Jul
19
Corrupción y los límites del perfeccionismo moral
- POSTED BY Mundus IN Artículos periodísticos | Escritos | Política
Los recientes escándalos del PSOE son una trampa mortal para la izquierda, que estos días demuestra su declive irremediable en las encuestas. Esta trampa tiene un nombre en el ámbito de la teoría política: perfeccionismo moral. La autoexigencia de reducir al máximo la distancia entre los grandes ideales que se predican y la virtud pública que se ejerce a diario para bien. A lo largo de la historia de España, parece evidente que este error ha sido mucho más común en la izquierda que en la derecha.
La izquierda valora sus ideales por no verlos realizados todavía, o al menos solo parcialmente, mientras que la derecha convive con sus errores con indulgencia. Y esto, por supuesto, es un problema para la izquierda cuando gobierna, al igual que ser demasiado indulgente con ella misma lo es para la derecha.
Recuérdese el episodio “ejemplar” de los últimos tiempos: la dimisión de Casado. Se enfrentó a Ayuso, señalando sus prácticas poco ejemplares. Dimitió en menos de lo que canta un gallo. Practicamente todo el partido lo abandono en cuestión de días. Quién sabe si, de haber sido diferente la reacción, podría haber luchado más tiempo.
Thomas Jefferson ya nos advirtió sobre los riesgos del perfeccionismo cuando dijo que «la confianza general en el Gobierno es la madre del despotismo. Un Estado libre se funda en la desconfianza, no en la confianza». Con esto señaló que las constituciones limitadas existen para vincular a quienes depositamos el poder. O, como dice el apotegma: «tenemos que elegir a los mejores y observarlos como si fueran los peores».
En España, este problema tuvo una excepción durante un breve periodo de tiempo: el surgimiento de las fuerzas de la nueva política, entre ellas Podemos, Barcelona en Comú, Marea Atlántica, etc. Nacidas bajo los auspicios del 15M, estas fuerzas se propusieron lograr una democracia más completa que la surgida del régimen de 1978. Para ello, elaboraron toda una serie de documentos, códigos éticos según los cuales debían comportarse los cargos electos. Elegían a los que parecían los mejores pero con la confianza de hacerlo sobre la base de vigilarlos como a los peores.
No fue sorprendente que generaran tanto apoyo, especialmente en un momento de degeneración democrática por parte del PP. Ya saben, esa mayoría absoluta de Mariano Rajoy, la última antes de la crisis del bipartidismo. Sin duda, el dilema que se formuló fue de naturaleza moral, pero no como lo fue en el mejor resultado electoral de IU de Anguita o el PCE de Carrillo, sino de una manera radicalmente diferente. Resulta absurdo hoy ver a las caras principales de la política reivindicar la autoridad moral de Anguita y esperar recoger los resultados del primer Podemos.
A diferencia de la tradición comunista, con variantes específicas, Podemos, Barcelona en Comú, Marea Atlántica y otros experimentaron con el perfeccionismo moral. No se trataba de ser mejores ni de no cometer errores. La cuestión era mantener la institucionalidad con la que se habían dotado. Diputados, concejales y otros cargos públicos, por ejemplo, cobraban mucho menos que el establishment, prometían no estar más de dos legislaturas, etc. Este acuerdo contractual fue suscrito por miles y, logró una representación mucho mayor de la que la izquierda había conseguido jamás (recordemos que en el Congreso obtuvieron 69 escaños frente a los 21 de IU de Anguita o los 23 del PCE de Carrillo).
De hecho, este sigue siendo el principal problema de la nueva/vieja política. ¿Qué ha sido del código ético? Sintomáticamente, hoy vemos a políticos profesionales supervivientes que no han mejorado sus resultados desde aquel momento fundacional. Al contrario pierden votos a cada elección. Y ahí siguen, con pocas excepciones, elección tras elección, como si los resultados no fueran una terrible advertencia y el código ético no hubiera dicho nada sobre los límites de mandato.
El dilema de la izquierda, especialmente de la extrema izquierda (porque su discurso exige más), no es si ser corrupto o no, un hecho del que no estaría exenta ninguna formación política. El problema es cómo dotarse de otra institucionalidad y respetarla o abandonarla. Los socialistas lo entendieron bien cuando señalaron que la clave está en qué se hace con la corrupción, no en cómo se previene. Pero esto no basta. Ahora se arriesgan en el Congreso con medidas insuficientes.
Sin embargo, Sumar debería hacer las cosas de otra manera. Para empezar, respetar el acuerdo con la ciudadanía. Un solo ejemplo que liquidaría a buena parte de su estado mayor: ¿cuántos líderes políticos llevan ocho años o menos en las instituciones? La democracia es una forma de gobierno donde cualquiera puede gobernar durante un tiempo determinado. Y esto no es un detalle menor. Forma parte de la esencia misma de la democracia. Es inaceptable hablar de una renovación democrática capaz de acabar con la corrupción y, al mismo tiempo, no respetar los mínimos.
Más vale que se pongan las pilas. No se trata de fundar nuevas marcas con viejos liderazgos como si ese fuese el problema. Se trata de mantener la marca, de sostener la institucionalidad de la nueva política, con otros liderazgos. El poder y la experiencia son un punto, y eso hizo que fuera inteligente pactar con fuerzas progresistas de la vieja política. Pero estas aprovecharon para hacer el agosto gracias a la estrategia suicida de Iglesias al pactar con IU: liquidaron buena parte de la deuda que acumulaban y sobrevivieron en segunda línea al amparo de Podemos.
Ahora se encuentran en primera línea y están volviendo a endeudarse. Y lo que es mucho peor: están aprovechando el caudal de confianza que un día generó Podemos para traicionar a los ciudadanos que una día volvieron a creer en ellos. ¿Quien podrá volver a recuperar la confianza ciudadana con este personal al frente? Vamos directos al abismo de la ultraderecha y no hay nadie al volante.