Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Ago

05

[ es ] El 25S y la hoja de ruta del movimiento


Desde que se ha convocado, para el 25S la ocupación del Congreso, se ha desencadenado una auténtica guerra de contrainformación reaccionaria en la red. Desde las filas del régimen, sus adeptos confesos u ocultos claman al cielo esgrimiendo la más obscena de las demagogias que acusa a quienes promueven esta acción de ser de extrema derecha.  Llama especialmente la atención que sea de sectores pseudo-republicanos y de la izquierda más rancia, quienes más enfervorizadamente atacan esta acción por carecer de un encuadramiento adecuado; o lo que es lo mismo: bajo no tener lugar bajo su dirección en el momento en que lo creen más oportuno. 
Así de infoxicada anda estos días la infoesfera. Quizá por ello sea conveniente no perder la perspectiva y reubicarnos de manera sensata y, sobre todo, democrática, en el contexto en que estamos. Muchos llaman a esto «hoja de ruta» recurriendo a la jerga de la gobernanza. No gusto especialmente del término, pero a falta de otro mejor y dado que me lo han solicitado, aquí va mi lectura de la situación:
Desde el 15M estamos pasando por (1) el momento destituyente, esto es, un momento expresivo, de protesta, de ruptura con el mando que no todo el mundo, por cierto, ni todos los actores políticos relevantes, asumen en igual grado y medida (no pocxs piensan que la cosa se quedará aquí); pero como el movimiento, mal que pese a los conservadores, prosigue su marcha, empezamos a ver cada vez más síntomas de (2) un momento instituyente, o lo que es lo mismo, un momento en que se crean, difunden y consolidan las instituciones de movimiento (centros sociales, cooperativas, colectivos, etc.); y como no hay dos sin (3) el momento constituyente anuncia ya la configuración del régimen político del común o, para el caso, la articulación progresiva de todas las instituciones de movimiento en un marco normativo, procedimental y cultural alternativo al realmente existente.

Cada uno de estos procesos lleva su tiempo, tiene sus ritmos y le importa una mierda que a tí o a mí nos interese ir más rápido o más despacio; sencillamente, se despliega de acuerdo a asimetrías enormes, en un entramado de intereses tan complejo como la sociedad misma y nunca de acuerdo a una linealidad teleológica o a la posibilidad de la interpretación de un interés único o popular (sencillamente porque tras la fase destituyente el pueblo deja de existir y se convierte en multitud). No hay atajos, ni opción emancipatoria alternativa que permita a una agencia del tipo que sea, recomponer un nuevo régimen por medio de una asamblea constituyente.

Fallan estrepitosamente en su lectura de la constitución material de nuestra sociedad (en el diagnóstico concreto de la situación en que estamos) quienes creen que la toma del poder por medio de un partido revolucionario (o en su defecto una cosa más modesta tipo Syriza) es posible, no importando si piensan que el momento es el 25S o un momento futuro más maduro. No habrá tal maduración porque el tiempo de la virtu política siempre es ahora, siempre es el kairós helénico. Carece por completo de sentido participar en asambleas constituyentes si lo que se quiere es hacer progresar una política que haga de la potencia de la multitud un cambio emancipatorio efectivo (otra cosa es que queramos montarnos nuestro régimen populista particular, claro).

Más aún, ninguno de los procesos de movilización social que hemos visto de momento apellidarse como «constituyentes» son, en rigor, poder constituyente alguno. Al contrario, carentes de una lectura mínimamente inteligente de la constitución material, carentes de los procesos de producción institucional correspondientes, carentes de la matriz normativa, de la procedimentalidad y de la cultura política del cambio en sí; limitados como están a ser meras agrupaciones asamblearias en las que algunos notables intentan promover sus experimentos expresivos y de visibilización personal en una arena pública a la espera de traducir sus esfuerzos movilizadores en rendimientos particulares, quienes hoy agitan la bandera de lo constituyente constituyen más bien poco o nada que no sea el síntoma de una notable desorientación política, de una sintomática falta de virtu que no encontrará nunca la fortuna.

Quienes por el contrario se apliquen hoy al (1) diagnóstico de la constitución material, (2) a la interpretación siempre cuestionable y cambiante, necesitada de una constante deliberación agoniística en red, de los procesos antagonistas en curso; (3) a la identificación, en fin, de los vectores que nos sitúan en la línea de la tendencia, ellxs dispondrán de la capacidad efectiva de cambiar el mundo sin tomar el poder, de devenir su propio poder, de ser poder constituyente. La «impaciencia revolucionaria», el vivir permanentemente el drama de la historia, el creerse y practicar el relato de la política molar, ni son prácticas virtuosas, ni confieren poder. Al contrario, nos esclavizan a la desesperante búsqueda de constituirnos como un mando sobre el otro en un mundo en que, por el contrario, el mando se diluye ante el otro y el poder se hace, simbiótico, un poder con, un poder para ser en el común, un poder efectivamente constituyente.