Foto de Samuel Rodríguez: gracias por documentarlo todo! 🙂
Se acaba una jornada histórica. Todavía es pronto para evaluar el impacto profundo de lo sucedido, pero está claro que hemos asistido a un acontecimiento sin precedentes para la política de movimiento. Las mutaciones del repertorio modular de acción colectiva que se han venido operando en el curso de estos días se han precipitado esta mañana. Lo sucedido ya no se deja traducir a los usos lingüísticos que nos son habituales. Estas mismas palabras con las que intento dar cuenta del acontecimiento se prueban demasiado torpes, una suerte de langue de bois que apenas alcanza a expresar la torpeza ideológica de algunos conceptos. No importa. Lo único que cuenta en realidad es el acontecimiento, su potencia incomensurable, la exigencia política de su efectuación.
El salto cualitativo estratégico que buscábamos estos días al intentar salir del impasse en que nos encerraba la plaza se ha producido. Algunas derivas de las redes presentes en la plaza, diversas entre sí aunque compartiendo su carácter centrífugo, evidenciaban una pérdida inequívoca de perspectiva política, el olvido de Leviathan. La convicción creciente –mediáticamente inducida– de que el proceso estaba condenado a su fin, el deseo de orientar el proceso en un sentido u otro por efecto exclusivo de un hacer, el desapego del principio de realidad que resultaba de la mutación de subjetividad resultante del descubrimiento de la política, etc., etc. No eran pocos los indicadores de que las cartas comenzaban a repartirse a favor del mando. Quizá por ello mismo se sintió en condiciones de proceder.
A las siete de la mañana el helicóptero comenzó a sembrar el nerviosismo. Lxs acampadxs estaban rodeados por un primer cordón policial y un segundo cordón establecía una distancia insalvable entre ellxs y nosotrxs, quienes empezamos a rodear el dispositivo policial. Al llegar el escenario se presentaba como tantas veces antes: lxs mismos activistas de siempre, caras conocidas que nos reconocíamos con un guiño, un abrazo, un saludo cualquiera; las formas de una complicidad fraguada en todos estos años. Ni rastro, por cierto, de las militancias de los partidos y sindicatos del régimen; hasta la gran fiesta de la tarde no aparecieron para marcarse el tanto como es habitual.
Y de repente un gesto…
Al cabo de una hora o así, la cosa no pintaba nada bien. En la plaza faltaba masa crítica. Apenas alcanzábamos a estar por tierra unas docenas mientras a golpe de porra y presión, los mossos iban abriendo la vía para la salida de las camionetas que se debía llevar todo el material con el que se ha venido construyendo estos días el ágora de la multitud. La resistencia pacífica y pasiva, con conseguir ralentizar un proceso que se había previsto y presentado mediáticamente como una «operación de limpieza», no había conseguido asestar el golpe que cambiase el equilibrio de fuerzas. Este llegó con el pinchazo de la rueda del primer camión. A partir de ahí todo cambió. La multitud alzó el vuelo.
El tiempo empezó a jugar a favor de los manifestantes. Las paradas del metro comenzaron a borbotar activistas y gentes solidarias. La multitud iba creciendo, empoderándose, al tiempo que las fuerzas policiales empezaban a demostrarse insuficientes, cansadas, impotentes frente a los movimientos ágiles y orgánicamente coordinados de un montón de singularidades guiadas por el intelecto colectivo. Nadie daba órdenes, tan sólo se respondía sincronizadamente al Leviathan acorralado.
Y el monstruo bíblico, su encarnación institucional moderna, no dejó de golpear, de atacar allí donde podía. En vano. Aunque algunxs compañerxs se iban retirando al ser golpeadxs, la dinámica era imparable. Todos los huecos eran cubiertos, todas las ausencias suplidas por un mismo deseo: recuperar el espacio público, la opción a otra democracia, a una democracia real. Las horas fueron pasando y se abrieron negociaciones (¡buena señal!), la inoperancia policial comenzaba a suponer un desgaste físico y moral, las porras comenzaron a irse con facilidad, pero llegado un punto las cosas se pararon.
Y luego, por fin, el repliegue, la retirada de los mossos, causantes de más daños que remedios, de más empoderamiento que disciplina, de más indignación que resignación… La retirada comenzó relativamente bien, pero a medida que las columnas de policías se iban retirando, la multitud se lanzaba desbocada y triunfante a reocupar la plaza. Anegando, desbordando, haciendo vibrar un cuerpo social armónicamente se restituyó el ágora. Las fuerzas policiales se vieron acorraladas, el helicóptero tuvo incluso que descender para proteger a los agentes rezagados; en las calles colaterales comenzó un toma y daca entre antidisturbios y manifestantes.
Empezamos a ver casquillos, a recoger las pruebas de la violación sistemática y organizada de todos los procedimientos previstos. Las fotos de mossos sin placas identificativas circulan ya por la red. Sus pasamontañas, justificables únicamente por las condiciones metereológicas denunciaban el absurdo de un día en que la multitud se puso a lucir un moreno ya casi estival. De los medios no paraban de llegar las mismas lecturas miserables de siempre, Cuní a la cabeza de lo que con razón alguno llamó «mass mierda».
Al final, la plaza volvió a estar donde debía haber comenzado la jornada. Sólo que ahora se abarrotaba radicalmente transformada en un nuevo ágora, en un espacio deliberativo, participativo y decisional mucho más poderoso; en un lugar de libertad para quienes a diario se ven privados de voz, de tiempo, de vida.
Esta mañana un espasmo orgánico de la multitud nos ha devuelto el impulso; nos ha resituado en el horizonte político del que nos habíamos comenzado a apartar con tanta subcomisión, tanta psicopatología de la primera libertat, tanta frustración enviada, de golpe, al olvido. Hora es de que comprendamos el alcance de nuestra fortuna y empecemos a pensar en la importancia de no dejarnos arrastrar por lo impolítico, por la pérdida de vista del mando al que nos enfrentamos, del poder soberano frente al cual hemos de abrir paso al proceso constituyente. Es posible, es real.