Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Abr

28

El espacio informático y la Pantera ’90


por

Benedetto Vecchi

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El siguiente artículo fue la aportación al número cero de la revista Derive Approdi de Benedetto Vecchi, figura histórica de los movimientos en Italia recientemente fallecido. Publicado en el año 1992, dos años después del ciclo de luchas estudiantil conocido como la Pantera, el texto muestra el punto de inflexión que aquellas movilizaciones supusieron a un tiempo como clausura de los “odiosos ochenta” y adelanto de la plenitud del capitalismo cognitivo.

Traducción: Artefakte/Simbiosis Culturales.

Artefakte, 02.02.2020

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» Es difícil hablar sobre espacio informático y Pantera. La primera razón se refiere a la noción de espacio informático. Abordar una abstracción como la de la realidad virtual siempre hace temblar el pulso, dado el valor simbólico que ha asumido en el movimiento estudiantil. La otra razón es muy simple: la Pantera es un animal extraño, puede esconderse en el bosque, abandonar su territorio y buscar otro.

Así sucedió también con el caso del movimiento estudiantil. Tras las ocupaciones de las universidades, muchos colectivos, grupos y asociaciones dejaron de lado la disputa inmediata sobre la ley Ruberti. En los últimos dos años, las universidades han estado trabajando experiencias sobre el tema ambiental, sobre la 180, la ley sobre el cierre de hospitales psiquiátricos, sobre la objeción de conciencia o seminarios de denuncia sobre las presiones del complejo industrial militar hacia los proyectos de investigación en las facultades científicas. Otros colectivos han seguido preguntándose acerca de otro tema querido a la Pantera, a saber, la relación entre la producción cultural y el proceso del trabajo.

Muchos recordarán, no obstante, el lema de la Pantera sobre la autonomía de la cultura respecto al mundo empresarial; una reivindicación que representó una ruptura con la historia de los movimientos estudiantiles de la década de 1970. Una ruptura, la de la Pantera, ante todo semántica que puso en evidencia aquello que Alfred Sohn-Rethel denominó en su libro de reciente traducción, El dinero, en efectivo por adelantado, la “espontaneidad del intelecto”. Sabemos que el erudito alemán estaba pensando en un análisis materialista del proceso cognitivo, que por medio del método de Galileo, se había configurado en la sociedad como puro trabajo intelectual, emancipado de cualquier vínculo con las actividades manuales. Para Sohn-Rethel, de hecho, la actividad conceptual implica que, en el momento mismo de su constitución, corta cualquier vínculo con su propia génesis. Entre enero y marzo de 1990, sin embargo, los estudiantes descubrieron otra verdad: carecía de sentido cuestionarse la neutralidad o no de la ciencia o la cultura, porque se habían convertido en una parte integral del proceso productivo. La génesis de la actividad conceptual, se podía leer en los documentos estudiantiles, estaba al alcance de la mano, porque inscrita en las nuevas formas de producción reticular, en las que el conocimiento técnico-científico y la propia actividad de comunicación se habían convertido en el elemento fundamental de la producción capitalista postfordista.

En este punto, el tránsito a la socialización del propio conocimiento era casi obligada. Esto se hizo tanto más evidente cuando finalizaron las ocupaciones de la universidad y se dispersó el movimiento. Ya había sucedido en Francia en 1986, cuando el colectivo Materia Gris puso su conocimiento de Minitel –el servicio telemático nacional– a disposición de los estudiantes que impugnaban el proyecto de reforma universitaria. El acceso al Minitel debía servir a los estudiantes para mantener los contactos entre ciudades, pero también como una amenaza perenne para bloquear toda la información económica y financiera que “viajaba” por la red telemática francesa. En Italia, el recorrido fue más accidentado y menos lineal que el francés. El caso más evidente de puesta en común del conocimiento fueron las redes telemáticas de ambientalistas, pacifistas y grupos ciberpunk, conectadas a redes telemáticas internacionales: por ejemplo, Econet o Peacenet, que desempeñaron un papel esencial durante la Guerra del Golfo con la difusión de noticias sobre las actividades del movimiento contra la intervención armada en Iraq. Al nacer gracias a la facilidad de uso de un ordenador personal, las redes telemáticas independientes han encontrado en muchos Centros Sociales los nodos naturales de la red que se está formando. Para los promotores de estas redes, lo que se comunicaba no era tan importante como la opción de poder comunicarse en potencia. Las redes de computadoras son importantes porque pueden permitir una comunicación que de otro modo sería imposible. Con la supresión de las limitaciones de las distancias, revive en las redes una potencial comunidad autosuficiente para la que la libertad de expresión y la posibilidad de estar juntos, incluso si se está físicamente distante, hace de la comunicación algo potencialmente explosivo y subversivo. La propuesta de comunidad que nos devuelven estas redes telemáticas tiene un estrecho parentesco con las comunidades técnico-científicas que se han establecido en el laberinto de la metrópoli. Pero con una diferencia sustancial. Las redes telemáticas de grupos ciberpunk o ecologistas aluden a comunidades basadas en su propia autovaloración como grupo social, que experimentan con formas alternativas de acción política, a partir de los diferentes conocimientos puestos en común. Por otro lado, las comunidades técnicas y científicas son bien distintas, presentándose como grupos profesionales en el escenario metropolitano y que hacen de su estatus profesional su bandera en la arena política. Pero un elemento los une: estas son las dos formas diferentes en las que se manifiesta una nueva composición de clase sobre las cenizas de la fábrica fordista. Las similitudes y diferencias que contraponen las dos experiencias son los polos entre los que oscila esta fuerza de trabajo intelectual. Pero sobre esto se hace preciso profundizar para dar con la salida a un laberinto en el que es fácil perderse.

1) La presencia de comunidades técnico-científicas ha sido una característica constante en el paisaje metropolitano durante décadas. La producción científica y tecnológica, dice la vulgata tecnocrática, es la prueba del algodón para el desarrollo económico: por esta razón, se han proporcionado lugares específicos para concentrar a toda la intelectualidad técnico-científica. Estoy pensando sobre todo en el proyecto milanés para la reutilización de las áreas de Pirelli y Bicocca, o a las tecnópolis francesas de Montpellier, Lille y Nantes. El caso de Silicon Valley o de la Ruta 128 en Boston, ambas en los Estados Unidos, son diferentes: allí, las dos áreas tecnológicas crecieron por germinación espontánea, gracias al suelo fértil representado por la presencia de prestigiosas universidades. Al crecer los centros de investigación en las afueras de la ciudad, las comunidades técnico-científicas han llegado a ser con el tiempo el eje sobre el que giran todos los principales proyectos de reestructuración urbana, hasta convertirse en el punto de apoyo sobre el que debe girar toda la vida productiva en la metrópoli. Lugares de producción inmaterial, los polos técnico-científicos han cruzado, sin embargo, los estrechos límites de los laboratorios de investigación y se han presentado en el escenario metropolitano como el corazón palpitante de la metrópoli y han ofrecido hospitalidad a una nueva fuerza de trabajo intelectual.

Según el erudito marxista estadounidense Harry Cleaver, incluso dentro de las comunidades científicas existe un conflicto latente entre esta fuerza laboral, depositaria del conocimiento social necesario para el desarrollo de la tecnología, y el capital: tiene como objeto la autovalorización del grupo de trabajo y el individuo singular. Por lo tanto, es frecuente utilizar las tecnologías disponibles para los propios intereses. De esta manera, los investigadores y los “trabajadores de cuello blanco” forjan lazos sociales más allá de los muros del lugar de trabajo y forman comunidades paralelas a las profesionales. Así, de acuerdo a Cleaver, nos enfrentamos a una paradoja: la misma fuerza laboral que utiliza las redes reservadas de Internet y Bitnet, las emplea para promover redes telemáticas independientes, como la European Counter Network, La Pen-L (Progressive Economist Network) y Activ-L (Activ Mailing List).

2) Llegados a este punto es necesaria una digresión sobre el espacio informático. No solo por la importancia que tuvo en la corta vida de la Pantera, sino porque nos cuenta muchas cosas sobre la propuesta de comunidad política expresada por ese movimiento estudiantil y su relación con la metrópoli.

En tanto que “máquina universal”, dice la vulgata tecnocrática, el ordenador se puede usar para resolver todos los problemas, incluso el más duro y difícil. Si el binomio a resolver tiene entonces la metrópolis como incógnita, los elogios a la tecnología informática rayan la apología. No solo porque en última instancia el ordenador podría ayudar a la idea de una programación de desarrollo metropolitano, tal y como afirman los nuevos tecnócratas, sino porque el potencial taumatúrgico derivado de su uso haría armonioso el crecimiento caótico de la metrópoli; y todo ello sin la menor intervención humana. Con su difusión, el ordenador ha sido capaz de sustituir a la idea misma de proyecto y la metrópolis de la vulgata tecnocrática se ha convertido de nuevo en el laboratorio en el que poder ejercer las vocaciones racionalizadoras sobre nuestra vida social. Sin embargo hay una fase en la construcción de una máquina informática en la que es un diseño silencioso, similar en este caso al mapa toponímico de una metrópoli. Para la máquina hablamos de componentes y circuitos, cada uno con sus propias características, conectados de acuerdo con un principio organizativo preciso. Al contrario, la toponimia de una metrópolis implica mucho más que calles y casas, refiriéndose a las relaciones sociales que subyacen. La analogía del diseño de un ordenador con el mapa toponímico de una metrópoli se detiene aquí, incluso si se aplican los mismos criterios de interpretación a ambos. Tanto en el diseño de un ordenador como en el mapa de una ciudad aparecen aglomeraciones de casas, calles y plazas. La consulta de un mapa de la ciudad nunca revela nada sobre las formas de vida que alberga. Para lograr esto debemos usar los códigos adecuados para interpretar la vida social. En cambio, la reconstrucción del camino de una señal eléctrica en el laberinto de una computadora es una operación para los amantes de la inutilidad. Esto es lo que le sucede al protagonista de Tron, la película de Disney, que hace el viaje dentro de un ordenador en busca del malvado de turno, igual que un joven desprevenido que cruzase durante la noche un vecindario dominado por una pandilla rival.

La metrópoli y el ordenador son a la vez un laberinto, del que no interesa conocer la entrada o la salida, sino el camino correcto para no salirse de la ruta. El ordenador, según el psicólogo cognitivo Douglas Hofstadter, tiene un laberinto armónico, construido de acuerdo a principios organizativos, que se puede rastrear en cualquier libro de texto. Por otro lado, para moverse en la metrópoli, podemos decir con Paolo Virno, se necesita una buena hoja de ruta que nos guíe entre los juegos lingüísticos que aquí encuentran un suelo rico en el que germinar. La única relación que existe entonces entre un ordenador y la metrópoli radica en la diferente percepción del espacio que propone cada uno. Limitado y definido el de la metrópoli, sin límites el del ordendor, los lugares a los que puede llegar la máquina informática de hecho son potencialmente infinitos. El ordenador tiene el potencial de crear un espacio artificial, que va más allá de los límites físicos de la propia máquina, llegando a comprender toda la metrópoli. No es solo la posibilidad de transmitir a distancia la voz y la imagen que también pertenecen a otras tecnologías, como el teléfono y la televisión, sino que con el ordenador viene una cancelación tendencial de la propia metrópoli, sustituida por una aglomeración de números binarios que tan solo se pueden interpretar mediante los códigos informáticos. Podemos decir que la metrópoli se refleja en el ordenador, que se propone como la única brújula para orientarnos en aquella. Con una particularidad: los puntos de referencia son, de vez en cuando, establecidos por el operador en la consola. Muchos han apostado por este pronóstico. La posibilidad de una informática distribuida, en la cual cada nodo de la red era jerárquicamente equivalente a otro, ha acompañado las modificaciones en paralelo de la metrópoli occidental. Una tecnología pequeña y hermosa para una ciudad habitada por comunidades autosuficientes, que interactúan entre sí como mundos en sí mismos, con estilos de vida, culturas e idiomas propios. Por este motivo, una pantalla de ordenador se convierte en una consola para viajar a través de un espacio virtual, tal y como sucede en los libros de ciencia ficción del escritor estadounidense William Gibson. Citar a Gibson sirve para introducir una duda: no son las realidades artificiales otra cosa que la imagen reflejada de las transformaciones en la metrópoli.

Volvamos a la Pantera. El psicólogo cognitivo Douglas Hofstadter habría estado contento con el destino que acompañó a su máquina favorita, el ordenador, durante la corta temporada de la Pantera. Objeto fascinante, como su pariente cercano, la inteligencia artificial, en las intenciones del erudito estadounidense debía iluminar el mundo y ayudarlo a encontrar la armonía perdida. Los derroteros humanos no fueron exactamente en la dirección esperada por Hofstadter en 1979, pero el ordenador se ganó un lugar de honor del que es difícil de expulsar. En tanto que “máquina universal”, hemos visto hasta qué punto puede resolver todos los problemas, incluso los más duros y difíciles. Para los estudiantes de la Pantera fue la herramienta empleada para experimentar con formas de democracia no representativa.

3) La negativa a delegar dentro de la Pantera no fue un pecado de democratismo, sino que expresaba la creencia de que el conocimiento y la experiencia de cada uno eran inconmensurables, y que el movimiento era el lugar elegido para “compartir las palabras y las acciones”, como escribe Hannah Arendt en Vita Activa (La condición humana). Por este motivo para los de la Pantera el espacio informático era, aunque fuese de forma embrionaria, la potencial esfera pública de una comunidad política en formación. Arendt escribe: “La esfera pública, en tanto que mundo común, nos une y, a pesar de ello, nos impide, por así decir, caernos unos sobre otros”. Podemos entender, pues, por qué el punto de encuentro de simples señales eléctricas (bits), que de otro modo habrían sido insignificantes, se convirtió en el lugar señalado para construir un mundo común. Ahora bien, el lugar elegido por el movimiento estudiantil era muy diferente del ágora griega. El espacio virtual construido por las pequeñas redes telemáticas de la Pantera constituía la explotación de conocimientos y habilidades, cuya autonomía se defendía enérgicamente. La construcción de una esfera pública, por lo tanto, no necesitaba un ágora. El lugar de encuentro se convertía en uno de tantos nodos de la red, mientras que no se establecía un límite en el número de sujetos que participaban en la comunicación. La indiferencia en lo tocante a la ubicación del nodo de comunicación no podía sino modificar la percepción del espacio metropolitano. La red telemática misma se convirtió en el mapa cognitivo preciso para moverse dentro de la esfera pública construida por el movimiento.

Si bien la constitución de una esfera pública –para la que la comunicación reticular era elevada a rasgo distintivo de la acción política del movimiento estudiantil– era el objetivo de los promotores de las redes telemáticas, no era menos cierto que el modelo propuesto era el mismo de un modelo autorreferencial.

En un breve ensayo encargado por la multinacional Shell, el neurofisiólogo Francisco Varela escribe que “la actividad de comunicación no representa una transferencia de información del transmisor al receptor, sino que es más bien la comunicación la que se convierte en formación mutua de un mundo común, a través de una acción conjunta: formulamos nuestro mundo, en términos de existencia, como un acto social”. La comunidad política vislumbrada en las mallas de la Pantera tuvo que ajustar cuentas un obstáculo imprevisto, representado por el límite del lenguaje que siempre acompaña la vida de los movimientos sociales en la metrópoli, cuando renuncian a los hábitos que le son propios: los de la Pantera eran la comunicación y el conocimiento.

4) El reconocimiento de los límites del lenguaje expresado por los movimientos sociales no guarda, en este caso, armonía con el adagio posmoderno de la fragmentación social. En este caso nos enfrentaríamos a un juego de espejos manipulado, en el que cada grupo social se refleja en la metrópoli y viceversa. Lo que tenemos ante nosotros, por el contrario, y que el movimiento de la Pantera ha puesto de relieve, es el final de un largo ciclo de reestructuración capitalista que ha cambiado el panorama social, haciéndolo opaco y difícil de interpretar. La producción fordista comportaba una idea de metrópoli, mientras que la que se basa en el conocimiento y la comunicación tiene como contrapeso la ciudad habitada por una constelación de estilos de vida, culturas e idiomas que en apariencia no comunican y son autosuficientes desde el punto de vista político. En un documento de la Pantera romana se afirmaba que “había habido un cambio cualitativo y cuantitativo en los métodos y efectos de la dominación y control social. El campo de acción de los nuevos dominios son las bases más profundas del comportamiento humano”. El juego de espejos manipulado entre los movimientos sociales y la esfera pública metropolitana encuentra en esta oración la mejor ejemplificación analítica. Para la Pantera, la apuesta era simplemente la posibilidad de constituir una esfera pública autónoma.

Después de todo, la lectura posmoderna de los movimientos sociales como actores motivados por cuestiones singulares encontró en la metrópoli la savia vital para transformarse en propuesta política y encontrar allí su lugar al sol. Una representación de lo social de consolación y renuncia a cualquier posible transformación radical de lo existente. Se evita, sin embargo, por sospechoso, cualquier rechazo a un reconocimiento más preciso de las constelaciones sociales que pueblan la metrópoli.

Este, con todo, es un paisaje necesario e indispensable para poseer una cartografía de los cambios sociales que acaecen. En paralelo a esto, la experimentación de formas democráticas no representativas es la ruta a seguir para constituir una comunidad política bien entendida. Un lugar para “compartir palabras y acciones”, pero que se encuentre estrechamente ligado a la puesta en común de los propios saberes y conocimientos.

Esto no significa que las diferencias entre diferentes estilos de vida e identidades se vayan a sacrificar en el altar de la comunidad política. Parafraseando a Hannah Arendt, en la sociedad la distinción y las diferencias entre los sujetos sociales únicamente están garantizadas por medio del discurso y la acción. Para la filósofa alemana, son la esencia de la esfera política. En las relaciones de producción actuales, con todo, discurso político y acción no se pueden separar del conocimiento social, de las experiencias y de las habilidades de comunicación que los connotan. Un camino indicado por la Pantera. Y que se ha de reanudar.