May
23
[ es ] ¿Por qué este domingo votaré Podemos? Razones políticas …y personales
- POSTED BY Mundus IN Sin categoría
I.
Hace unos meses recibí una llamada de Pablo Iglesias anunciándome que acariciaba la idea de tirarse a la piscina electoral. Llevaba una temporada escuchando un mantra allá por donde iba. Decía: «¡Pablo, preséntate!». Gentes comunes por las calles, taxistas con los que coincidía en una carrera, cajerxs que le cobraban en un supermercado. Aquí y allá, una demanda incesante.
Siendo ambos politólogos con trayectorias de intensa participación en los movimientos sociales, resultaba difícil no compartir diagnóstico. La total deslegitimación del régimen lograda desde el 15M en adelante no significaba en absoluto que se pudiese invertir esta brutal aceleración del proyecto clasista neoliberal a la que llaman crisis. El 20N no solo había cerrado el ciclo del 15M, había desencadenado una auténtica orgía de medidas neoliberales que arriesgaban y siguen arriesgando con dejar el país irreconocible en apenas lo que dura una legislatura. Y lo que es peor: por experiencia sabemos que frente a esto, los gobiernos de izquierda (con IU incluida, aunque solo cuando les es inevitable) apenas suponen otra cosa que una velocidad menor.
Era preciso hacer algo. En un contexto de agudizada dificultad para desarrollar las carreras universitarias a las que ambos nos deberíamos haber dedicado (de no existir la represión ideológica de las indexaciones, la endogamia de los departamentos y demás miserias) Pablo había conseguido, con un mérito muy superior a lo que se le reconoce, y muchísimo más trabajo de lo que se suele pensar, poner en marcha nada menos que… ¡un programa de televisión!
La primera vez que me invitó a participar en La Tuerka, el programa me pareció sencillamente una idea formidable (dicho sea con mis ojos de activista, claro). Quienes estén acostumbrados a vivir mendigando a la sombra de las columnas de los palacios seguramente habrían encontrado aquella sala de unos veinte metros cuadrados, pintada de negro y con una mesa en la que no cabías ni apretado con el resto de tertulianxs, una muestra más de lo que, irónicamente, algunos llaman «chabolismo político».
Sin embargo, como sabemos algunos, en la favela, en el cerrito, en el quilombo, en el ghetto nace también la autonomía. Y así fue que en la Tuerka comenzó a pergeñarse un cambio de discurso político, que de haber sido otra la izquierda en las instituciones de este país, no habría tardado en expandirse como la pólvora. La izquierda de este país, por desgracia, es la que es: gestora acomodaticia, autoritaria por socialización franquista, represora de las menores disidencias, visceralmente contraria a cualquier expresión de creatividad y, por descontado, a cualquier tentativa de desobediencia. Para los artífices de los Pactos de la Moncloa, este es EL régimen, caiga quien caiga, incluso si son ellos y los suyos los que no paran de caer desde hace décadas. Gran jugada, la Transición, todos lo sabemos.
No hubo, pues, la menor intención de reinventar una estrategia a la altura de los tiempos. Y no porque Pablo (paciencia y perseverancia la suya, para con IU) no fuese a decírselo (en persona incluso) cuando le replantearon la enésima refundación. Hay incluso un estupendo video con su intervención. Pero nada. Nada de nada.
La IU de Cayo Lara y Ángel Pérez, la misma a la sombra de cuyos siempre silentes, abnegados y obedientes militantes crecieron cleptócratas de la envergadura de Moral Santín, lo tenía claro: ni primarias, ni aperturas, ni nada. Somos la única organización con implantación territorial en todo el Estado, en las elecciones europeas el distrito es único para todo el Reino de España y sin nosotros nadie hará nada. Así que quien quiera hablar del tema, que se ponga el carnet en la boca, acepte la propia subalternidad que hemos aceptado respecto a este régimen o se vaya a seguir protestando en la calle, donde por cierto, nosotros mismos o nuestras organizaciones, se encargarán de reventar cualquier conato de éxito en la movilización social. Para IU las europeas eran un dilema del resto de la izquierda, no de IU.
II.
Pero volvamos a aquella llamada de un domingo por la noche hace meses. Pablo sonaba agotado. Imagino que debía tener la oreja como hierro de fundición de tantas horas de conversaciones con unos y con otros. La idea, tras el común y desesperante diagnóstico de la situación del movimiento tras el cierre del 20N era dar el salto a la arena institucional del régimen para intentar provocar una grieta, para lograr reabrir la estructura de oportunidades políticas que se había cerrado para el resto del Estado (y digo resto partiendo de que en Catalunya, por el contrario, permanecía abierta gracias a la tensión introducida por la cuestión nacional).
Hacía falta un gesto, algo que desencajase el veto y bloqueo de IU a cualquier tentativa de trasladar a la arena electoral la reivindicación democrática del 15M (que no el 15M en sí, ni mucho menos una «representación» del mismo). Como parte de ese gesto, algunxs habíamos considerado la eventualidad de pedirle que diera el paso; firmar un manifiesto que le instase a poner el capital político de sus programas, La Tuerka y Fort Apache (que vino después), al servicio de modificar el guión previsto, a saber la crónica de una muerte (electoral) anunciada.
De entre cuantxs imaginábamos que podían hacer ese gesto, solo Pablo estaba seguramente en condiciones de dar el paso adelante. Algunxs de las figuras públicas (de lxs «notables») que habían emergido al calor de la ola de movilizaciones, o bien ya lo habían dado (David Fernàndez en las CUP), o bien estaban liderando procesos de movilización de los que no se podían descolgar de manera oportunista, en vista a lo precipitado de las elecciones. Pablo Iglesias, sin embargo, no era más que un tertuliano, una cara conocida, una voz que decía verdades como puños y que con ello activaba unas audiencias que hacía décadas que no se identificaban con esos personajes de Circo de los Horrores que es la televisión. Pablo podía presentarse.
Así que llegó el momento y apareció el infumable manifiesto con el que el partido neotrotskista Izquierda Anticapitalista quería condicionar el conjunto del proceso. Quedaba claro desde el principio que entrar en estos terrenos no iba a ser cómodo, ni agradable, ni mucho menos tan satisfactorio, empoderador e ilusionante como el 15M. Al fin y al cabo se trataba de un viaje semejante al de Bilbo Bolson. Había que viajar a un Mordor de platós de televisión, surcar ciénagas de cieberguerrilleros de Stalin-rey, convencer a miles de militantes frustrados por el cierre de la estructura de oportunidades (convencidos, cómo no, de disponer la llave de su apertura), soportar los argumentos bizantinos de los buscadores teóricos de la piedra filosofal de la política, etc., etc.
Firmamos. Nombres tan dispares como Santiago Alba Rico, Germán Cano, Jorge Riechman, Alberto Sanjuan o Tone, viejo compañero de experiencias como Alternativas Nómadas, y un servidor suscribimos un manifiesto que dudo nos convenciese a muchos. Pero lo hicimos, al menos por lo que me tocaba, en el convencimiento de que no hacer nada solo abocaría a la extenuante perpetuación del escenario político creado tras el 20N, falaz en una Catalunya tan poco creíble como un Artur Mas independentista y desoladora en el resto del Reino de España como la aceleración de los recortes sociales, los desalojos en cadena, las vidas quebradas por doquier.
III.
Desde el principio quedó claro que no íbamos a asistir a una ruptura democrática, que no se iba a inaugurar un proceso constituyente, que no se iba a derrocar el régimen. Los procesos históricos no nacen de actos voluntaristas, sabido es. Con demasiada facilidad se han creído mucho estas palabras en estos tiempos convencidos de que todo régimen deslegitimado es una quebradiza pieza a la que solo hay que asestar un toquecito en el lugar adecuado.
Nada más falso. El régimen resiste y seguirá resistiendo mientras no se le confronten alternativas. Y Podemos, lo adelanto ya, no lo es. Cualquiera que disponga de la formación política suficiente debe ser honesto (incluida la gente de Podemos) y debe comenzar por constatar un hecho básico: Podemos no es ningún final. Ni siquiera un principio. A lo sumo un gesto para dar comienzo. Y esto es otra cosa.
Después de todo, de esto se trataba: de volver a introducir cierta incertidumbre en los alineamientos del mando, de poner nervioso al establishment, de demostrar que los procesos que por ahora se despliegan inconexos, ruidosos, espasmódicos, informes, aleatorios, etc., no son solo caos, sino la forma que adopta un orden emergente, más complejo, más rico, más democrático. El ruido del tumulto en las calles, sabía el genio florentino, es el signo que anticipa el nacimiento del acierto político, de la institución democrática.
Este ha sido uno de los principales problemas que ha habido a la hora de comprender que es Podemos: demasiada necesidad de ilusionarse, demasiada confianza en que la política de partido (no digamos ya un notable) puede resolver algo con unas elecciones, demasiado de lo viejo. Pero también, y mucho peor, en realidad, visto lo visto, demasiado de la oposición a esto: demasiado necesidad del cinismo y crítica fácil, demasiada confianza en que el movimiento no necesita de partidos o notables, demasiado de lo viejo igualmente.
Y es que lo más parecido a los entusiastas Podemos (a ese cándido creerse que por fin se puede volver a creer en la política, que por fin vuelve la ilusión, etc.) han sido sus enemigos declarados: que si el narcisismo de Pablo Iglesias, que si el «iluminado líder pastoril», que si su machismo, que si su clasismo, que si su españolismo, que si sus tantos -ismos (seguramente bien creíbles en su inmensa mayoría por el rasero de medir del elitismo activista) que al final, cuando uno se abstrae de tanta respuesta compulsiva, de tanto acto ideológico reflejo, ya solo se puede ver una cosa: esa tremenda impotencia que es hablar desde un lugar perfectamente impolítico, desde un lugar que, por irreal, que por constituido en exclusiva con la materia de la falsa consciencia, resulta ser el punto de partida en el que Podemos empieza a cobrar sentido.
IV.
Podemos ha sido, en efecto, un proceso feo, estéticamente bastante lamentable, discursivamente con un olor a populismo de importación que en más de una ocasión hemos tenido que mirar para otro lado, apagar el ordenador y llorar en silencio por nuestra Europa, la de los de abajo, la que tanto ignora la elite neoliberal como el doctorando de estudios culturales tan harto de criticar el eurocentrismo como de desconocer la Europa otra. Podemos ha creído, especialmente por boca de sus voces más autorizadas (de sus notables) poder traernos un proceso geohistórico de otro lado del planeta a este con no menor ingenuidad con la que otros han estado importando neoliberalismo anglosajón.
El diagnóstico es impeorable en los términos de la más elemental ciencia política. Hay que ser un auténtico analfabeto en materia de Política Comparada como para creerse las tesis de la latinoamericanización de la política española. Hay que ignorar cosas tan importantes y tan decisivas en unas elecciones europeas, como la existencia misma de la Unión Europea, su naturaleza, su gobernanza multinivel, sus mutaciones de la soberanía nacional, etc., etc. Podemos carece, por esto mismo, de una estrategia política mínimanente creíble o avalable desde una perspectiva emancipatoria, claro está.
Pero Podemos no es un partido y menos aún un intelectual orgánico. Podemos apenas puede ser algo más (y nada menos) que la alegría de una noche electoral, que la sacudida de lo inesperado. Podemos miente cuando pregunta «¿cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?». Y miente porque sabe que solo con esa pregunta retórica podrá, en efecto, provocar esa descarga que cientos de miles, millones, están esperando: el shock de la zozobra, del hacer presente la precaria incertidumbre cotidiana de nuestras vidas en la hasta ahora blindada seguridad de las elites políticas (incluidas las de IU, que tan felices se las prometían, hasta la aparición de Podemos, con un resultado tan histórico como inmerecido y por el que no habrían dado un palo al agua).
V.
Lo confieso: al principio intenté participar en Podemos. Por indicación de algunxs compañerxs creé el Cercle Podem Barcelona, al tiempo mismo en que, sin contacto alguno con el centro neurálgico de la campaña, aparecía un Podemos Barcelona; así, en español, con la que por aquí está cayendo. Hice algunos contactos, pero más allá de múltiples razones que ahora no vienen al caso, eran demasiados los factores que me chirriaban en el desarrollo de lo que iba viendo como para animarme a echar un cabo (a pesar de lo cual he acabado echando aquí y allá alguno que otro).
Podemos es política de notable al servicio táctico del movimiento; ni siquiera es política de partido. Podemos son en realidad dos mundos que discurren en paralelo: el del grupo de notables y el del conjunto de círculos que han organizado los actos en los que los primeros han puesto su voz al servicio del éxito de una candidatura electoral. En este sentido, Podemos puede ser visto como un retroceso incluso a la institucionalización del pluralismo democrático del Estado de partidos (Parteienstaat). Y sin embargo, no podría ser de otro modo que así tuviese éxito. Podemos está donde el cuerpo social de este país y así se ha demostrado y así se demostrará cuando se comparen sus resultados con los de otras opciones, en abstracto sin lugar a dudas mucho más avanzadas, pero políticamente incorpóreas.
Henos aquí, pues, ante una paradoja que aboca a votar por la lista que encabeza Pablo Iglesias. Podemos tiene cuerpo. Lo ha incorporado por medio de sus círculos, por medio de una praxis que sin lugar a dudas dista años luz de lo que podamos entender por una política a la altura de una democratización suficiente. Acaso por eso durante todo este tiempo haya preferido concentrar mis esfuerzos en dar apoyo al Multirreferéndum, una causa infinitamente más avanzada, práctica instituyente en el terreno de lo propositivo que avanza ya una democracia real. Poco importa, desde hace meses, y sin duda este domingo, Podemos pondrá cuerpo a la política. Y eso cuenta.
Por eso he venido incidiendo estos días sobre la crítica a la abstención (al cuerpo que se ausenta, como Santa Teresa, en un vivir sin vivir en sí de la política). Comprendo, lo he practicado y lo defiendo, el voto nulo. Quien se las de de ácrata, de querer sabotear el régimen, de «pasar de la política» que haga el favor de reflexionar un poco sobre cómo opera la legitimación del sistema electoral, sobre cómo la abstención es funcional a sus dispositivos y hasta qué punto eso es, precisamente, lo que durante las últimas décadas ha buscado la oligarquía cleptocrática que ha deconstituido el régimen de 1978. Creo que quienes no creemos en esa ficción llamada Estado nos merecemos un anarquismo algo más capaz de intervenir en las decisiones efectivas.
VI.
¿Por qué entonces votar Podemos? He apuntado ya alguna idea. Pero por sistematizar, acabaré intentando exponer de forma sintética algunos argumentos que me parecen de peso suficiente para acabar introduciendo en la urna la papeleta con el rostro de Pablo Iglesias.
En primer lugar, como he dicho, por un cambio de guión. Por ínfimo que sea, un cambio de guión puede tener consecuencias imprevistas. Un cambio de guión al final de la manfiestación del 15M (una convocatoria tan institucionalizada como unas elecciones) tuvo unas consecuencias de las que hoy quien más quien menos todxs nos alegramos. No quiero decir con ello, debería ir de suyo, que uno, tres o cinco escaños de Podemos vayan a traer de vuelta una multitud a las plazas. Sería falso, además de reiterativo: Podemos ya ha puesto multitudes en las plazas en estas semanas. Simplemente digo que con elementos imprevistos en el guión la imaginación alza el vuelo. Y eso, visto lo visto, no es hoy precisamente algo que nos podamos ahorrar.
En segundo lugar, porque la candidatura Podemos, quienes han participado en su elaboración, quienes la están protagonizado, comportan el cambio de composición social más relevante que hayamos vivido en tiempo. Conozco a Pablo y sé de su situación personal, de lo que ha vivido en la universidad; puedo hablar igualmente de no pocos integrantes de la lista, a quienes también conozco bien. Pero sobre todo, no puedo sacarme de la cabeza lxs participantes en las primarias; las horas que pasé examinando sus fichas. Quienes me leen desde hace tiempo saben que llevo insistiendo en que mientras sigan ahí las izquierdas de partido y sindicato que pergeñaron los Pactos de la Moncloa, las subjetividades de la precariedad seguiremos capturadas en los dispositivos representativos del régimen. Esto puede empezar a cambiar con la candidatura Podemos.
En tercer lugar, la candidatura Podemos no será un populismo por más que eso sea lo que tienen in mente algunos de sus notables. Podemos llega tarde, por suerte, para ser un populismo. De hecho, como populismo ha fracasado, toda vez que Podemos no conseguirá «ganar», tal y como se predicaba. Podemos conseguirá algo mejor a los efectos del complejo escenario de un régimen en crisis como este en el que vivimos: conseguirá interpelar. La prédica schmittiana del nosotros/ellos, la perorata pueril del ganadores y perdedores, la impostación hobbesiana que hace hablar al cuerpo social como el ventrílocuo a su muñeco no responden a la realidad de nuestra constitución material y por ello mismo no hay en esto el menor riesgo.
En cuarto lugar, Podemos reabre la política para muchxs que necesitaban un terreno político que pudiesen comprender de manera sencilla, si necesidad de asistir a ciclos formativos sobre democracia directa (por más que por aquí llegará un día la solución y esta instrucción sea hoy absolutamente necesaria). Las elecciones han sido, para generaciones enteras desde la transición, la única forma adoptada por la política. El 15M, de hecho, ha sido para una cantidad inmensa de gente (muchísimos votantes de Podemos) un espectáculo televisivo o un evento incomprensible con el que se cruzaron un día en la calle. Por eso votar Podemos es también brindar un puente a que perdure una cierta politización: aquella misma sin la cual tampoco habrá interlocución más allá de los ámbitos activistas en que se pueden, empero, experimentar soluciones novedosas. Cada cual tiene su vida, su experiencia. Ya está bien de querer hacer vivir a demás lo que valoramos como lo bueno.
En quinto lugar, Podemos estimulará la reflexión sobre los límites de su propio proyecto y nos brindará un nuevo caso con el que pensar futuros proyectos de intervención, desde el movimiento, en las esferas del gobierno representativo. Podemos ha acumulado una cantidad importantísima de inputs con los que es necesario trabajar para conocer la realidad de la situación en que nos encontramos, las insuficiencias de las distintas modalidades de agencia, la manera en que estas se pueden articular en un proceso de mucho más largo alcance.
En sexto lugar, Podemos contribuirá a la caída del bipartidismo. A diferencia de otras opciones que por no conseguir escaño lo reforzarán, Podemos nos asegura (encuestas mediante) que ampliará el espectro político para incorporar voces hasta ahora acalladas en la política. Resulta paradójico que este cambio se haya tenido que producir en la esfera mercantil antes que en la estatal, en las tertulias televisivas antes que en las elecciones.
Pero no podía ser de otro modo: es el resultado lógico de décadas de este régimen, de una izquierda tan mojigata en las instituciones como cobarde en las calles; de una izquierda delatora de los compañeros en los centros de trabajo, mezquina en su conversión a los valores del neoliberalismo, autoritaria en su gestión de la potestad estatal para destruir el disenso, tanto externo como interno. Al igual que la entrada de David Fernàndez en el Parlament de Catalunya ha hecho imposible que ICV pueda volver a permitirse comportamientos como los que tuvo contra los estudiantes durante las manifestaciones contra el Plan Bolonia o contra el 15M cuando el bloqueo del Parlament, la izquierda en su conjunto va a tener que empezar a posicionarse en relación a la emergencia de Podemos. Quienes hayan seguido la campaña en estos últimos días de imparable ascenso de Podemos, saben perfectamente lo que han sido algunos de los planteamientos finales de las estrategias erradas) de competidores menores. Podemos, empero, ha sabido no perder de vista el horizonte que toca y seguir pensando en quien tiene que pensar, que derrotar, que desalojar de las posiciones del poder.
Acabo este largo post no sin poner la vista mucho más allá de algo tan poca (mucha) cosa como votar Podemos. Seguimos en crisis, seguimos pasándolo muy mal, seguimos sin poder conciliar el sueño. Vamos a seguir así por bastante tiempo. Es preciso que tras las elecciones se recupere perspectiva más allá del terreno electoral. Nos urge pensar lo institucional en ámbitos que no solo estén en manos de la lógica de partidos (al fin y al cabo unas elecciones siempre serán el terreno privilegiado de la forma-Partido), nos tardan ya en llegar iniciativas que como las ILPs que integran el Multireferéndum se agreguen en este como práctica instituyente de una democratización efectiva, de un régimen político cuyo diseño incorpore la participación directa como un rasgo definitorio y sustantivo.
Salvo imprevistos nos falta un año hasta la próxima convocatoria electoral. En este tiempo es preciso que aprendamos a vencer un tópico que nos engaña. Decimos que la democracia no puede ser votar cada cuatro años, pero la política de partido se las ha arreglado para que, en realidad votemos cada año o cada dos años; sobredimensionando con ello el valor del voto, la importancia de lo que está en juego, la necesidad del protagonismo mediático partitocrático que luego nos oculta y nos cercena.
Invirtamos la lógica. Las próximas elecciones nos invitan a ello. Al fin y al cabo el poder local es el más próximo al cuerpo. Busquemos al vecino y busquemos la articulación de procesos que hagan que para cuando lleguen las elecciones parezcan intrascendentes a nuestro empoderamiento. Gamonal marcó un punto primero de referencia; un momento que vino a catalizar los miles de «sí, se puede» con los que la PAH fue parando, día a día, centenares de desahucios. Que los círculos Podemos muten ahora en asambleas de barrio, en espacios municipales de agregación de demandas, de encuentro y deliberación colectiva. Poco importa si para ello hay que enviar al garete el sello.
Sin ilusión innecesaria, sin histrionismos de campaña, con la gravedad que requiere defenderse en todos los frentes, creo que lo mejor que se puede hacer este domingo es votar Podemos. No porque sea un deber moral, histórico o patriótico, no porque con ello se vayan a resolver nuestros problemas, no porque con ello se avance hacia la reconstrucción de la izquierda, no porque conseguiremos dar un susto a la troika. Sencillamente porque no hay ninguna otra opción menos mala y la situación es tal que ya no nos podemos permitir elegir. Necesitamos ese cambio de guión y Podemos es la única candidatura que puede conseguirlo.