Jun
08
[ es ] El día después: impresiones movimentistas
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Hoy es el día después. Quien más quien menos ha compartido hoy impresiones y avanzado algunas hipótesis de comprensión sobre los resultados electorales. De aquí a un tiempo comenzaremos a tener los análisis politológicos de los especialistas en elecciones. Pero entre tanto, el momento deliberativo no ha terminado y no está de más ir desarrollando algunos argumentos a la vista de la que se nos echa encima desde los grandes medios de comunicación: acusación de desafección, simplificación bipartidista, etc. Lejos de querer realizar ahora un examen exhaustivo de todos los problemas de fondo, me gustaría centrarme en algunas claves relativas a los resultados de los partidos de la izquierda más a la izquierda.
Hasta aquí, todo va bien…
Comenzando por los partidos más moderados de esta izquierda más a la izquierda, parece claro que la abstención creciente les ha pasado factura. O dicho de otro modo, mientras que la derecha, aún perdiendo votos y porcentaje, consiguió ganar las elecciones, la izquierda implicada en los gobiernos se ha desgastado todavía mucho más. Ha habido, por lo tanto, un voto crítico con la gestión de la crisis y aunque por veces pueda expresarse en términos particularmente reaccionarios (así, por ejemplo, el voto a UPyD), está claro que las expresiones de descontento con los gobiernos son un hecho difícilmente rebatible. Lo es, asimismo, el hecho de que la Socialdemocracia europea (y en buena medida bastantes de sus aliados puntuales) se ha derrumbado fuera más de lo que aquí. Pero aquí también.
El juego representativo, sin embargo, está sólo parcialmente en crisis y ello explica a la par (1) la elevada abstención y (2) el hecho de que las candidaturas alternativas y/o contestatarias, a pesar de ganar voto, tampoco hayan sabido traducir adecuadamente en votos el descontento (quizás haya algunas honrosas excepciones en el panorama europeo como el Partido Pirata sueco). Entiendase, el descontento canalizado por las candidaturas es muy inferior al canalizado por la abstención. Algo debe fallar, pues, en sus proyectos políticos.
Entre las evidencias de esta crisis parcial del juego representativo se encuentra el hecho de que las fuerzas de izquierda y nacionalistas que apoyan al PSOE se aferran al mantenimiento de su representación como mejor evidencia de que su particular concepción de la política sigue en pie. Como decía aquel personaje de la película La Haine a punto de estamparse contra el suelo: jusqu’ici tout va bien. «Hasta aquí», piensan IU, BNG, ICV, ERC, etc., «todo va bien».
Sin embargo, al margen de todas las absurdas extrapolaciones de datos que se están haciendo desde ayer a la noche, parece evidente que el toque de atención ha sido lo suficientemente grave, sin ser lo suficientemente desastroso, como para que parezca razonable pensar que en estos momentos hay una mayoría social que no desea que la derecha gobierne la crisis, pero que tampoco se piensa implicar en las políticas que se han hecho por el momento. Ciertamente, esto es jugar en la cuerda floja (en las elecciones gallegas, de hecho, se saldó con la ajustadísima victoria del PP que ahora parece que vuelve a recuperar la iniciativa política) y la tentación de la izquierda parlamentaria , que seguramente veremos en breve, es amenazar con que viene el lobo a fin de que el ciudadano de a pie -el que realmente está pagando la crisis- se implique en los matices de los juegos parlamentarios. Dado, por lo tanto, el aumento del riesgo, no parece muy sensato esperar a que la realidad se nos eche encima.
¿Participación o aquiescencia?
Vaya por delante, antes de nada, un planteamiento de partida: lxs ciudadanxs de a pie (de izquierda, con conciencia política de los problemas sociales o como se le quiera decir) tenemos el deber cívico de implicarnos. No debería haber dudas al respecto. Pero implicarse no significa implicarse a cualquier precio. A fin de resolver, por lo tanto, la tensión que se genera entre la deserción electoral (nótese: deserción y no desafección), resulta preciso repensar cuál es el vínculo que une a candidatos y electores; el tipo de pacto o foedus que hace posible la representación parlamentaria en el momento actual (partimos, por lo tanto de que la representación no es un hecho ahistórico e inmutable, intrínseco a la lógica del poder constituido).
En este orden de cosas hemos de tener presente que la sociedad ha cambiado mucho en las últimas décadas y sigue cambiando a ritmo acelerado. Hasta no hace tanto, la sociedad estaba lo suficientemente escindida en «líneas de fractura social» (cleavages) claramente definidas, sobre cuya base los representantes podían ejercer la representación sin miedo a ser deslegitimados. Conocido es el ejemplo del Partido Comunista Francés de posguerra, que decía de sus votantes que acompañaban al Partido, de la «cuna a la tumba».
Como es sabido y ha sido demostrado hasta la saciedad por infinidad de análisis electorales, el voto se ha hecho más volátil y la fidelidad de partido es cada vez menor. Las propias maquinarias de partido han notado estos cambios y se han adaptado a ellos en el tránsito de lo que se conoce como el paso del partido «atrapalotodo» (catch-all party) al partido «negociador de intereses» (cartel party).
El PSOE ha dado buenas pruebas en los últimos años de haber acusado recibo, aunque desde que ha llegado al gobierno se ha anquilosado. Así, la democratización interna (¿alguien recuerda ya las primarias y los independientes?) y apertura externa de sus años en la oposición han dado paso al aparato de partido que busca mantenerse en el poder por medio estrictamente de los recursos institucionales que le confiere el gobierno representativo. Lógicamente esto refuerza la mal llamada «desafección» (¿qué pensar si eres de los que creyeron realmente que el PSOE se estaba abriendo a la sociedad cuando, una vez en el poder, el partido se cierra?).
No parece que esto vaya a cambiar, y este seguramente es el primer mal dato del que hemos de partir. El principal partido del gobierno no acusará recibo de las demandas sociales por más que se le presione desde las calles; no al menos más allá de (1) la apropiación obscena y terjiversadora de las exigencias del movimiento (así ha sucedido, por ejemplo, con la política de vivienda y las movilizaciones por el derecho a la vivienda) o (2) del cambio de talante sin cambio de política (así, por ejemplo, la política universitaria respecto al Plan Bolonia).
Por lo que hace a las fuerzas que sostienen al PSOE, la cosa no es menos preocupante. Sin embargo, por su mayor fragilidad e interés en incrementar respaldo social deberían (y decimos «deberían» porque no parece que se acusen recibo) replantearse por completo su actitud hacia los movimientos.
Así, por ejemplo, el BNG parece que desde que ha perdido el poder quiere recuperar el pulso por la izquierda y en la calle. Como si durante sus cuatro años de gobierno no hubieran hecho una gestión muy mediocre, por no decir cosas peores, en los últimos meses ha creído ver en las movilizaciones en defensa del gallego o en algunas otras luchas sociales del momento, la puerta a una recuperación del espacio político perdido (todo esto, hay que precisar, en una más que modesta medida, evidencia de que la maquinaria partidista todavía está encajando en una muy lenta digestión su derrota electoral). Lógicamente, después no ya de una legislatura sino de una década operando como aparato fuera por completo de las redes de activistas, el BNG practica toda suerte de torpezas, muchas veces sin llegar a darse cuenta. Su problema más grave, sin embargo, no está en el movimiento (aunque obscenidades como el comportamiento de algunos dinosaurios en el Foro Social Galego puedan llegar a ser verdaderos problemas). El principal problema del BNG es que sigue sin entender que modelo de organización política ha de adoptar para ser un interfaz funcional a las demandas sociales que nacen en el movimiento.
Algo parecido ocurre, por cierto, con Esquerra, IU y otros, incapaces de adaptar sus estructuras más allá del reajuste interno de elites consiguiente a las derrotas electorales. Entre este tipo de fuerzas políticas, seguramente ICV se salve parcialmente en la medida en que se ha liberalizado como partido de cuadros «externalizando» el sectarismo gracias , entre otras cosas, a las torpezas de EUiA y el aventurerismo neotrotskista de algunos ex militantes, ahora en Revolta Global.
Por lo que hace a las fuerzas políticas extraparlamentarias, las cosas tampoco están mejor, como veremos más adelante. Llegue con decir por el momento que siguen operando en modelos de participación post- o neo-leninistas inoperantes en la sociedad postfordista (inadaptación esta, por cierto, muy poco leninista, a la vista de la inteligencia organizativa, que no democrática, de Vladimir Ilich Ulianov).
En cualquiera de todas las lógicas anteriores, el problema viene a tener una misma raíz, aunque expresiones diferentes. Y es que en la constitución material de las sociedades postfordistas, los partidos no pueden seguir aferrándose a los niveles de autoritarismo y mecánica transferencia de legitimidad de antaño. Sencillamente porque, aun en toda su precariedad, las figuras productivas de nuestras sociedades no operan ya en los parámetros de la verticalidad y jerarquía en que fueron disciplinados nuestros mayores gracias a instituciones como la escuela, el ejército, el hogar y, sobre todo, la fábrica.
Del 68 al 77 tuvo lugar un cambio estructural evidenciado en el cambio de valores, en las prácticas organizativas, etc., sin cuya comprensión no se puede pretender hoy que se articule una relación sinérgica entre representante y representado. Pretender que el Precariado indefenso ante los abusos patronales y sindicales (ante los abusos de los mecanismos de acción social concertada neocorporativa que se instuyeron con los Pactos de la Moncloa) siga cargando sobre sus espaldas la disciplina de Partido, la reproducción de mitos y valores, de prácticas discursivas, de jerarquías autoritarias, cuando, en su vida cotidiana es la contingencia, la negación, la ilegalidad (no la propia, sino la de quienes le sitúan en ella), los abusos de poder, etc. lo que determina su existencia, es pretender algo sencillamente contrario al principio de realidad. El neoliberalismo no es, como piensan funcionarios y contratados fijos de clase media, un sencillo problema administrativo de esta o aquella políticas públicas. El neoliberalismo para los más es la condena a vivir en la ley de la selva y aquí nadie sabe de consensos keynesianos.
La participación, por tanto, no puede seguir confundiéndose con la aquiescencia. Participar, para las figuras laborales del postfordismo no sólo es obedecer a la cadena de mando (en el paralelismo leninista de la fábrica fordista: el Politburó decidía, los cuadros transmitían las órdenes y los obreros las cumplían). Participar hoy es co-decidir, implicarse en las decisiones decidiendo, no optando únicamente (así, Hirschman) entre la «salida» o la «lealtad».
Las maquinarias de partido, sin embargo, parecen operar todavía dentro de una lógica que no entiende el disenso y/o la oposición interna como pluralismo, sino como ausencia de unidad y, por consiguiente, debilidad política. Y es que ¡cómo nos pesa el Cristianismo! Esta es, en rigor, la clave sobre la que pivota todo el problema organizativo: invertir la lógica categorial del culto a la unidad por la comprensión de la contingencia intrínseca a los juegos cambiantes de alianzas entre singularidades irreductibles que configuran el enjambre de la multitud. O dicho con otras palabras, la participación exige otros diseños institucionales que se ajusten a marcos organizativos flexibles acordes a la realidad de nuestros días.
El horror vacui que hoy produce la ausencia del uno-autoridad-decisor (vale decir, el soberano moderno) en tanto que referente para constituir cualquier proyecto es el peor enemigo de la producción de un interfaz representativo funcional a la politica del movimiento y eficiente a las luchas sociales. Mientras las organizaciones se constituyan en términos participativos desde la adaptación del «sujeto» (también de sujetar) al decisor y no a la co-decisión de las partes del «movimiento» (lo que se mueve no está «sujeto»), el modo de mando que sustenta el neoliberalismo seguirá imponiendo sus políticas, los socialdemócratas intentarán gestionarlas y las izquierdas subalternas dulcificar en la medida de lo posible sus efectos devastadores; siempre, claro está, bajo la amenaza de que la alternativa es el regreso de la derecha neocon. Pero como todos sabemos, esto hace de la democracia, turnismo, y de la alternativa, alternancia. De ahí que el PP, CiU y demás, se froten las manos ya pensando en su regreso.
Urge, pues, empezar a pensar desde la forma de soberanía postmoderna (la soberanía que se funda en una concepción del poder como acción desde el común) que se efectúe en la multitud, esto es, desde el ejercicio efectivo a decidir sobre aquello que le compete a uno. Lo contrario, justamente, de lo que ha hecho la izquierda frente a las reivindicaciones universitarias sobre el Plan Bolonia. No se puede limitar la respuesta participativa a Bolonia como lo ha hecho ICV, venir con gestos a la galería sin garantías de otra participación, como ha hecho Romeva y pretender, a pesar de todo ello, no perder votos. El tripartit debería pensarse esto muy en serio de aquí a las próximas autonómicas.
Good bye Lenin! Experimentos en la frontera post-leninista
Vayamos ahora con las dos fuerzas a las que nos referíamos en el post anterior y que, de algún modo, se quieren representativas de alguna modalidad de alternativa a los males de la socialdemocracia y sus subalternos eventuales. Tal y como apuntábamos en nuestro anterior post, ninguna de las dos alternativas más consistentes, Izquierda Alternativa-Revolta Global (IZAN-RG) e Iniciativa Internacionalista-La Solidaridad entre los Pueblos (II-SP) se han originado dentro de un paradigma organizativo realmente alternativo por más que sus retóricas discursivas insistan hasta el hastío y la obscenidad en su alteridad. Y para prueba, los propios resultados electorales, por más que en modo alguno comparables.
De hecho, la paradoja de II-SP es que a pesar de sus limitaciones ha conseguido notables rendimientos. En la Comunidad Autónoma Vasca, por ejemplo, II-SP ha dado voz no sólo a los votos anulados en las elecciones autonómicas, sino que ha conseguido empatar incluso con el PP como tercera fuerza política. Y a pesar de que Rubalcaba se apresuró a felicitarse por que Sastre no fuese eurodiputado (en un indudable ejercicio de resentimiento con la decisión del Tribunal Constitucional), el hecho es que no se puede obviar que el conflicto vasco sigue estando ahí, como dramática evidencia de la crisis del soberano moderno.
En el terreno de las sinergias y rendimientos, por más que anecdóticos, cabría apuntar la realización de la unidad electoral del independentismo gallego, a pesar de la imposible unidad organizativa y seguramente algo equivalente en el caso catalán. Con todo, tampoco nos engañemos, la mera agregación táctica de sectas postleninistas no hace la política de la multitud. Fuera del conflicto vasco, entendido como conflicto de la soberanía moderna, el gesto no ha existido, y el fracaso grupuscular no es diferente al de otras candidaturas de la extrema izquierda.
Pero las evidencias empíricas mencionadas son a la vez pruebas que demuestran hasta qué punto en la lógica de la escisión, obedeciendo estas organizaciones a las dinámicas institucionales de la reductio ad unum que instaura el soberano español, paradójicamente sólo alcanzan a producirse territorialmente desde el desplazamiento a que induce el éxodo, mientras que electoralmente no triunfan en las reglas del soberano que rechazan pero cuya estructura desearían para sí. Como anunciábamos en nuestro anterior post, el gesto político se encuentra aquí en la ironía maquiavélica que desvela la potencia de una táctica (el voto que proponíamos a II-SP) capaz de desenrocar y desplazar, al menos durante un tiempo, a los aspirantes a soberanos, poniéndolos al servicio de la política de la multitud. Más, desafortunadamente, tampoco se puede hacer.
Terminemos, en fin, apuntando algunas reflexiones sobre el experimento neotrotskista de IZAN-RG. Sin lugar a dudas se trataba, aun en toda su insuficiencia, de la alternativa más acabada que ofrecían las mesas electorales. Por más que como apunta su propio análisis postelectoral, el estreno en la arena electoral seguramente pueda llegar a ser de utilidad en el proceso de construcción organizativa (una construcción sobre falsos cimientos), sus resultados sin embargo han de ser evaluados a la luz de la política del movimiento desde otros parámetros bien distintos.
En efecto, a pesar de su moderno acabado, IZAN-RG sigue operando en el terreno político de una secta ideológica y sociológica. Como pretendida organización de masas ha fracasado, siendo el suyo un voto que fácilmente se puede demostrar como el resultado de la movilización interpersonal de una serie de redes activistas más o menos simpáticas al discurso, de apariencia alternativa, que desde hace años conforma la prédica de hegemonía neotrotskista. Pongamos un sencillo indicador empírico para que se entienda mejor de que estamos hablando.
Las listas electorales están configuradas por 60 personas (50 candidatos y 10 suplentes) fácilmente identificables, por cierto, en la web de IZAN-RG (acierto indudable de su marketing electoral). En un rápido cálculo aproximado, la proporción candidato/votantes es de 1/420 frente a los 1/2.930 de II-SP (indudablemente, una organización de masas en Euskal Herria) y mucho más cercana a las proporciones microsectarias de 1/253 del PCPE y de 1/215 del POSI.
Así las cosas, una conclusión parece indudable: IZAN-RG no ha sido capaz de dar el salto a la política de masas. Esto, que resulta más que comprensible desde el bloqueo al acceso a la sociedad del espectáculo (cosa que, por cierto, no ocurre a su referente exterior, Besancenot, independientemente de que se haya quedado, también él, fuera del Europarlamento), deja ver, a quien no se aferre a posiciones absurdamente partidistas claro está, que más allá del capital de simpatía (allí donde la tengan) acumulado en algunas redes del movimiento, su influencia política no se extiende más allá de sus propias redes de relación interpersonal (de ahí lo de secta).
Esto último no es de sorprender en un partido cuya organización sigue estructurándose alrededor de la forma partido-comunidad (aunque algo más abierta, evidentemente, de lo que el POSI o el PCPE), esto es, de una organización cuya estructura depende de vínculos de confianza y jerarquías internas informales no institucionalizadas en la propia organización, sino desde la IV Internacional, sus campamentos para jóvenes y otros mecanismos proselitistas que son propios a la subcultura política neotrotskista.
Una vez más, la lógica postleninista se demuestra en toda la impotencia de una política ajena a la lógica de la democracia absoluta en que opera el movimiento. Por más simpatías que generen a su alrededor (simpatías que hay que reforzar y cuyo valor es indudable), IZAN-RG ha de recombinarse si quiere salir de la marginalidad política para entrar definitivamente en la esfera pública e interactuar con el movimiento. Dicho de manera más explícita: abandonar el cómodo mundo autorreferencial e identitario de las sectas políticas y el fetiche organizativo edípico para empezar a hacer política de verdad. Mientras tanto, tal vez seguirá muy de cerca (seguramente más que nadie) la política del movimiento, pero no alcanzará nunca a convertirse en su interfaz representativo.