Jun
05
[ es ] Dilemas pre-electorales: disyuntivas «radicales» con la vista puesta en un horizonte bien lejano
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versión 3.0 (gracias a Marc Sanjaume por las observaciones 🙂
radical (Del lat. radix, -īcis, raíz).
1. adj. Perteneciente o relativo a la raíz.
2. adj. Fundamental, de raíz.
3. adj. Partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático. U. t. c. s.
4. adj. Extremoso, tajante, intransigente.
5. adj. Bot. Dicho de cualquier parte de una planta: Que nace inmediatamente de la raíz. Hoja, tallo radical.
6. adj. Gram. Perteneciente o relativo a las raíces (‖ de las palabras).
7. adj. Gram. Se dice de cada uno de los fonemas que constituyen el radical de una palabra.
8. adj. Mat. Se dice del signo (√) con que se indica la operación de extraer raíces. U. t. c. s. m.
9. m. Gram. Conjunto de fonemas que comparten vocablos de una misma familia; p. ej., am-, en amado, amable, amigo, etc.
10. m. Quím. Agrupamiento de átomos que interviene como una unidad en un compuesto químico y pasa inalterado de unas combinaciones a otras.
Entramos en la recta final y la presión para definir el voto aumenta sobre quienes no tenemos preferencias predeterminadas. Para quienes desde la política del movimiento consideramos que resulta necesario disponer de alguna modalidad de interfaz representativo, las elecciones del próximo domingo se nos presentan como una elección bastante complicada.
En primer lugar, porque no hay visos en lo inmediato de poder asentar las bases para la construcción del mencionado interfaz. Desafortunadamente, las matrices teóricas desde las que están operando las redes activistas que se aplican a la presentación de candidaturas electorales carecen de los fundamentos necesarios (normativos, institucionales, prácticos, etc.) que harían posible un interfaz representativo del movimento (incluso las CUP, a estos efectos probablemente lo más avanzado que conocemos, siguen debatiéndose en términos de una reductio ad unum moderna). De igual modo, solo que en sentido contrario, quienes prescinden del interfaz representativo siguen actuando políticamente en el marco de una extrema debilidad ideológica frente al neoliberalismo: la de quien sólo produce ideas en el terreno normativo.
En segundo lugar, porque el riesgo de que se malgaste la potencia política acumulada por el gesto electoral de votar en estas elecciones es enorme. En esto se ha de reconocer la difícil resolución de la tensión existente entre las alternativas electorales y la proyección postrera del voto como gesto político, esto es, la complicada perspectiva de esperar que tras los resultados electorales, las maquinarias políticas que los han producido, alcancen a producir el discurso capaz de agenciar de manera efectiva el empoderamiento subsiguiente. Ventajas, empero, de la democracia (en rigor, de la democratización): no hay porque volver a votar y de la lección futura se podrían extraer conclusiones interesantes para avanzar en la producción del interfaz representativo (algo así como una versión 1.1).
En lo que sigue me gustaría apuntar algunos argumentos (aunque sólo sea para aclararse uno mismo) que intuyo implícitos en la serie de disyuntivas «radicales» (por ir a la raíz) que se nos plantean.
1. To vote or not to vote: that is not (now) the question
La primera y más elemental disyuntiva es la de votar o no votar. Su resolución me parece relativamente sencilla, especialmente tras la sentencia del Tribunal Constitucional; ya que si bien en elecciones anteriores siempre se nos planteaba el dilema de legitimar unos comicios regidos por las políticas de la excepción, en la convocatoria del domingo nos encontramos en un escenario (por más que contingente) de posibilidad efectiva de dar voz a lxs ilegalizadxs y reabrir por lo tanto una vía política y no penal a la resolución del conflicto vasco (que es también, guste o no a ciertas corrientes autoconsideradas «postnacionalistas», parte del conflicto de la multitud con la modalidad de poder soberano propia del Estado nacional). Y si bien, como es evidente, no existe un nexo directo entre la instauración de la excepción como paradigma gubernamental entre EE.UU. y el Estado español, indirecto, por ser efecto del progreso global de la modalidad imperial de soberanía, no cabe duda que lo hay.
En este sentido, no deja de ser buena noticia para quienes nos hemos opuesto a la Patriot Act tanto como a la Ley de Partidos, saber que se están produciendo los decisiones importantes (cierre de Guantánamo, sentencia del Constitucional) que podrían hacer invertir la tendencia desdemocratizadora global de los últimos años («desdemocratizadora» en el sentido ofrecido por Charles Tilly en su Democracy, esto es, entendiendo la democracia como proceso inacabado o democratización). Aunque sólo sea por el espacio deliberativo que se puede abrir entre los partidarios de la democratización y la presión que se pueda ejercer sobre actores políticos que en los últimos años se han plegado a la estrategia neocon (la socialdemocracia europea, los demócratas americanos, etc.), ésta ya es en sí misma una buena noticia que fortalece per se las posiciones democratizadoras.
Concluyendo, en esta ocasión al menos, votar es una opción posible como fortalecimiento de la democratización. Para oponerse a este argumento no se me ocurren otros argumentos que los que se podrían esgrimir desde las posiciones más pobres del anarquismo decimonónico.
2. Más allá de la democracia parlamentaria
La segunda disyuntiva, derivada del hecho de que votar en esta ocasión sea una opción inequívocamente democratizadora, se nos presenta en el análisis de las alternativas electorales que de algún modo pueden canalizar, expresar o cuando menos plantear el progreso democratizador (nótese la importancia, a la manera del argumento de Tilly, que la clave no está en considerar la democracia como un estado de cosas, sino en pensarla como un proceso inacabado; constituyente, que diría Negri). Nos encontramos así con el problema de elegir entre opciones con representación más o menos segura (la coalición de nacionalistas de izquierda, por una parte, y de IU-ICV, por otra) y opciones más arriesgadas (Iniciativa Internacionalista, Izquierda Anticapitalista, etc.).
Las izquierdas más moderadas a la izquierda del PSOE podrían esgrimir la utilidad de sus votos respectivos y éstos definirse en función de los criterios que fundan sus escisiones: sea, por una parte, una mayor defensa de la diversidad de las minorías culturales del Estado (la coalición de ERC, Aralar, BNG, etc.); sea, por otra, una defensa más firme de los aspectos sociales (IU-ICV). No obstante, el problema de optar por estas alternativas es que equivaldría a hacerse cómplices de una deriva desdemocratizadora nada desdeñable (por no hablar del apoltronamiento generalizado de la mayoría de sus cuadros políticos y otros síntomas graves del déficit democrático).
Así, por ejemplo, votar ERC o ICV en Catalunya supone hacerse partícipe del SI unánime que han dado al Plan Bolonia junto a la derecha más rancia y neoliberal, sin que haya habido el menor gesto significativo de cara a operar cambios sustanciales en las negociaciones entre movimiento y autoridades. Ciertamente, Romeva (ICV) se ha dirigido a la galería con la frase elocuente de solicitar una moratoria en la aplicación del Plan Bolonia (lógicamente, ICV sabe por donde va a perder los votos). De manera no menos oportunista, JunqUEras (se habrá pasado Esquerra al patriotismo constitucional habermasiano?) nos ha salido con el cuento de que los estudiantes catalanes han de recibir más becas, habida cuenta de que las universidades catalanas pierden en el conjunto del reparto estatal de las mismas (¡cómo si los problemas derivados del Plan Bolonia tan sólo fuera un problema de becas!). Pero ni en un caso ni en otro se modifican las conductas desdemocratizadoras que dan por buena la actuación política «parlamentarista» (que no parlamentaria) de los últimos meses.
Excursus
Permítasenos un excurso sobre la cuestión universitaria, toda vez que ejemplifica el problema de la democratización. La reacción del tripartit catalán es el acto reflejo (admitamos que tiene más de reaccionario que de gobernanza) propio de una estrategia desmovilizadora consistente, por una parte, en hacer dimitir al jefe de los Mossos por las brutales agresiones a universitarios, periodistas y ciudadanía (indistintamente, como bien recordamos quienes estuvimos en la calle el 18-M), mientras que, por otra, se vota la unanimidad a Bolonia (precio político que el conseller Saura debió considerar oportuno a fin de conseguir el cese de Rafael Olmos). De hecho, los dirigentes de ERC como los de ICV confían (más o menos secretamente) en desactivar el movimiento cerrándole la estructura de oportunidad política abierta este curso (aquí, todo hay que decirlo, las redes activistas universitarias catalanas han vuelto a meter la pata, al lanzarse a una convocatoria insensata el 28-A, como si la movilización en las calles fuese la única forma de acción colectiva posible).
Para quien todavía no lo vea claro, quizás haya que recordarle que tras un ciclo de movilizaciones tan potente como el que ha tenido lugar este curso, los partidos que ahora hacen estos gestos electoralistas no se plantean modificar una coma del objetivo final, como tampoco se han planteado otro concepto de democracia que no sea la decimonónica y obsoleta afirmación de la centralidad del parlamentarismo y el gobierno representativo como única vía realmente política. Las alternativas de ERC e ICV siguen ancladas en una concepción de lo político que sólo entiende la actividad política de la sociedad civil como aquiescencia para con las políticas gubernamentales (nótese que hablamos de aquiescencia y no de participación, pues la diferencia es bien notoria: una cosa es la aquiescencia o «participar» en legitimar lo que viene dado y otra participar realmente como ciudadanía activa en las políticas que le afectan a uno). Para prueba empírica, cabría recordar aquí la rotunda negativa a admitir la validez de los referendos del movimiento en las universidades, incluso cuando disponen de más legitimidad representativa que algunos rectorados.
En definitiva, las candidaturas de JunqUEras y Romeva son votos orientados a reforzar la subalternidad de las políticas neoliberales, inoperantes repliegues a las gramáticas políticas de la modernidad, el gobierno representativo y el parlamentarismo decimonónico; candidaturas ajenas por completo a las exigencias políticas de quienes están pagando la crisis en carne propia. Votar estas alternativas se presenta a lxs activistas como votar aquiescencia, como conferir legitimidad a la ausencia de diálogo y al paternalismo institucional con que han sido tratadas nuestras movilizaciones de la ciudadanía universitaria; como renunciar, en fin, a la exigencia de una democratización posible, efectiva y real de nuestras sociedades.
3. El gesto democratizador.
La tercera disyuntiva que se sigue se podría formular así: elegir entre las opciones que nos puedan brindar la posibilidad de un gesto democratizador. Profundicemos, aunque sólo sea rápidamente, en el concepto de gesto. El gesto siempre es singular, irrepetible, dependiente en última instancia de la ineludible combinación de fortuna y virtud que constituye lo político. El gesto se inscribe en la política de la potencia no en la política del acto; vale decir, en la política de la emancipación, del movimiento, de las luchas sociales y no en la política del control, de la gestión del orden y de la dominación. Ciertamente, la potencia que pueda acumularse con el gesto puede ser posteriormente desbaratada y éste no es, como veremos, un problema menor en la actual coyuntura política. Pero lo importante, en todo caso, es que el gesto es posible y únicamente de nuestro virtuosismo y fortuna depende que nuestra elección sea acertada.
En este orden de cosas, dos candidaturas se han perfilado con mayor claridad como instrumentos del gesto democratizador en el presente estado de cosas (no se pierda de vista en lo que sigue el carácter contingente del gesto, su inaprehensibilidad en marcos organizativos ajenos a la polítia de la potencia): Izquierda Anticapitalista e Iniciativa Internacionalista. Para decirlo de manera sintética, ambas candidaturas se formulan en paradigmas políticos con importantes déficits en materia de democratización (ambas son variantes de una misma matriz leninista), por lo que conferirles un voto nunca podría, en términos democratizadores, instituir un vínculo político estable (expresado en la jerga obrerista de la «construcción»: no permite «construir» al medio plazo).
Vayamos por partes. Resulta difícil cuestionarse que Izquierda Anticapitalista no constituya un proyecto mucho más acabado que Iniciativa Internacionalista. A pesar de las importantes (cuando no fundamentales) diferencias programáticas y estratégicas que todavía separan a Izquierda Anticapitalista de los mínimos exigibles a un interfaz representativo del movimiento, la organización de hegemonía neotrotskista se encuentra mucho más próxima que la postestalinista Iniciativa Internacionalista de la posibilidad de constituirse como un proyecto alternativo. Las mayores dificultades para identificar a Izquierda Anticapitalista como mejor opción del gesto democratizador en estas elecciones no se encuentra, empero, en su mejor posición relativa respecto a Iniciativa Internacionalista (ambas, en tanto que leninistas, son remanentes puramente históricos, identitarios y autorreferenciales).
Al contrario, las dificultades insuperables para Izquierda Anticapitalista radican en que, al plantear un voto de «construcción» de un proyecto «alternativo» (en rigor, de alternativo más bien poco y a nuestra crítica de sus ejes programáticos nos remitimos – parafraseando a Marx, Groucho: IU y dos huevos duros), confrontan al activista/elector con la disyuntiva de apoyar la reactivación de la matriz leninista (con los consabidos déficits autocráticos y el estrepitoso fracaso de los años setenta) o la impotencia de un gesto vacío.
¿Vacío? Este es el problema del gesto: su inscripción en una pragmática antagonista o, si se prefiere, la imposibilidad de sustraerse al contexto político que prefigura la escisión con el soberano. Y en esto, Izquierda Anticapitalista se demuestra en toda la rotundidad de su composición social como organización de hijos precarizados de las clases medias liderados por cuadros que han configurado su alternativa en un conflicto edípico-identitario no resuelto con la historia de la LCR (debidamente estimulados por los resentimientos supervivientes de sus mayores). En la opción electoral de Izquierda Anticapitalista la/el activista únicamente se encuentra un estiramiento crítico del continuum izquierda-derecha que organiza, desde el centro, el soberano español. Nos referimos, claro está, a la opción ilustrada, racionalista, jacobina, francófila y besancenotista que en última instancia porta en su seno el gen de la misma subalternidad que ahora, en el instrumentalismo oportunista de la coyuntura, critican con adolescente vehemencia. Poco o nada que hacer, pues, por esta vía. Antes que después, el principio de realidad acabará imponiéndose entre quienes confíen o depositen su voto, demostrándose cuan lejos está todavía Izquierda Anticapitalista de ser una alternativa.
4. ¿Puede ser Iniciativa Internacionalista la papeleta del gesto democratizador?
Llegamos así a la cuarta disyuntiva; la que nos sitúa ante la opción efectiva de votar a Iniciativa Internacionalista. Resulta evidente (incluso el Tribunal Constitucional lo ha comprendido) que Iniciativa Internacionalista (a diferencia, por cierto, de Izquierda Anticapitalista), es una candidatura coyuntural que va mucho más allá del mundo abertzale (aunque pueda llegar a comprender electoralmente buena parte de éste, igual que lo hace Aralar), cuyo proyecto político no supera el horizonte de estas elecciones y, en cualquier caso, como política de partido (esto es, en el horizonte espacio-temporal del programa), no tiene otro futuro que plantear la escisión del poder soberano que sigue pendiente de resolución en el Estado español. Iniciativa Internacionalista se formula, de hecho, en el mismo paradigma revolucionario decimonónico que el proyecto neotrotskista, a saber: la idea de que una revolución es la resolución de un dilema de múltiple soberanía a favor de la constitucionalización de un nuevo poder soberano (así Trotski en La revolución rusa). Y si bien los hijos precarizados de las clases medias se dedican al jugar al espectáculo de la revolución (así Debord), Iniciativa Internacionalista se presenta en el dramático horizonte de la agonizante lucha armada de ETA y el resistencialismo ineludible de las familias de los presos. Allí donde los primeros hacen como que, los segundos lo siguen intentando, a pesar de que nunca llegue a funcionar.
En este sentido, contrariamente a lo que piensan quienes dan por cerrada la historia de la Transición (continuum del soberano español en cuyo extremo más radical encontraríamos a UPyD, Libertas y otras candidaturas similares), el gesto de votar Iniciativa Internacionalista puede plantear un doble desplazamiento que ayude a desbloquear la foto fija del poder constituido en la que una y otra vez se (re)produce el imaginario político del autoritarismo español: (1) hacia fuera del estado de cosas (en la escisión), aprovechando el abandono del paradigma decimonónico en que agoniza ETA, víctima de su propia incapacidad para superar el horizonte de la guerrilla fordista (algo que la última generación de la RAF, Terra Lliure y el IRA, pero, sobre todo, la Weather Underground, consiguieron con éxito); (2) hacia adelante (en la inmanencia) porque no se trata de un proyecto político con solución de continuidad, sino del gesto que restituye a la praxis política el horizonte de la democracia absoluta (así el Spinoza de los postoperaistas).
Ciertamente, se podrá objetar la escasa fiabilidad de algunos de los componentes de la lista cuando ETA nos desvele (siempre postelectoralmente, como no podía ser de otra manera en una agencia de la política del acto) su «nueva» estrategia para el verano. Pero este es un riesgo limitado por el reforzamiento que un buen resultado electoral de Iniciativa Internacionalista supondría para los abertzales defensores de una resolución política y no militar, del conflicto vasco. Al menos y a falta de mayores y mejores reflexiones, así nos lo parece, de momento.