Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Dic

10

Una década en Twitter


Me informa la red social que hace diez años que me abrí la cuenta de Twitter @_mundus. A tres semanas de acabar el año, roza los diez mil seguidores (¿se conseguirá?). Al poco de empezar tuvo lugar el 15M (en 2011) con lo que las redes más cercanas al activismo de los movimientos crecieron mucho. Luego, en 2014, llegaron Podemos, Guanyem Barcelona y los años de la entrada en las instituciones del gobierno representativo.

En este tiempo, del optimismo en la red y la tecnopolítica pasamos al pesimismo de los bots, los trolls y las pasiones tristes. El balance puede pecar hoy de un pesimismo excesivo, pero no debería renunciar a la crítica. Creo que si resituamos en perspectiva histórica lo vivido es posible disponer de una lectura menos coyuntural de lo vivido. Antes del 15M también hubo movimiento.

Para quienes tenemos memoria política de la democracia, en este país no es difícil recordar la derrota brutal que supuso la Transición y cómo fue seguida de los «odiosos ochenta» (hateful eighties). Desde entonces el neoliberalismo siempre ha ido por delante, aunque por momentos, a lo largo de las fases alcistas de las tres grandes olas de movilizaciones que se sucedieron, se han ido acortando distancias. 

Mi memoria personal es de la primera ola, la de la reconversión industrial, el Cojo Manteca, el No Future y la aparición de las ETTs. El felipismo llamó a aquello «la modernidad» y 1992 fue el año de su consagración. También fue el año del Tratado de Maastricht y el triunfo del proyecto neoliberal europeo, claro. Pero no por ello dejo de ser la época de una movilización molecular con arraigo en los fanzines, las radios libres, los colectivos de los movimientos sociales, las primeras okupas, la insumisión, etc. Mi generación, a menudo encubierta por el narcisismo de antes y después, algún día será recordada con justicia como la que encajó el primer asalto neoliberal: de Thatcher a Solchaga, de Reagan a González.

A la primera ola, agotada a principios de los 90, sucedió una segunda pocos años después. Era la ola del altermundialismo. Comenzó lentamente en la primera mitad de los noventa y se agotó a partir del 15F de 2003, día de la gran jornada contra la Guerra de Iraq, convocada por el FSM de Porto Alegre. De ahí nacieron medios de comunicación activista como los portales en internet (recuerdo bien mi experiencia en Indymedia u Omnibus), el semanario Directa o el paso del Molotov al Diagonal. Las redes sociales se iban haciendo más tupidas.

Y llegó el 15M, que hoy parece que sea el horizonte temporal más alejado hacia atrás en el tiempo que seamos capaces de pensar, generando ese pesimismo del que hablaba. El 15M fue un auténtico boom de la política de movimiento. Quizá por eso se echa tanto a faltar. Pero lo cierto es que, hacia 2013, cuando la PAH llevaba nada menos que millón y medio de firmas al Congreso y el PP las aplastaba bajo el rodillo de la mayoría absoluta y la hipocresía de aquellas lágrimas de cocodrilo de Soraya Sáenz de Santamaría, se había agotado ya la ola y era preciso un gesto táctico que mantuviese abierto el campo político.

Los manifiestos Guanyem Barcelona y Mover Ficha fueron el gesto que mantenía abierto el campo de la ruptura democrática. Pero con el enorme coste de resituar el horizonte político en un terreno para el que no había una maduración política suficiente. Sin una institucionalidad capaz de canalizar la potencia inmensa entonces abierta, lo cierto es que el tirón de las concepciones estatocéntricas de lo político pudo con las redes del activismo.

La hipótesis populista, en lugar de pensar la escisión popular, se preocupó más por cubrir el espacio de la reductio ad unum. El revival de lo «nacional-popular» filtrado por la lectura de Laclau tuvo como resultado su propia ideologización. Hoy es fácil advertir cómo cuando se habla de lo nacional-popular no estamos más que ante una prédica ideológica carente de cuerpo social.

La oportunidad que Podemos tuvo de articular algo distinto se perdió y hoy vemos cómo ya solo quedan nodos enunciantes de un discurso sin cuerpo, incapaces de ver más allá históricamente de una secuencia causal fallida (Podemos como mala ejecución del 15M). Sin recuperar la perspectiva de las distintas olas democratizadoras de la historia del régimen del 78 difícilmente se va a salir de ese atolladero.

Con todo, no hay razón para el pesimismo desmedido. Hay logros de los que nos podemos sentir orgullosos. Rajoy no está. El PP fue desalojado del gobierno y la derecha está fracturada en tres. Solo por la ineptitud en el enmarcamiento discursivo, funcional al cierre del régimen y reordenamiento del campo político, se sigue sobredimensionando el fenómeno derechista. Es una misma pulsión y goce políticamente estúpido que late en el republicanismo identitario y el retorno al enmarcamiento de la derrota característico de la izquierda.

Por descontado, hay una ola en marcha, hoy por hoy solo perceptible a quienes sean sensibles a la experimentación, las mutaciones moleculares y los saltos rekombinantes de la política de movimiento. Es en sí misma una impugnación cuyo alcance sobre lo hecho esta última década está por definir, pero sus agenciamientos corporales y de expresión se encuentran ya en camino. Y si no, tiempo al tiempo. También Podemos, el triunfo municipalista o el 15M antes, sorprendieron a quienes hoy los consideran tan suyos y nada más que suyos.