Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Jun

11

[ es ] [ NEM 5 ] Democracia, SL versus Democracia absoluta


En la tarde/noche del miércoes, un grupo de manifestantes procedentes de Sol, protagonizaron una acción en las inmediaciones del Congreso. A la noche siguiente volvió a repetirse. Antes de ayer, en València y Compostela, la policía cargó contra quienes se manifestaban ante Les Corts y ante la sede del gobierno autonómico gallego. Otro tanto sucedió anoche en Salamanca. Hoy han tenido lugar las acciones de protesta y bloqueo ante la constitución de las instituciones del gobierno local votadas el 22M. Para el 14 y 15J está igualmente previsto en Barcelona bloquear de manera pacífica, aunque desobediente, el debate del Parlament sobre los recortes. Como colofón, el 19J se ha convocado una jornada de movilización general en todo el Estado.

Manuel Fontdevila en Público

Parece claro, a la vista de los destinatarios de las movilizaciones, que el ciclo que arranca con fuerza el 15M se vuelve a constituir en abierta ruptura con la declinación liberal de la democracia. A la fase agonística sobre el futuro de las plazas está siguiendo una nueva fase que, por una parte, descentraliza y territorializa en los barrios y, por otra, aumenta la tensión antagonista con el mando en un aprendizaje existoso de gestión de la violencia. Parece que de momento la la maquinaria de Medusa guía con acierto el enjambre de la multitud.

El movimiento entra en una nueva fase del ciclo

Contra todo pronóstico, como suele suceder en las fases alcistas de los ciclos/olas de movilizaciones, el movimiento ha sorprendido a propios y extraños (a estos últimos algo más, claro está) con su hábil gestión del conflicto (la desobediencia a la Junta Electoral en Madrid y la reocupación de Plaça de Catalunya dan buena cuenta de lo que decimos). En las convocatorias previstas para los próximos días, los momentos de fuerte debate en las plazas (momentos agonísticos, de confrontación de ideas y estrategias) vendrán a combinarse nuevamente con momentos de contienda desobediente (momentos antagonistas, de enfrentamiento con el mando); y ello en una dinámica virtuosa que genera cada vez más movilización social. 
Este éxito movilizador es tanto más sorprendente por cuanto que, lejos de aspirar a presionar a las autoridades políticas sobre un aspecto concreto (un problema social, una infraestructura, etc.) promueve una ruptura constituyente, esto es, un desafío al orden político vigente. Memes o frames como los que canalizan consignas como «¡democracia real ya!«, «¡que no nos representan!» y muchos otros, no operan (sólo) en la lógica de pedir un cambio de orientación al gobierno, sino que tienen un carácter destituyente, que apunta directamente al régimen político y a su establishment. Y es que lo que está en liza no son dos orientaciones (hacia la «izquierda» o hacia la «derecha»), sino dos modelos alternativos de democracia: el modelo de la «democracia limitada» (Democracia, S.L.) y el de la democracia «real» o democracia absoluta. La primera sólo para los de arriba, la segunda para todos, sin arriba ni abajo.

¿Qué es la «democracia, S.L.»?
La democracia liberal es una democracia basada en la limitación inherente al juego delegativo-representativo. Por eso la hemos denominado aquí, irónicamente, Democracia S.L. (Sociedad Limitada). Evocamos con ello la idea de que la limitación liberal es, al mismo tiempo, una limitación excluyente para parte del cuerpo social. La parte excluida es sometida a una relación de dominación mediante una representación del significante PUEBLO igualada a la totalidad del cuerpo social, pero que no es sino la representación de un sujeto ordenado por el mando al servicio de la minoría.

Democracia S.L. es una democracia efectiva para un grupo social, nula para el resto; «real», en definitiva, sólo para una parte privilegiada del cuerpo social. Y esto con independencia de si el resto del cuerpo social dispone de ciudadanía o no. Después de todo, las exclusiones de carácter económico, cultural, de género, y cuantas se operan y derivan en el marco de las sociedades liberales, no son únicamente exclusiones coincidentes con la exclusión de la condición ciudadana, sino con el ejercicio efectivo del derecho de ciudad.

No podría ser de otro modo tratándose del significante DEMOCRACIA. Desde sus orígenes atenienses, la democracia se ha constituido sobre una contradicción entre sus fundamentos normativos y el cuerpo social al que se le aplica: por una parte, la norma proclama la igualdad de palabra (isegoría) y el igual trato ante la ley (isonomía) sin los cuales no sería posible la deliberación agonística; por otra, la definición del demos se ha constituido como un campo abierto al antagonismo en el que la democracia, por ser considerada un bien, acaba siendo apropiada por un determinado grupo social autoproclamado PUEBLO, que excluye a todos los demás.

La democracia liberal lleva inscrita en su matriz la lógica de la lectura excluyente (elitista) y únicamente las diferentes escisiones constituyentes provocadas por la política de movimiento la han obligado a la inclusión. La democracia liberal tiene querencia por la exclusión en general, y por la exclusión fundada en la riqueza, más en particular. Dicho de otro modo: para que alguien pueda ser representado, tiene que poder pagárselo; si sus recursos no alcanzan, los dispositivos de la representación (la ley electoral, pero no sólo) simplemente ocultarán su existencia. De esta suerte, una minoría puede llegar a articular mayorías sin necesidad de evitar pasar por las urnas.

El voto realmente emitido

No por nada la democracia liberal únicamente ha progresado en la misma medida en que ha habido rupturas desobedientes de lxs excluidxs (movimiento): primero de los varones adultos sin alfabetizar ni recursos económicos (el fin de la democracia dicha «censitaria»), más adelante mujeres, negros, minorías nacionales… La democracia S.L. siempre ha operado sobre la base de la exclusión de una infinidad de minorías que, juntas, resultaban ser una gran mayoría; un sujeto no ordenado, ni uniforme, un cuerpo social complejo y compuesto de infinidad de singularidades; una multitud.

La explicación de esto nos remite a un problema teórico de envergadura: el pluralismo liberal que informa el gobierno representativo es óntico y no ontológico. En la Democracia S.L. quien no dispone de recursos no sólo no es representado; es que tampoco es representable. Y quien no es representable bajo el gobierno que se dice «representativo» (nótese hasta que punto esta representación fundada en la invisibilización de lxs excluidxs ha dejado de ser «representativa»), sencillamente, deja de existir. Por eso, la Democracia S.L. siempre se sorprende, como Maria Antonietta, ante la irrupción de la multitud hambrienta y piensa que si no tienen pan, siempre pueden comer pastelitos. Por eso las subjetividades de la emancipación han sido y son invisibles a los ojos del paradigma liberal. Porque la democracia liberal (la democracia S.L.) se funda en la exclusión como apriori, no como elección

Excursus sobre una democracia a la que dicen inclusiva

Antes de proseguir nos gustaría realizar una puntualización sobre el modelo de democracia que bajo el apellido «inclusiva» se suele presentar como una alternativa viable frente a la democracia liberal. Sin ánimo de entrar a fondo en lo que deberá ser un debate mucho más riguroso, resulta preciso, no obstante, adelantar algunas ideas para comprender el resto de este post. En los últimos tiempos, ha tenido un éxito relativo entre nosotrxs una orientación política que, frente a la exclusión liberal contrapone un modelo de democracia alternativo al que se denomina «democracia inclusiva«. Sin duda el concepto es tentador como alternativa al liberalismo y basta con ver el efecto positivo que ha tenido para producir una reflexión sobre el significado de democracia, para que nos congratulemos.
 

Con todo, el enfoque de la democracia inclusiva adolece de graves déficits normativos y empíricos. El concepto fue definido originalmente por Takis Fotopoulos y desde sus primeros enunciados hasta la actualidad no ha salido del ámbito de una cierta filosofía de la moral, ajena por completo a la concepción contenciosa de la política (vale decir a la política emancipatoria en sí). 
 
Carente de una teoría de la agencia en la que poder inscribir la doble dinámica antagonista y agonística de la política del movimiento, la democracia inclusiva está condenada a operar únicamente en los márgenes simbólicos de la sociedad de la opulencia; tal y como ha venido haciendo desde hace tres lustros. En su formulación actual, además, la democracia inclusiva no podrá pasar de ser el emblema identitario de una generación necesitada de pensar la democracia, pero carente de la formación teórica suficiente para comprender los déficits teóricos inherentes al emblema que acogen como supuesto axiomático.

Y es que por sus propias premisas de partida, la democracia inclusiva no deja de ser una variante de moralismo «totalitario», ajeno a la comprensión de la exclusión como concepto consustancialmente democrático. Rindiendo culto al consenso, a la unidad y a la totalidad del cuerpo social en la decisión, erradica toda forma de pluralismo bajo la apariencia de una procedimentalidad democrática. Al contraponer a la complejidad y contradicción inherente del cuerpo social la autonomía del individuo se cierra el mismo círculo políticamente estéril en que ha vivido el anarquismo individualista desde Stirner.

Por si fuera poco, el hecho de formularse en el terreno de la filosofía moral hace que de la democracia inclusiva una propuesta empíricamente inviable en el terreno de lo político. Ante los déficits a los que está abocada su praxis, el pluralismo limitado de la democracia liberal siempre parecerá, en el medio plazo, menos dañino que las agotadora e impracticable procedimentalidad de un consensualismo basado en la autonomía individual. Después de todo, la antropología política del individualismo es común; la de la democracia inclusiva, subalterna de la liberal.

Sin ir más lejos, en estos días hemos visto a muchas asambleas incurriendo en este error al querer buscar consensos totales fundados en la denominada autonomía individual, sin darse cuenta de que la democracia no erradica los conflictos de intereses: sólo los hace gobernables. La puesta en marcha de la democracia inclusiva, de hecho, significaría el fin mismo del movimiento, el triunfo de la restauración liberal bajo una forma más sofisticada («contrarrevolucionaria», al decir de Virno).

Por todo lo dicho, pensar la exclusión es un reto democrático fundamental. Lejos de la filosofía moral de quienes todavía pueden vivir en los márgenes de la opulencia o de los dispositivos del biopoder semiocapitalista, urge trasladar el debate sobre la democracia al terreno de la política contenciosa. De otro modo, o sucumbe en las pasiones tristes que se desarrollarán en la caída del ciclo de protesta o se traducirá en una renovación de las políticas de gestión (neo)liberal de la exclusión.

En el camino de la democracia absoluta
(notas provisorias para ir pensando el concepto)
El modelo liberal nos es a todxs conocido, ya que vivimos en un régimen político que, con mayor o menor éxito, opera de acuerdo con sus premisas. Más complicado de entender, sin embargo, es el modelo de la democracia absoluta. Nos referimos a esa democracia a la que se apela con el adjetivo «real», recordándonos el carácter «irreal» de la democracia liberal.

La democracia absoluta o «real» nace en abierta contraposición a la democracia limitada (la «realmente» existente) y sus (d)efectos sobre la vida pública (corrupción y abuso de poder, manipulación de la opinión, falta de rendimientos de cuentas, etc.). La imagen de lxs indignadxs a las puertas de Les Corts en València, mientras varios imputados entran a representar al «pueblo» y un integrista católico hace presidir la sesión bajo la cruz no pueden ser más ilustrativas al respecto.

Tampoco es casualidad que la mutación del repertorio de acción que inaugura las acampadas tuviese lugar en el marco de una campaña electoral, cuestionando las bases institucionales del propio funcionamiento del régimen con un ejercicio de desobediencia a la jornada de reflexión. La democracia que se empieza a instituir en estas ágoras improvisadas,auténticas zonas autónomas temporales interconectadas gracias a las redes sociales y operativas gracias al intelecto colectivo, es una democracia que podemos decir «absoluta»; una democracia que ni (re)conoce (A) los límites espaciales del Estado (por todo el mundo ha habido acampadas) ni (B) los temporales del mandato representativo (la limitación que hace de las legislaturas una especie de «microdictaduras» de 4 años).

La democracia absoluta reivindica una democracia sin mediaciones manipuladoras, participada directamente por el demos. Según avanza el movimiento esta democracia va cogiendo fuerza gracias a que se alimenta de una doble interacción: por un lado, en abierto conflicto político (y no únicamente moral) con la democracia liberal; por la otra, en un incesante deliberar, participar y decidir en la plaza. Esta es la doble dinámica que mueve este ciclo del 15M: las coyunturas de desobediencia civil que se combinan con los debates en las ágoras físicas (plazas) y virtuales (redes sociales).

Así, aunque la tensión es máxima en la represión inmediata de las acampadas, en seguida se decide cómo responder mediante asambleas multitudinarias. Si la Junta Electoral responde, en plena campaña, prohibiendo las acampadas, la respuesta aún aumenta la participación, propone alternativas y se afirma en la desobediencia. Si la jornada de reflexión se supone que las plazas ya deberían estar vacías, resulta que están a rebosar de gente reflexionando. Si, en fin, los mossos intentan «limpiar» Plaza de Cataluña, un enjambre de activistas recupera la plaza y prosigue sus asambleas más fuerte que nunca.

La razón para la incomprensión de cómo funciona la democracia absoluta es que este modelo funciona sobre unas bases distintas a las liberales, habitualmente desconocidas por una gran parte de la ciudadanía o, peor aún, distorsionadas por los grandes medios de comunicación bajo la etiqueta simplista y simplificadora de lo “antisistema”. En rigor, no es que se trate de modelos contrapuestos en el sentido de una negación dialéctica, sino que el segundo desborda las limitaciones sobre las que se articula el primero.

Así, frente al fraccionamiento temporal en “microdictaduras electivas” de cuatro años, la democracia absoluta se proyecta en un tiempo ilimitado. Frente al fraccionamiento espacial del Estado nacional y sus territorialidades derivadas supra o infra estatales, la democracia absoluta opera en un espacio global, ajeno a las fronteras del soberano moderno.

Esta modalidad de democracia alternativa a la liberal, podría decirse, no es únicamente una “democracia contenida”, acotada en su funcionamiento por la supervisión de (y la permanente tensión con) el poder soberano, sino que se afirma, antes bien, como una “democracia democratizadora” en el pleno despliegue de la procedimentalidad democrática, esto es, en el no reconocimiento de límites al interés particular o privado. No es de sorprender, por ello mismo, que algunos liberales hayan llegado a defender su modelo con la sentenciosa afirmación: “a veces hay que defender al liberalismo de la democracia”, reconociendo, con ello, que matricialmente ambas nociones (liberalismo y democracia) son únicamente compatibles en los márgenes de la tensión constitutiva de la democracia liberal: el gobierno del mercado.
No es para menos. La democracia, como sabemos desde Spinoza, es un procedimiento que se remite al plano de inmanencia, que se despliega en lo absoluto y que no se subordina a agencia monopolística alguna (comenzando por el moderno poder soberano del Estado nacional). Dicho con otras palabras, la democracia es el único tipo de régimen político que no necesita remitirse a una instancia exterior, trascendente, para fundar su propia legitimidad y procedimiento. Mientras que toda modalidad de gobierno autocrático (la no-democracia) se sustantiva sobre instancias de legitimación disociadas del procedimiento (Dios, Pueblo, Partido, etc.), la democracia nos remite al hecho político fundamental de constituir un cuerpo social (demos) con capacidad para constituirse en términos de un poder (cratos) compartido entre iguales (isegoría e isonomía), esto es, políticamente.