin embargo, la lógica organizativa se ha quedado a medio camino por lo que hace a la articula territorial. El centro de poder en Madrid ha preservado un control sobre decisiones que difícilmente podía tomar en las mejores condiciones de conocimiento de las realidades territoriales, por lo que se han cometido errores graves y, sobre todo, no se ha dado todavía respuesta al reto de encarnar previamente al proceso constituyente, el propio proyecto a que se aspira para el conjunto del país.

Ha sucedido así que la dialéctica schmittiana amigo/enemigo (pueblo/casta), tan útil a la Blitzkrieg, se ha vuelto un problema a la interna al no haberse articulado mecanismos garantizadores de un mayor pluralismo, contrapoderes al liderazgo centralizado, etc. La pugna fraticida entre facciones que disputan el centro ha generado, a su vez, un marco de confluencias en los territorios que no ha planteado tanto soluciones concretas como una acomodación de éxito electoral a la implosión del Estado autonómico (basta con ver los logros en Catalunya o Euskadi).

Transcurrida la etapa de la Blitzkrieg, el problema reaparece y Podemos debe aclarar a qué proyecto aspira para el conjunto del Estado: ¿el modelo confederal que se predica para el grupo parlamentario (lo que pasaría por integranos a lxs diputadxs de las confluencias en las disciplinas exclusivas de los constituyentes confederales)? ¿O un modelo federal propio que al mismo tiempo generase confluencias estrategias bajo un marco de relación confederal con las alianzas fraternas que hemos ido tejiendo en estos dos años?

4. No perder de vista la idea de Nación: una España plurinacional, federal y popular.

El problema que planteo no es menor, sobre todo si se considera que lo que debería os es dar una respuesta a la idea plurinacional de España. Ello debería excluir del proyecto de Podemos, por ejemplo, a lxs independentistas, por más que fuese posible un acuerdo táctico en el horizonte de la ruptura constituyente. De igual modo, deberían quedar fuera del proyecto los defensores del modelo estatal unitario descentralizado, aun cuando, como los independentistas, tuviesen su lugar en el proceso de cambio que estamos iniciando.

En este orden de cosas es donde Podemos encara Vistalegre II con la enorme tarea de componer un proyecto ganador y coherente, anterior al cambio constitucional por batallar y reforzado estratégicamente, que no internamente, por las alianzas fraternas. Ello deberia adoptar la formalización de una serie de círculos concéntricos coherentes en sus articulaciones respectivas.  Me explico: Podemos debería disponer de un modelo organizativo realmente federal. Y digo realmente porque el federalismo es un concepto tan mal traído y forzado en nuestra tradición política como necesario al cambio.

El Estado autonómico, por más federalizante que se pueda considerar, no está formado por constituyentes libres que se asocian en una federación. El actual modelo de Estado es, se mire como se mire, un Estado unitario descentralizado. Y el modelo organizativo adoptado estos años por Podemos traspone al proyecto las ventajas y errores de este Estado. No hay por ello peor error de cara a Vistalegre que confundir lo federal con una descentralización adaptada al marco autonómico. Ese es el modelo agotado y en él agotamos también nuestra propia potencia constituyente.

5. Federalismo inexistente, derrota futura: los constituyentes son ahora.

Por desgracia, a la vista del debate en curso, no parece que vaya a acometerse el desafío que estoy definiendo aquí. Lejos de plantearse, por ejemplo, un sistema electoral en el que los territorios se conviertan en constituyentes por derecho propio de la futura dirección política, el faccionalismo inducido por la implosión del Estado autonómico parece estar conduciendo a una batalla entre grupos de afines en pugna por el centro. Ya sucedió en su momento, por ejemplo, que la única representación gallega procediese de Madrid y Barcelona, pero no de Galiza hasta que se incorporaron los SGs autonómicos (algo en modo alguno federal, sino homologable a una conferencia de presidentes autonómicos, las baronías habituales y otras expresiones del actual Estado compuesto).

Las cosas así, tomarse el federalismo en serio pasaría por proponer un modelo no sólo descentralizado, a la manera en que se ha venido ofreciendo desde la Secretaría de Organización, sino estrictamente federal; esto es, en el que la presencia de un territorio no estuviese en manos de las relaciones personales entre notables de la organización y su comprensión particular de la plurinacionalidad, sino en cuerpos electorales de votantes (lxs inscritxs en el censo de cada Comunidad Autónoma) legitimados para elegir sus representantes en la dirección estatal. Al igual que la paridad no debería depender de la voluntad de los equipos, tampoco la territorialidad debería estar en manos de las contingencias.

Pero aún es más, la exigencia federal requiere que el modelo de organización por venir recoja instrumentos de veto suficiente si varios constituyentes lo consideran oportuno. La defensa de los territorios de menor tamaño demográfico debería estar garantizada frente a los grandes para generar así equilibrios internos compensatorios (opuestos al chantaje que se deriva de la lógica clientelar con el centro que es propia del Estado autonómico y que induce fuerzas como Coalición Canaria, Foro Asturias, etc).

6. Las confluencias en el terreno constituyente, no en la implosión del Estado autonómico.

Desde una dirección federalmente organizada sería posible replantear las confluencias de suerte tal que estas fuesen las que operan en la clave de un proyecto conjunto de Estado y no en la lógica de la ventaja comparativa que genera el marco competitivo de la descentralización autonómica por los recursos cedidos por el gobierno central. Componer una confederación sin un Podemos federal como elemento nuclear anterior, tomando las confluencias por constituyentes, es un fraude a otra idea de España. Antes bien, opera un cierre sobre el poder constituido que es el modelo autonómico y ni satisface las legítimas demandas de autogobierno de los constituyentes, ni ofrece en la propia praxis in modelo distinto que seduzca.

Si las confluencias son espacios legítimos de articulación del poder estatal, lo propio es que sean articuladas por los constituyentes territoriales de Podemos en cada territorio como parte de una política federal de conjunto, no por la negociación bilateral entre un centro y los confluyentes periféricos, tendentes por su propia posición de favor a debilitar los constituyentes territoriales de Podemos en favor de la lógica clientelar y competitiva entre confluencias. Poca o ninguna resignificación de la idea de España ahí y sí mucha vieja España autonómica de los buenos tiempos del pujolismo.

Si Podemos nació (no así las confluencias) con la idea de promover otra significación de España (plurinacional, con derecho a decidir, etc) y ello ha sido, paradójicamente, lo que ha hecho ganar a las confluencias (a costa, claro, de los constituyentes territoriales de Podemos), no parece sensato persistir en una política de alianzas que apenas logra otra cosa que limitar la potencia constituyente de la hipótesis que es Podemos al horizonte de la implosión del Estado autonómico.

Si el sistema electoral de Vistalegre II reproduce el modelo unitario (más o menos descentralizado y más o menos respetuoso con los territorios) que nadie se sorprenda luego si empezamos a decir insensateces para la más elemental teoría de Estado como «múltiples soberanías» en lugar de «soberanía compartida», «Estado confederal» en lugar de «confederación de Estados» y así sucesivamente. Por más que el «derecho a decidir» sea un significante útil a la composición de alianzas estratégicas en el horizonte actual, la apertura constituyente se juega en la posibilidad de contraponer al resto de interlocutores (independentistas, centralistas, etc) un modelo a la par superador del actual Estado autonómico. No estaría de más que en este sentido, la formación de la próxima dirección de Podemos tomase como objetivo propio el encarnar desde ya el proyecto federal, siempre mencionado y paradójicamente siempre ausente.