Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Abr

27

Foucault y el marxismo


Fragmento de la conversación con el filósofo japonés Ryumei Yoshimoto, de la entrevista «Metodología para el conocimiento del mundo: cómo deshacerse del marxismo, 1978».

Apunte de Jordi Guzmán González (con alguna aportación simbiótica)

» Para resumir, los tres aspectos del marxismo, es decir, el marxismo como discurso científico, el marxismo como profecía y el marxismo como filosofía de Estado o ideología de clase, están ligados inevitable e intrínsecamente al conjunto de las relaciones de poder. De plantearse el problema de si hay que terminar, sí o no, con el marxismo, ¿no es en el plano de la dinámica de poder constituida por esos tres aspectos? Visto desde esta perspectiva, el marxismo va a ser hoy puesto en tela de juicio. El problema no consiste tanto en suponer que es necesario liberarse de ese tipo de marxismo, como en deshacerse de la dinámica de las relaciones de poder vinculadas a un marxismo que ejerce esas funciones.

No pocos debates ha suscitado el pensamiento de Michel Foucault sobre el marxismo. La singularidad excepcional de su obra, distinta a la par que familiar al materialismo histórico, atravesó su tiempo histórico. Por aquel entonces, el prefijo “neo-” aplicado al marxismo se imponía en el terreno discursivo del antagonismo, a menudo como fábrica de las derivas identitarias y autorreferenciales de la extrema izquierda y sus -ismos. En un momento, sin embargo, en el que el metarrelato marxiano entraba en crisis con la postmodernidad, Foucault informaba, con su reflexión sobre el poder, de la obsolescencia de los supuestos axiomáticos de la gramática política compartida por los neomarxismos. Algunas notables y heréticas excepciones, como el situacionismo en Francia o el operaismo en Italia, se abrieron a fructíferas simbiosis teóricas atendiendo a la obra del de Poitiers.

La influencia de Marx y del análisis marxista en Foucault es discreta, pero no deja de ser notable en algunos de sus trabajos. El curso de 1971 en el Collège –La Sociedad Punitiva– da testimonio de la atenta lectura de Foucault a la obra de Marx. Del mismo modo, en Vigilar y Castigar, una de sus obras fundamentales para entender el poder y el nacimiento de la prisión en las sociedades disciplinarias, no deja de hacer referencia a Pena y estructura social, el “grand livre” de Rusche y Kirkheimmer. Este libro fue un encargo de la Escuela de Frankfurt en los años 30 a los autores y es conocido como el origen de “la economía política del castigo”, la línea de investigación marxista que han desarrollado influyentes criminólogos como Dario Melossi y Maximo Pavarini.

El siguiente fragmento pertenece a la conversación que tuvo lugar en Japón durante la visita de Michel Foucault con el poeta y filósofo japonés Ryumei Yoshimoto. Después de hacer un repaso de las principales obras publicadas por Foucault hasta entonces, Yashimoto hace una reflexión acerca de Marx, Engels y Hegel, e interroga a Foucault con un hilo conductor de fondo: “¿cómo terminar con el marxismo?”.

La respuesta de Foucault es realmente digna de estudio, pues pone de relieve uno de los principales objetivos de la reflexión del “último Michel Foucault”: mostrar hasta qué punto la verdad y el poder están ligados el uno al otro, no sólo en el interior del campo político, sino también –y en particular– en el horizonte ético de los modos de subjetivación. La respuesta de Foucault acerca de cómo terminar con el marxismo se inscribe, pues, en su última línea de investigación: una “ontología crítica de nosotros mismos” que Foucault encuentra en los últimos textos de Kant sobre la Aufklärung. Esta ontología de nuestra actualidad consiste en asumir una actitud, un ethos, de “crítica permanente de nuestro ser histórico” y poner en tela de juicio “todos los fenómenos de dominación” en los que nos encontramos inmersos.

Sin más dilación, aquí os dejamos con la respuesta de Foucault a la pregunta de Yashimoto ¿Cómo terminar con el marxismo?

» Ryumei Yoshimoto: Su razonamiento parte de la idea de que hay que distinguir a Marx, por un lado, y el marxismo, por otro, como objeto del que es preciso deshacerse. Estoy en un todo de acuerdo con usted. No me parece muy pertinente terminar con el propio Marx. Este es un ser indubitable, un personaje que ha expresado sin error ciertas cosas, es decir, un ser innegable en cuanto acontecimiento histórico: un acontecimiento que, por definición, no se puede suprimir. Así como, por ejemplo, la batalla naval del mar del Japón, frente a las costas de Tsushima, es un acontecimiento que se produjo realmente, Marx es un hecho que ya no puede suprimirse: trascenderlo sería algo tan carente de sentido como negar la batalla naval del mar del Japón.

En lo que incumbe al marxismo, la situación, en cambio, es completamente diferente. Ocurre que el marxismo existe como la causa del empobrecimiento, el vaciamiento de la imaginación política del que le hable hace un momento; para reflexionar bien al respecto, hay que tener presente que el marxismo no es otra cosa que una modalidad de poder en un sentido elemental. En otras palabras, es una suma de relaciones de poder o una suma de mecanismos y dinámicas de poder. Con referencia a este punto debemos analizar cómo funciona el marxismo en la sociedad moderna. Es necesario hacerlo, así como, en las sociedades pasadas, se podía analizar el papel que había cumplido la filosofía escolástica o el confucianismo. De todas maneras, en este caso, la diferencia estriba en que el marxismo no nació de una moral o un principia moral como la filosofía escolástica o el confucianismo. Su caso es más complejo. En efecto, es algo que surgió, dentro de un pensamiento racional, como ciencia. En cuanto a saber qué tipos de relaciones de poder asigna a la ciencia una sociedad calificada de «racional», como la sociedad occidental, la cuestión no se reduce a la idea de que la ciencia solo funciona como una suma de proposiciones tomadas como la verdad. Al mismo tiempo, es algo intrínsecamente ligado a toda una serie de proposiciones coercitivas. Es decir que el marxismo en cuanto ciencia -en la medida en que se trata de una ciencia de la historia, de la historia de la humanidad- es una dinámica de efectos coercitivos, con referencia a cierta verdad. Su discurso es una ciencia profética que difunde una fuerza coercitiva sobre cierta verdad, no solo en dirección al pasado sino hacia el futuro de la humanidad. En otras palabras, lo importante es que la historicidad y el carácter profético funcionan como fuerzas coercitivas en lo concerniente a la verdad.

Y además, otra característica: el marxismo no pudo existir sin el movimiento político, fuera en Europa o en otros lugares. Digo movimiento político, pero para ser más exacto el marxismo no pudo funcionar sin la existencia de un partido político. El hecho de que no haya podido funcionar sin la existencia de un Estado que lo necesitaba en su carácter de filosofía es un fenómeno inusual, que nunca se había visto antes ni en la sociedad occidental ni en el mundo. En nuestros días, algunos países solo funcionan como Estados porque se valen de esa filosofía, pero no había precedentes en Occidente. Los Estados anteriores a la Revolución Francesa siempre se fundaban en la religión. Pero los posteriores a la Revolución se fundaron en lo que damos en llamar filosofía, y esto es una forma radicalmente nueva, sorprendente, que jamás había existido antes, al menos en Occidente. Como es natural, con anterioridad al siglo XVIII nunca hubo Estados ateos. El Estado se fundaba necesariamente en la religión. Por consiguiente, no podía haber un Estado filosófico. Después, más o menos a partir de la Revolución Francesa, diferentes sistemas políticos se lanzaron a la búsqueda, explícita o implícita, de una filosofía. Creo que este es un fenómeno realmente importante. Va de suyo que una filosofía semejante se desdobla y que sus relaciones de poder se dejan arrastrar a la dinámica de los mecanismos de Estado.

Para resumir, los tres aspectos del marxismo, es decir, el marxismo como discurso científico, el marxismo como profecía y el marxismo como filosofía de Estado o ideología de clase, están ligados inevitable e intrínsecamente al conjunto de las relaciones de poder. De plantearse el problema de si hay que terminar, sí o no, con el marxismo, ¿no es en el plano de la dinámica de poder constituida por esos tres aspectos? Visto desde esta perspectiva, el marxismo va a ser hoy puesto en tela de juicio. El problema no consiste tanto en suponer que es necesario liberarse de ese tipo de marxismo, como en deshacerse de la dinámica de las relaciones de poder vinculadas a un marxismo que ejerce esas funciones. Agregare, si usted me permite, dos o tres cosas a modo de conclusión a estos problemas. Si el verdadero problema es el que acabo de enunciar, la cuestión del método que le corresponde es de igual importancia. Para delimitar el problema, esencial para mí, de saber cómo superar el marxismo, trate de no caer en la trampa de las soluciones tradicionales. Hay dos maneras tradicionales de enfrentar este problema. Una, académica, y otra, política. Pero, ya sea desde un punto de vista académico o político, en Francia el problema se despliega en general del siguiente modo.

O bien se critican las proposiciones del propio Marx, con este cuestionamiento: «Marx hizo tal proposición. ¿Es justa o no? ¿Contradictoria o no? ¿Es premonitoria o no?», o bien se elabora la crítica bajo la siguiente forma: «¿De qué manera traiciona hoy el marxismo lo que habría sido la realidad para Marx?». Estas críticas tradicionales me parecen inoperantes. A fin de cuentas, son puntos de vista prisioneros de lo que podemos llamar fuerza de la verdad y sus efectos: ¿qué es lo justo y qué lo injusto? En otras palabras, la pregunta: «cuál es el verdadero y auténtico Marx?», este tipo de punto de vista consistente en preguntarse cuál era el vínculo entre los efectos de verdad y la filosofía estatal que es el marxismo, empobrece nuestro pensamiento.

En comparación con esos puntos de vista tradicionales, la posición que me gustaría adoptar es muy distinta. A ese respecto, querría decir sucintamente tres cosas.

En primer lugar, como le dije hace un rato, Marx es una existencia histórica y, desde ese punto de vista, no es más que un rostro portador de la misma historicidad que las otras existencias históricas. Y ese rostro de Marx pertenece a las claras al siglo XIX. Marx tuvo un papel particular, casi determinante, en el siglo XIX. Pero dicho papel es claramente típico de ese siglo y solo funciona en él. Al poner este hecho en evidencia, habrá que atenuar las relaciones de poder ligadas al carácter profético de Marx. Al mismo tiempo, este enunció por cierto un tipo determinado de verdad; nos preguntamos con ella si sus palabras son universalmente justas o no, qué tipo de verdad poseía él y si, a fuerza de hacer absoluta esa verdad, sentó o no las bases de una historiología determinista: convendrá desarticular ese tipo de debate. Al demostrar que no debe considerarse a Marx como un poseedor decisivo de verdad, parece necesario mitigar o reducir el efecto ejercido por el marxismo en cuanto modalidad de poder.

Un segundo problema que querría plantear es que también habrá que mitigar y reducir las relaciones de poder que el marxismo manifiesta en conexión con un partido, es decir, en cuanto expresión de una toma política de partido. Este aspecto implica la siguiente exigencia. Como el marxismo solo funcionó como expresión de un partido político, el resultado es que diferentes problemas importantes que se suscitan en la sociedad real quedan barridos de los horizontes políticos. Se hace sentir la necesidad traer de nuevo a la superficie todos esos problemas excluidos. Tanto los partidos marxistas como los discursos marxistas tradicionales carecían de la facultad de tomar en consideración todos esos problemas que son, por ejemplo, los de la medicina, la sexualidad, la razón y la locura.

Por otra parte, para reducir las modalidades de poder ligadas al marxismo en cuanto expresión de un partido político, habrá que vincular todos esos nuevos problemas que acabo de mencionar, esto es, medicina, sexualidad, razón, locura, a diversos movimientos sociales, ya se trate de protestas o revueltas. Los partidos políticos tienden a ignorar esos movimientos sociales e incluso a debilitar su fuerza. Desde esa óptica, la importancia de todos estos movimientos me parece clara. Todos ellos se manifiestan entre los intelectuales, entre los estudiantes, entre los presos, en lo que se denomina Lumpenproletariat. No es que yo conceda un valor absoluto a su movimiento, pero creo no obstante que es posible, en el plano tanto lógico como político, recuperar lo que monopolizaron el marxismo y los partidos marxistas. Además, cuando se piensa en las actividades críticas que se desenvuelven de manera cotidiana en los países de Europa Oriental, la necesidad de terminar con el marxismo me parece obvia, sea en la Unión Soviética o en otros lugares. En otras palabras, vemos allí el elemento que permite superar el marxismo en cuanto filosofía de Estado. »