Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Jun

27

[ es ] [ NEM 6 ] Entre el liberalismo 3.0 y la autonomía 2.0


El 15M sigue adelante. Con el arrollador impulso de las multitudes movilizadas el  19J se produce un salto cuantitativo y cualitativo que, manteniendo la contienda pacífica con el mando, abarca espacios cada vez mayores, se diversifica en composición social, territorial, técnica, cultural… Un éxito sin paliativos en un contexto adverso; especialmente en Barcelona, donde a pesar del linchamiento mediático, el movimiento ha demostrado que toda la demagogia mediática vertida contra el 15M sólo es un producto de consumo interno para el electorado más reaccionario y conservador.

Lo nuevo en el 15M: un espacio para la emergencia de la autonomía 2.0 

Llevamos ya más de un mes de movilizaciones y a estas alturas parece indudable que nuestras primeras e ilusionadas hipótesis se han transformado en cambios ilusionantes, por efectivos, para la política del movimiento. El 15M está consiguiendo hacer cristalizar algo inédito en las tres décadas de historia del régimen: la emergencia de un amplio espacio político autónomo en (y más allá de) el Estado español. El 15M marcará sin duda el nacimiento de esa autonomía 2.0 que tanto tiempo llevamos buscando y en la que con tanto denuedo insistimos.

Como es lógico y evidente, ni estamos la Italia de los setenta, ni en Alemania de los ochenta. Menos aún, claro está, en momentos y lugares anteriores como la Revolución espartaquista o la Comuna de París. Todos ellos referentes geohistóricos de la autonomía 1.0 Las coordenadas geohistóricas de esta versión 2.0 que ahora emerge, sin embargo, son las nuestras, las del aquí y el ahora. Ningún agenciamiento, por hermoso que nos parezca, por legítimo que sea a los ojos de nuestra memoria colectiva es válido. Nos toca (re)inventarnos en el movimiento.

Al hablar de autonomía 2.0 no estamos hablando, por tanto, de un proceso de subjetivación limitado a reducidos grupos de activistas portadores de identidades más o menos construidas en la memoria del movimiento o en la continuidad de sus redes y experiencias activistas. Tampoco nos referimos (ya) únicamente al ejercicio de práctica teórica en el que persistimos desde hace tiempo en los diferentes espacios del movimiento (de hecho, no es tanto por medio de la práctica teórica como a través de la interacción simbólica, como se operan en estos momentos los procesos de subjetivación que mueven el 15M). 

Lo viejo en el 15M: el ciudadanismo (y su crítica)

No pocos autores han tildado de ciudadanismo la praxis discursiva del 15M. A pesar de que el concepto sea tan poco afortunado, es indudable que se da una proyección ideológica (de «falsa consciencia») en el 15M. Y no es menos cierto que esta falsedad radica en las inevitables aporías a que aboca cualquier discurso basado en reivindicar la ciudadanía que confiere un régimen al que se considera ilegítimo. Basta con escuchar con cierta atención a algunas de las voces de DRY y otras redes más o menos centrales al movimiento interviniendo en los medios para darse cuenta de esto.

Pero si el llamado ciudadanismo es una forma de falsa consciencia, también lo es buena parte de las habituales acusaciones implícitas en la crítica a sus ideas. Así, por ejemplo, se suele acusar a las redes que impulsan el 15M de falta de liderazgo y organización, cuando en rigor lo que hay es otro tipo de liderazgo (anónimo) y otro tipo de organización (en red). El peso de la experiencia y la falta de análisis crítico lastra, en este sentido, a quienes suelen enunciar la acusación de ciudadanismo: lo que nunca será el 15M es la vuelta a las viejas formas de los liderazgos individuales (narcisistas) y a las organizaciones jerárquicas (piramidales). 

No por nada, más que el discurso de DRY o de otras redes más o menos organizadas e imbuidas en su discurso por las aporías ciudadanistas (y por discurso entendemos también los repertorios de acción colectiva, las prácticas deliberativas, el grado de institucionalización o su ausencia, etc.), es el discurso de Anonymous el que mejor refleja (de cuantos conocemos) lo que es la emergencia del paradigma de la autonomía 2.0, con independencia (relativa) de la composición técnica que, inevitablemente, va pareja al fenómeno hacker. 

Y es que la metamorfosis en curso es otra bien distinta que la del relanzamiento de segundas oportunidades para matrices ideológicas en bancarrota. Ni liberalismo ni republicanismo se encuentran incardinadas en la praxis cognitiva que mueve hoy el 15M. Las suyas son visiones exógenas, ajenas, en el mejor de los casos bienpensantes; en el peor, directamente reaccionarias. La política del movimiento reclama su propia matriz. La autonomía 2.0 puede aportar respuestas.

El efímero encanto del republicanismo 2.0

No hace tanto, los autores neorrepublicanos o del republicanismo 2.0 tuvieron su efímero momento de gloria. En el contexto de la debacle financiera, cuando no pocos opinadores se aprestaban a hablar de refundar el capitalismo, o incluso a buscar alternativas a este desde una nueva socialdemocracia o nuevo welfarismo, los teóricos del llamado republicanismo cívico, republicanismo liberal (oxímoron más que sintomático), neorrepublicanismo o republicanismo 2.0 (seguramente éstas dos últimas sean las mejores maneras de denominar, y a la par reconocer, el ajuste matricial correspondiente) parecían aventajar a cualquier otra matriz teórica en la resolución de la coyuntura y el relanzamiento de una perspectiva estratégica.

Cierto es que entre quienes desarrollan la teoría republicana hoy se encuentran autores muy diversos. Así, por ejemplo, nos encontramos autores como Philip Pettit, reconocido y prestigiado asesor de Zapatero. Pettit sedujo al mundo académico y político progresista con su libro Republicanismo. En la primera legislatura de Zapatero este autor puso al presidente como auténtico ejemplo del buen gobierno republicano, aduciendo por ejemplo la ley del matrimonio homosexual, pero obviando la misma política económica que ha provocado la crisis.

De menor envergadura que Pettit, nos encontramos por estas tierras a Felix Ovejero, inspirador de Ciutadans y su españolismo negativo. En un inusual (y por ello mismo sospechoso) alarde de modestia, Ovejero ha reconocido cuando menos su despiste monumental, aunque haya tenido que ser recurriendo a la estrategia del calamar: «Así que, modestia. Que aquí andamos todos a tientas«. El problema es que él anda bastante más a tientas que otros que hace tiempo que hemos hecho del caminar preguntando zapatista nuestro método de trabajo.

Más a la izquierda, por suerte, también hay algunos neorrepublicanos con su vista puesta en el 15M. Entre sus representantes de izquierda más tradicional, autores como Antoni Doménech no leen la política del movimiento de manera tan negativa; por más que compartan una común matriz para la cual la política ha de tener siempre el Estado como referente institucional del progreso social. Con todo, una lectura claramente insuficiente que no se libera de los viejos lastres y que, en el mejor de los casos, nos invita a reeditar una Socialdemocracia 2.0 de base más o menos eurocomunista (cosa de salvar los muebles a la izquierda postleninista tras el fiasco de 1989).

Así las cosas, pasado el momento en que se clamó por más Estado, aunque en realidad fuese para reclamar que las ciudadanías de cada país salvasen a sus bancos, no queda mucho de lo que echar mano entre los republicanos 2.0 como no sean fórmulas hoy ajenas por completo al movimiento, centrado en recordar al Estado su subordinación a la voluntad popular en la escisión que antecede la emergencia la multitud. Y es que el Estado dista mucho a día de hoy de ser esa gran herramienta de reconstrucción política de un proyecto emancipatorio que tienen in mente el republicanismo 2.0 No es más Estado ni más mercado lo que demanda el 15M es más rendimiento de cuentas, más obediencia de los mandatarios, más democracia.

¿Liberalismo 3.0 o autonomía 2.0?
Si algo ha desencadenado el 15M ha sido un nuevo ciclo antagonista. En el terreno de la práctica teórica esto se ha traducido en una confrontación entre dos matrices: la que guía el mando (el liberalismo) y la que guía el movimiento (la autonomía); una escisión que no es entre derecha (liberalismo) e izquierda (republicanismo), sino entre arriba (liberalismo) y abajo (autonomía).

La crisis del régimen político está servida por más que sus defensores todavía se nieguen a reconocerla o adopten una actitud condescendiente con lo que sucede en las calles. Y es que lo que está en juego el 15M (precisamente por su carácter de ruptura constituyente) no es un cambio en el sistema, sino un cambio de sistema. 

La cuestión ahora es saber hacia dónde se decantará la resolución de la crisis. Para resolver este problema es preciso comprender la disyuntiva que se abre entre las dos lecturas antagónicas del 15M, a dónde conduce cada una de las lecturas y, por consiguiente, sus respuestas al interrogante que suscita el poder constituyente: ¿consolidación del espacio autónomo y superación de la lógica política del movimiento en un contexto liberal o salto segundo en la matriz liberal y recuperación conservadora de las innovaciones movimentistas? 

La crisis de la matriz liberal 

La matriz teórico-política del liberalismo se encuentra en las bases del funcionamiento de las sociedades capitalistas y sus correspondientes regímenes de poder. La realización del proyecto liberal está ligada a la propia naturaleza de la sociedad capitalista. Por más que en tiempos de crisis se nos cuestione este vínculo (a menudo con la falaz distinción entre «liberalismo político» y «neoliberalismo económico»), en los tiempos de ofensiva se desvela con la mayor claridad. Así nos sucede estos días en que los acontecimientos liberan las palabras de sus viejas ataduras.

En sus sucesivas configuraciones mercantil, industrial, financiera y cognitiva, la sociedad capitalista ha ido (re)adaptando con éxito su mando a las exigencias de control y canalización institucional del antagonismo social. A resultas de ello, el liberalismo ha tenido que aprender a (re)adaptarse a los nuevos desafíos originados en el cuerpo social por las relaciones de dominación que ha ido instituyendo sucesivamente y contra las que, una y otra vez, siempre se ha rebelado la multitud. 

Una relación instrumental con la democracia

Desde las primeras formas de la democracia liberal (basadas en el sufragio censitario) hasta sus declinaciones actuales de mayor o menor calidad, la historia del liberalismo es la historia de una resistencia y readaptación elitista a la democratización. Por más que algunos grupos sociales originariamente excluidos hayan logrado ser acomodados a las nuevas elites (así, por ejemplo, ciertos estamentos profesionales de la sociedad española surgidos del Desarrollismo franquista), en líneas generales la tendencia histórica del liberalismo hacia su realización ha sido la del progreso de la exclusión social por medio de la mercantilización y privatización subsiguiente del mundo.

El liberalismo, como bien demostró en su día Alexis Keller, no siempre ha sido democrático. Y menos aún democratizador. A lo sumo constitucionalizador de los progresos democráticos ajenos. Y es que la relación del liberalismo con la democracia siempre ha sido de tipo instrumental. No es de sorprender que no hace mucho, en relación a los cambios en América Latina, algún reputado politólogo liberal, sentenciase: «a veces hay que defender al liberalismo de la democracia». A fin de cuentas, el liberalismo sólo ha reconocido la democracia cuando ha realizado el gobierno del mercado. A la que ha cuestionado su poder, el automatismo que comporta, sus efectos sociales y otros problemas, pronto se ha verificado el repliegue matricial del liberalismo.

La heteronomía mercantil o el gobierno de la mano invisible del mercado

Aunque frente al estatismo republicano, el liberalismo reconoce a la sociedad de apellido «civil» la existencia en el marco de una esfera para la no-interferencia (directa) del Estado (que no necesariamente del mando), no es menos cierto que en esta esfera la «libertad» es siempre una libertad bajo control, una libertad vigilada, determinada de manera heterónoma por el juego complementario del mando coercitivo y la mano invisible del libre mercado. De acuerdo a la construcción histórica del liberalismo (identificada por Marx como el paso de la subsunción formal a la subsunción real o por Foucault como el paso de la disciplina al control) la libertad es únicamente tal cuando se interioriza como un automatismo que evita la decisión contra el mercado.

Dicho de otro modo, es una libertad que se «compra» no que se «conquista». Al proceder de este modo, el liberalismo sólo puede realizar la «libertad» como la dominación de quienes disponen de recursos suficientes para «comprarse su libertad» sobre quienes carecen de ellos (de ahí la común etimología de «privatizar» y «privar»). Nótese el desvelado sentido genealógico, tan profundamente liberal, de la expresión «comprar la libertad» de acuerdo a la cual devenir libre es, exclusivamente, un devenir propietario de sí (a la manera del esclavo manumiso) y transfiriendo por tanto a la observancia estatal, por una parte, y al automatismo mercantil, por otra, las condiciones de posibilidad de toda decisión.

La crisis liberal del 15M y la opción (¿imposible?) a un liberalismo 3.0
Llegados a este punto no resulta difícil comprender cómo en la coyuntura actual, lo que está en juego es la propia supervivencia del liberalismo. Sería ingenuo, no obstante, considerar que el liberalismo no disponga de un margen de acción más que suficiente para responder a los desafíos del 15M. Históricamente, de hecho, el liberalismo ya ha sabido operar las mutaciones matriciales necesarias para asegurarse su supervivencia. 
La primera mutación sustantiva del liberalismo se adoptó al reconocer en el gobierno representativo una herramienta útil al cercenamiento de la democracia. John Stuart Mill fue en este sentido, el primer gran intelectual de la democracia representativa como diseño institucional del liberalismo. Pero al adoptar el marco democrático (incluso en su versión representativa) emergió la necesidad de ampliar progresivamente el demos a diferentes grupos sociales.

Tal ha sido y es, después de todo, la historia del sufragio en la democracia liberal: primero los hombres propietarios y alfabetizados, luego las mujeres, las minorías raciales y culturales, etc. Todavía hoy menores de edad, sin papeles y otras figuras sociales de la exclusión liberal siguen pendientes de conquistar la plenitud de acceso al demos. El liberalismo, por lo tanto, se ha forjado y opera en esta lógica de aristocratización económica del demos. Sólo desde el antagonismo se ha conseguido forzar a los liberales a aceptar concesiones.

La segunda mutación liberal llegó provocada por el cambio en la agencia política protagonizado por el movimiento desde los años sesenta en adelante. Desde la teoría de la justicia de John Rawls en adelante, el liberalismo fue refundado para dar acogida a los desafíos movimentistas: desde la justicia redistributiva hasta la política del reconocimiento, los teóricos liberales se aprestaron a encajar los problemas desvelados por los llamados «nuevos movimientos sociales» (NMSs). Michael Walzer denominó a esta mutación el paso del liberalismo 1 al liberalismo 2.

¿Hacia una tercera mutación? El ciberliberalismo

Con todo, la evolución del liberalismo desde los ochenta hasta hoy se ha desarrollado en una dirección completamente involutiva, replegándose sobre el liberalismo 1.0 antes que desplegando las potencialidades del liberalismo 2.0  Ahora, ante la nueva ola de movilizaciones en curso, la matriz liberal ha de hacer frente a una tercera mutación. Ya no se trata de integrar el mundo del trabajo bajo los diseños institucionales del corporativismo liberal. Tampoco es cuestión ya de incorporar, anulando, las causas feminista, ecologista, pacifista u otras de los NMSs.

El desafío liberal se presenta hoy bajo la emergencia de una nueva figura del trabajo vivo: el cognitariado, esto es, una figura social que se funda en el trabajo inmaterial, flexible, precario… A nadie puede escapar, salvo por razón de alguna ceguera ideológica preocupante, que el 15M (y más aún las redes centrales al proceso) se sostiene sobre una composición técnica de clase que en poco o nada tiene que ver con las tradicionales clientelas sindicales, los seguros electorados de la izquierda funcionarial y otras figuras que hasta ahora hegemonizaban la escena política desde la simple gestión de las rupturas históricas sedimentadas en la representación política.

Así las cosas cabe preguntarse si el liberalismo será capaz de (re)adaptarse como ciberliberalismo (como liberalismo 3.0) o si, por el contrario, la emergencia de la autonomía 2.0 es también, como se deduce de su hipótesis activista, un horizonte de derrota liberal. Para ello es preciso que la autonomía se apreste hoy a enunciar las condiciones de un proyecto fundado en el común, en el trabajo vivo del cognitariado, en su capacidad para subvertir los viejos códigos y gramáticas políticas de la modernidad e instaurar su propio gobierno, el gobierno del movimiento.

En estos días, el movimiento agota una primera fase de ruptura, de expresividad, de afirmación autónoma. Tras el gesto de las plazas avanzamos hacia la reivindicación de la producción institucional, hacia la emergencia del poder constituyente de la multitud. Sólo si a esta primera fase sigue ahora un decantamiento progresivo por la autonomía, por el abandono del ciudadanismo y por la creación de nuevas instituciones, se traducirá el movimiento en progreso emancipador. De otro modo, un nuevo salto liberal, el perfeccionamiento habitual de la maquinaria semiocapitalista y la satisfacción recuperadora de los futuros gestores del eventual progreso social a que pueda abocar la ruptura actual, será lo que quede del esfuerzo realizado en este mes largo que llevamos en las calles.