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Evolución del sistema de partidos
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[ versión 0.0 / 28.04.2022 ]
Desde la instauración de la democracia, el sistema de partidos español ha ido variando a lo largo del tiempo. Por el propio papel central que les asigna la Constitución del 78 en la vida política, su historia ha discurrido paralela a la del régimen y comparte con él, de hecho, sus propia suerte.
Instauración (1977-1982)
La historia de los partidos políticos comienza bien. Al ser la Transición española una historia de éxito lo es también la de su sistema de partidos. Como es sabido, la Ley para la Reforma Política de 1976 no solo inició el camino para la restitución del pluralismo democrático, sino que también otorgó a los partidos políticos la centralidad (y prácticamente la exclusividad) en la agencia política de la democracia.
El refrendo popular en 1976 y las elecciones consiguientes dibujó a la par un paisaje partidista novedoso y r´´apidamente consolidado. Novedoso al menos hasta cierto punto, ya que las continuidades entre las últimas elecciones libres de 1936 y las elecciones constituyentes de 1977 dibujan la dictadura en no pocos aspectos como un largo paréntesis democrático de cuatro décadas: un norte derecha y un sur de izquierda, los nacionalismos vasco y catalán (en menor medida el gallego), el PSOE mayoritario en la izquierda, la derecha fragmentada a la manera de la CEDA, el PCE de vuelta a la irrelevancia…
Hasta las elecciones de 1982, cuyo resultado difícilmente puede ser desligado del impacto causado por el golpe de Estado, el sistema de partidos buscó sus protagonistas y asignó roles de acuerdo al propio diseño del régimen, claramente consolidado a partir de entonces, de acuerdo a la ley electoral. El partido socialista se convierte durante la década que en el protagonista de la política de partidos, que durante un tiempo se articulará como un sistema de partido predominante.
Consolidación (1982-1996)
Con la consolidación de la democracia y los efectos inducidos de la ley electoral, se produce en España un lento declive del partido socialista, efecto de la reconfiguración, por un lado, del campo de la derecha, y por otro del desgaste del gobierno.
En lo que toca al campo de la derecha, las elecciones de 1982 no solo supusieron la confirmación como el partido del régimen. También fueron acompañadas del desmoronamiento de la UCD como partido de la Transición, a su vez objeto del sorpasso de la Alianza Popular de Manuel Fraga. Será sobre la base de este último partido que se reconfigure el campo de la derecha al unirse AP con el PDP y la UL, en el actual Partido Popular. A su izquierda el CDS fracasaría en el intento por reconfigurar bajo el liderazgo de Adolfo Suárez un partido de liberal a la manera de la FDP alemana. A su derecha, el fascismo de Fuerza Nueva (Alianza Nacional, primero, y Unión Nacional, después) desaparecería con Blas Piñar en el extraparlamentarismo.
En el campo de la izquierda, son años cómodos para el partido socialista. A pesar del desgaste inevitable de González (claramente en declive tras la huelga general del 14D, los escándalos Guerra y Filesa y el GAL), observa como su principal competidor y gran protagonista del antifranquismo, el PCE, se desploma para solo recuperarse levemente a partir de la segunda mitad de los ochenta y primeros noventa con la creación de IU.
Alternancias (1996-2011)
Tras casi empatar en 1993, Aznar consigue ganar las elecciones en 1996. Por primera vez desde 1934, la derecha se hacía con el poder por medios democráticos. Los nacionalismos de centroderecha operan entonces a la manera de los liberales alemanes de la FDP, garantizando las alternancias bipartidistas entre socialistas y populares. El bipartidismo imperfecto, pivotante sobre los intereses empresariales vascos y catalanes alcanza su plena madurez.
Pero a partir de la crisis financiera global de 2008, los pies de barro de un modelo productivo fiado a la construcción y el turismo, dopado con los frutos de la reconversión industrual y la financiación europea de la geopolítica de la Guerra Fría (desde los noventa repartida con los socios del Este), empiezan a tener efecto sobre el régimen del 78: por un lado, la reforma del Estatut desencadena el Procés y el fin de la amalgama interclasista que hacía posible CiU; por el otro, el 15M impugna al PSOE su incapacidad para ofrecer un modelo de futuro más allá del horizonte neoliberal.
A partir de 2011 la primera pata del bipartidismo, el PSOE, se precipita en una pérdida de voto hasta entonces nunca vista. Poco después le seguirá el PP. La mayoría absoluta de Rajoy en 2011, a diferencia de otras previas, era más el espejismo producido por la incomparecencia electoral de la izquierda que el éxito del proyecto conservador.
Crisis (2011-2019)
La crisis de 2008 es el telón de fondo de una crisis de régimen. En la misma medida en que no hay constitución formal (la Constitución del 78) que no se sostenga sobre una constitución material, el régimen se encuentra atrapado en su falta de horizonte más allá del paradigma neoliberal al que se incorporó la particular declinación española del mismo desde los años ochenta. Por eso, la sucesión de crisis (covid, guerra de Ucrania) no apunta a la regeneración de las condiciones de posibilidad para un retorno al viejo modelo. Antes bien, la última década ha observado el tránsito del bipartidismo imperfecto (PSOE/PP+derechas nacionalistas) a un pluralismo crecientemente polarizado.
La irrupción de Podemos y los municipalismos en 2014 y 2015, lejos de reforzar al PP, será seguida, primero, por el «Podemos de derechas» (Ciudadanos) y, a continuación, por la extrema derecha, ausente desde los tiempos de Blas Piñar (Vox). En el campo independentista, el Procés se salda con el sorpasso de ERC a los restos del naufragio de CiU.
Un par de precisiones respecto a la situación actual: en primer lugar el bipartidismo, aunque en crisis, parece recomponerse levemente. Cierto es que PSOE y PP no alcanzaron en las últimas elecciones generales el 50%. Sin embargo, ambos partidos mejoran poco a poco en las encuestas, mientras sus rivales del ciclo 2014-2019 (Cs, UP y MP) se encuentran en declive. La excepción aquí la configura Vox, que tras la crisis del PP se ve ahora puesto a prueba en las elecciones andaluzas, luego de haber salido bien parado en Madrid y Castilla y León.
En segundo lugar, el fracaso de las alternativas al viejo bipartidismo, encarando por el agotamiento de los liderazgos de Iglesias y Rivera, no lo es necesariamente de los alineamientos políticos. Así lo demuestran los resultados electorales de Castilla y León, que analizábamos hace unas semanas. Asimismo, está por ver qué sucede en el campo de pruebas andaluz el próximo 19 de junio, donde no sería descartable la persistencia de la fragmentación del sistema de partidos, por más que sometida ahora sí a la tendencia a la concentración en el viejo bipartidismo. Si esto tiene o no continuidad se tendrá que ver en el medio plazo. La prueba del algodón será salir de los múltiples horizontes de crisis que hoy marcan la política española.