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Nota 12 el parlamentarismo en España
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Por su propia constitución el Reino de España es en la actualidad una monarquía parlamentaria. Esto significa que el parlamento es la sede de la soberanía nacional y se puede identificar por lo tanto como el epicentro del régimen político. En lógica consecuencia, el parlamentarismo espeja como ninguna otra institución la propia dinámica política del régimen. En sus debates fundamentales (debate de investidura, debate de presupuestos generales del Estado, debate sobre el estado de la nación, mociones de censura, etc.), el parlamento muestra la radiografía política del país en cada momento.
Pero también cuando la política no está institucionalizada, el parlamento lo refleja. Cuando el 15M reivindicó otra política, lo hizo impugnando la propia representación parlamentaria al grito de «no nos representan!«. En el momento en que, por efecto del 15M, el bipartidismo entró en crisis, fue en el parlamento donde se hizo visible. Si los movimientos sociales (agricultores, pensionistas, feministas, etc.) quieren hacer llegar a la ciudadanía sus mensajes y reivindicaciones dirigen sus mensajes y manifestaciones hacia el parlamento.
No podría ser de otro modo, habida cuenta de que el parlamento, además de las consabidas funciones legislativa y de control político, tiene funciones representativas y de legitimación. El parlamento es el lugar político donde se visibiliza la Nación. Su papel en la simbología del régimen es fundamental para componer un imaginario de la política. De hecho, la presidencia del Congreso de los Diputados es la tercera autoridad del Estado por debajo del monarca y el presidente de gobierno. Su labor, más allá de la evidente coordinación de la actividad parlamentaria, comporta un desempeño fundamental en la representación y legitimación del poder político. Dicho en otras palabras, es el centro neurálgico del régimen en un país cuyo diseño institucional sigue conservando una estructura unitaria, por más que descentralizada.
Estructura del régimen, estructura parlamentaria
El parlamentarismo en España está configurado, como es sabido a un doble nivel: por un lado, el poder central está articulado mediante un parlamento bicameral, las Cortes Generales, integrado por el Congreso de los Diputados y el Senado. Por otro lado, resultado de la descentralización del poder político propia del modelo autonómico, existen parlamentos en cada Comunidad Autónoma. Ambos niveles parlamentarios se combinan y hasta se integran de una forma original y acorde a la propia naturaleza del régimen político reflejo de un Estado unitario descentralizado (por ejemplo, gracias a figuras como los sensadores de designación autonómica).
El parlamentarismo en España tiene una estructura fuertemente centralizada y piramidal: en la cúspide encontramos la presidencia de las cámaras, unipersonal y dotada de importantes capacidades representativas y recursos de poder en lo tocante a la articulación de la agenda. Las cámaras de representantes se dotan de mesas y juntas de portavoces que componen, por un lado, la actividad legislativa y, por otro, el pluralismo partidista. A partir de aquí se constituyen las distintas comisiones, representaciones institucionales, delegaciones parlamentarias y un sinfín de espacios de trabajo institucional que centralizan y disponen la vida política.
Crisis territorial y Senado
Como señalamos en clase en su momento, el Estado adopta en la Constitución una articulación unitaria descentralizada. El parlamentarismo lo refleja claramente y, en este sentido, el papel del Senado, al igual que otras instituciones integrantes del modelo autonómico, contiene la semilla de su potencial federalización; si bien tras cuatro décadas de vida democrática se encuentra hoy atravesado por la doble tensión entre partidarios de la recentralización y resimetrización del poder político, por un lado, y partidarios de la secesión y la unidad, de otro.
En este sentido, el Senado ha sido mencionado a menudo como una pieza institucional decisiva en una eventual federalización, toda vez que podría acabar de convertirse en una auténtica cámara de representación territorial a la manera de las dietas federales (el Bundesrat) alemana o suiza, por citar solo dos ejemplos. En los últimos tiempos, sin embargo, la política española se ha alejado de esta posibilidad. De un lado, las fuerzas descentralizadoras se han visto descompensadas por el independentismo catalán y el Procés. Del lado opuestos, las fuerzas reactivas al secesionismo, recentralizadoras y resimetrizadoras, han optado por estrategias de excepcionalidad mediante la constante apelación a la aplicación del artículo 155.
En medio de este campo de tensión, las fuerzas que podrían encarnar la federalización se han expresado a favor del mantenimiento del status quo autonómico o de posiciones institucionalmjente inviables como un supuesto confederalismo (en rigor solo posible previo alineamiento con el secesionismo) antes que de emprender un proceso de federalización definitiva. Cuatro décadas después de la Transición, no parece que ningún diseño institucional basado en el marco constitucional del régimen del 78 concite mayores consensos que los que en su día fue capaz de componer el constituyente.
Crisis del sistema de partidos
Otro aspecto problemático y de actualidad nos lo muestra la articulación del pluralismo de partidos. Con el 15M el bipartidismo entró en crisis y con las elecciones generales del 20 de diciembre de 2015, el sistema de partidos definitivamente dejó atrás las cómodas alternancias entre el PSOE y el PP largo tiempo facilitadas por las fuerzas de los nacionalismos de centroderecha. La irrupción de Podemos y Ciudadanos, primero, y de Vox después, así como la alteración de la representación mayoritaria de Catalunya en Madrid (primero, en manos de En Comú Podem y actualmente de Esquerra) han generado una dinámica completamente inédita que ha pasado por dos legislaturas breves, dos mociones de censura y diversos procesos electorales.
Así las cosas, queda por ver, como de hecho se puede intuir ya, si el régimen vive una crisis que se resolverá en la recomposición de la vieja fórmula bipartidista o si, por el contrario, los próximos años arrastrarán la inadecuación del funcionamiento parlamentario al sistema de partidos, favorecida por la correlación de fuerzas entre unos emergentes que más parecen haber aspirado a ser un bipartidismo de reemplazo (que no una alternativa de mayor pluripartidismo) y los consolildados que parecen persistir en hacer valer el retorno al viejo bipartidismo por toda solución. En medio, como se ha visto los últimos años una crisis institucional marcada por la «correlación de debilidades» antes que por la reforma y actualización institucional del régimen.
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