Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Dic

24

Navidad del 93


Navidades de 1993. Viaje digno de un capítulo de Bildungsroman. Darmstadt, Basilea, Ginebra…, psicogeografía de una deriva continental europea. La unión política era una promesa fallida que se empezaba a resquebrajar. En España apenas finalizaba la primera década de la normalización liberal-democrática. Las becas todavía eran el espejismo de un futuro deseado y el precariado un horizonte de contornos imprecisos.

Mi cabeza se malgastaba por aquel entonces leyendo literatura mainstream al servicio de la jerarquía universitaria. Un mandarinato de marxistas renegados, comunistas arrepentidos, socialistas de pacotilla y tiro de farlopa en la resaca del ‘92; todos ellos conversos a la fe neoliberal, la razón cínica y sus segundas residencias. Solo hurtándoles tiempo conseguía, y perseguía, laboriosamente, las pistas de un pensamiento que sabía había existido y esperaba siguiese latiendo en algún lugar.

Todavía era un mundo en el que el archivo de internet estaba por descubrir. Devenir ciborg una marcianada impensable. El hilo multicolor de las mil revoluciones, cuyos ecos llevaba en mi desde la infancia, era un trazo cada vez más grueso que se dibujaba en estanterias. Y yo sisaba unos minutos aquí, me guardaba un rato para visitar librerías de viejo allá. El tiempo, lo sabía, era la clave para preservar mi mente de toda aquella basura. Salvar tiempo, regatear vida. Ganarla.

Mi hipótesis vital, precariedad al margen, no me fallaría. Sigue sin fallarme. Atrás ha quedado tanto esfuerzo para tan poco resultado; tanto aprendizaje para tan poca obra en verdad satisfactoria. Si acaso el orgullo de haber abierto camino a quienes han venido después. Cómo no acabar de sorprenderse uno por esta persistente convicción de haber caminado tan mal en tan buena dirección.