Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Oct

11

[ es ] ¿Movimientos sociales o multitud? Nota para una teoría de la agencia


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El concepto multitud, rescatado recientemente de la historia de la Teoría Política por el post-operaismo de Negri, Virno y otros, guarda una sospechosa equivalencia discursiva con otro concepto anterior a él y que se puso en boga en los años ochenta, a saber: los movimientos sociales. Hágase la prueba: remplácese movimientos sociales por multitud y se comprobará sin dificultad hasta qué punto pueden llegar a operar como sinónimos. Con todo, esta equivalencia es analíticamente equívoca y teóricamente carece de validez. Y es que mientras que «multitud» es un concepto útil a la definición de un cuerpo político o demos, «movimientos sociales» es un concepto trampa en el que se traman, especialmente desde los enfoques neo- y post-marxistas, los sinsentidos de la ausencia de una teoría de la agencia. En lo que sigue intentaremos apuntar algunos argumentos para desvelar las dificultades que se siguen de este entramado. Vayamos por partes.

Los «nuevos» movimientos sociales y el tránsito al postfordismo

En el momento de la crisis final del paradigma organizativo leninista, correlato de la transición al postfordismo, los movimientos sociales se presentaron con fuerza, especialmente en la República Federal de Alemania, como innovadoras agencias del cambio social. Aunque buena parte de la intelectualidad neomarxista de los sesenta y setenta recibió esta irrupción con reticencia y desconfianza, pasada la sorpresa inicial de la irrupción de los movimientos sociales, éstos fueron rápidamente reconocidos como «nueva» agencia de cambio social, siempre a cambio, claro está, de una posición de subalternidad respecto al «verdadero» movimiento protagónico de la emancipación social: el movimiento obrero.

La novedad de los movimientos sociales, sin embargo, no era tan novedosa como se decía. Estudiantes, mujeres, minorías nacionales, etc. habían forjado movimientos sociales desde mucho antes (y no sólo desde los sesenta, como también se suele presentar). Por más que el punto de vista subjetivo de los intelectuales (masculino, nacional, provecto, etc.) «descubriese» en los ochenta y noventa el complejo entramado de singularidades constitutivas del cuerpo social más allá de su fetiche social (el obrero industrial del fordismo), resulta innegable que la centralidad de la subjetividad obrera no respondía a la realidad del conjunto de luchas sociales capaces de cuestionar el modo de mando. La paradoja obrerista, en este sentido, consiste en que sólo por medio de la derrota del leninismo (vale decir de toda estrategia basada en la reductio ad unum) se hizo posible la visibilización de una multiplicidad de subjetividades antagonistas. No es de sorprender, por ello mismo, que el concepto de multitud sólo alcanzase a ser recuperado una vez transcurrido el tiempo de reflexión teórica necesario a la evaluación heurística de los enfoques obreristas.

Del estructuralismo al postestructuralismo: el problema de la agencia

En su enunciado más extremo, el estructuralismo prescindía directamente de la posibilidad de una agencia. Así, una de las figuras más emblemáticas del estructuralismo, Louis Althusser, podía llegar a afirmar que nuestra condición no era otra que la de «meros portadores de estructuras». A finales de los años setenta, sin embargo, el estructuralismo entra en bancarrota. Como el propio Althusser reconocerá: «algo se ha roto»… y el estructuralismo formaba parte de ello. Los años siguientes serán los años de la contrarrevolución neoliberal en no menor medida que los del éxito de una teoría de la agencia fundada en el individualismo metodológico y la teoría de la elección racional. A día de hoy sigue siendo uno de los grandes pilares de la hegemonía ideológica neoliberal.

La respuesta a este desafío sólo llegará en los años noventa de la mano de los estudios culturales y las innovaciones teóricas de las singularidades excéntricas al movimiento obrero (queer, postcoloniales, etc.). De Althusser a Judith Butler, pasando por Foucault, Derrida y otros, el estructuralismo había iniciado su propia deconstrucción, por demás, todavía incompleta e insuficiente. Entre tanto, otros enfoques de inspiración estructuralista, pero ligados a las subjetividades clásicas del movimiento obrero, permanecieron indiferentes a la exigencia discursiva de enunciar una teoría de la agencia, considerando a la par que el partido político resuelve las exigencias teóricas de la agencia y la organización. El caso más notable, seguramente por ser aquel que con más rigor científico ha abordado las transformaciones de la economía política contemporánea, es el de la teoría del sistema-mundo.

El problema, empero, subsiste y a día de hoy, el postestructuralismo sigue evitando confrontarse de lleno con la teoría de la agencia, escudándose sintomáticamente en la noción de multitud a fin de no resolver los problemas teóricos intrínsecos a la procedimentalidad democrática de un demos múltiple (y de la pérdida subsiguiente de centralidad de las antiguas figuras de clase). A pesar de los esfuerzos apuntados en esta dirección por los trabajos de autores como Paolo Virno y Maurizio Lazzarato, el lastre permanece y es que el propio desarrollo de la teoría de la agencia probablemente contradice las posiciones de poder de aquellas subjetividades que se espera acometiesen la ardua tarea de su enunciado. Ello nos conduce a la urgencia de pensar la política del movimiento.

¿Movimiento o movimientos sociales?

En una reflexión sobre el movimiento, el filósofo Giorgio Agamben exponía el problema en los siguientes términos:

Mis reflexiones vienen de un malestar y siguen una serie de preguntas que me he hecho durante un encuentro con Toni, Casarini, etc., en Venecia, hace algún tiempo. Un término retornaba continuamente en este encuentro: movimiento. Ésta es una palabra con una larga historia en nuestra tradición, y parece ser la más recurrente en las intervenciones de Toni. También en su libro esta palabra emerge estratégicamente cada vez que la multitud requiere una definición, por ejemplo cuando el concepto de multitud necesita ser separado de la falsa alternativa entre soberanía y anarquía. Mi malestar proviene del hecho de que por primera vez me he dado cuenta de que esta palabra nunca fue definida por aquellos que la usaron. Yo mismo puedo no haberla definido. En el pasado usé como una regla implícita de mi práctica de pensamiento la formula «cuando el movimiento está ahí, pretende que no está, y cuando no está allí, pretende que está»

Tal y como se nos presenta, el movimiento más parece una entelequia de la mística castellana que no un concepto político. Para acabar de complicar el debate, el concepto de movimiento en singular se relaciona de manera equívoca con su plural, los movimientos sociales. Y es que no toda la política de los denominados «movimientos sociales» (nuevos o no) es política de movimiento. Desde un punto de vista analítico, la razón de ello consiste en que no todos los llamados movimientos sociales disponen de la autonomía propia de la fenomenología del movimiento. Desde un punto de vista teórico, la explicación se encuentra en las diferentes matrices ideológicas desde las que se enuncian los conceptos «movimiento» y «movimientos sociales». Mientras que el primero puede encontrar su genealogía particular en el post-operaismo, los segundos son fruto de distintos enfoques liberales.

En efecto, cuando uno analiza la obra de los post-operaistas comprueba sin dificultad que ambos conceptos operan en dos órdenes diferentes: el primero en el del antagonismo, el segundo en el de la fenomenología de éste. No pocas veces ello induce a errores importantes. Por su parte, los enfoques liberales suelen obviar la política de movimiento como tal, negando al movimiento el estatus político de una agencia completa (en el mejor de los casos forman un complemento necesario al buen funcionamiento del gobierno representativo y la democracia liberal), a la par que tienden a confundir movimientos sociales con los procesos de movilización política y redes sociales sobre las que se sostienen.

La política del movimiento, sin embargo, se ha de formular en una tensión irresoluble entre el poder soberano en su acepción clásica (la decisión instanciada por ese Uno que es el príncipe moderno) y un demos intrínsecamente plural (y pluralizante) como es la multitud. Este problema, justamente identificado por Negri, sigue pendiente no obstante de un desarrollo en la teoría de la agencia que difícilmente podrá tener lugar en los términos políticos (teóricos y prácticos) en que opera el post-operaismo actual. Algo de ello parece intuir John Holloway en su obra Como cambiar el mundo sin tomar el poder al abordar los límites del pensamiento foucaultiano en relación a la agencia. Sin embargo, parapetado de la dialéctica negativa, el zapatista irlandés nos deja finalmente in albis. Su coherencia marxista, en este sentido, le hace heredero de un viejo problema teórico marxiano, a saber: la necesidad de concretar institucionalmente el comunismo.

El problema de la organización de la política del movimiento.

Henos aquí al fin frente al problema de fondo: articular de manera congruente las teorías de la agencia y la organización partiendo de la política del movimiento. O lo que es lo mismo: producir una ciencia de lo político capaz de enunciar los fundamentos de la autonomía democrática más allá de los diagnósticos de la crítica de la economía política y la denuncia del carácter burgués de la democracia liberal. Los tiempos de la denuncia social se han terminado (como decía el apotegma del 77: «la rivoluzione è finita, abbiamo vinto«. A nadie puede escapar hoy la evidencia de la explotación ni su relación con el desarrollo del sistema capitalista.

La cuestión, sin embargo, no estriba en la denuncia de los males (evidentes) del capitalismo. Al contrario, el problema realmente relevante radica en alcanzar a articular una alternativa institucionalmente viable o, si se prefiere, en la definición del régimen político de la emancipación (la forma política del régimen del comunismo que Marx no llegó a escribir y que, por ello mismo, Lenin podría declinar tan confortablemente en la dictadura del Partido).

Por desgracia, nos encontramos lejos de encontrar soluciones practicables (a ello nos referíamos en la anterior nota de este mismo blog). A día de hoy, la «industria intelectual de la denuncia» pesa en exceso dentro de los esquemas culturales del movimiento, impidiendo con ello la resolución del problema teórico que plantea la organización de la política del movimiento. La explicación de este lastre sin duda se encuentra en la propia sociología política de lo que otrora se denominaba «intelectual orgánico» (su posición en cierto modo relativamente privilegiada en las estructuras patriarcales, de clase, nacionales, etc.) y su posible superación en la emergencia del cognitariado como figura epistémica de la multitud postfordista.

A modo de cierre conclusivo

A la espera de poder desarrollar más en detalle estas reflexiones dejamos apuntadas las siguientes consideraciones conceptuales:

  • La multitud es un concepto útil a la definición del cuerpo político. En contraposición a la idea de Pueblo (la multitud ordenada por el príncipe moderno), la multitud responde a las exigencias teóricas de formulación de un demos múltiple. Más allá del pluralismo ónticamente limitado de la democracia liberal, la multitud ofrece un horizonte válido a un demos proliferante, complejo y dinámico, constitucionalmente no reificable.
  • El movimiento es un concepto útil a la teoría de la agencia como variable independiente asociada a la emancipación. Frente al determinismo estructuralista de la crítica marxiana de la economía política y a la limitación reificadora de la politología liberal, el movimiento reabre el horizonte ontológico de lo político a la democracia absoluta. La política del movimiento se puede formular entonces como búsqueda inacabada de la fundamentación teórica del régimen político de la emancipación.
  • Los llamados «movimientos sociales», en rigor, no serían sino procesos concretos de movilización social fruto de las contradicciones sistémicas, agregados de campañas sostenidos en redes de activistas que forman parte del cuerpo social y del que no pueden ser deslindables sin abandonar por ello mismo la propia política del movimiento. Toda tentativa de «hegemonizar», «coordinar» o de algún modo instituir un modo de mando sobre la base de los movimientos sociales está por ello mismo abocada al fracaso en tanto que política del movimiento. En las antípodas de la verticalidad del Partido, la política del movimiento opera en la horizontalidad de la cooperación federativa de las singularidades. Allí donde la política del movimiento progrese, el principio federal habrá resuelto la teoría de la organización.