Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

May

09

[ es ] Entrevista en la revista PopPol


De las plazas el 15-M dio el salto a los barrios y, con el impulso de los recortes impuestos por el nuevo gobierno del Partido Popular, se coló en las facultades. Históricamente las universidades siempre han sido uno de los focos de movilización social y hoy  parece que vuelven a serlo. La ‘Primavera Valenciana’ que llegó a las facultades, la incorporación de los universitarios a la ‘marea verde’ en Madrid y las multitudinarias huelgas contra los recortes de CIU en Barcelona son prueba de ello.

Como indica el colectivo Observatorio Metropolitano de Madrid en su libro ‘Crisis y revolución en Europa’ sobre el actual ciclo de movilización, uno de los antecedentes del 15-M es, junto a otros, el movimiento estudiantil contra la mercantilización de la Universidad pública que nació durante las protestas de la LOU y alcanzó su punto álgido en las movilizaciones contra el proceso de Bolonia

De forma general, ¿cómo se ha visto el movimiento 15-M desde la Universidad?

De manera muy diversa según el sector de la comunidad universitaria que se tratase, la orientación política, etc. Se trata de una amplia gama de opciones que puede ir desde, pongamos por caso, un rector conservador a un estudiante activista. De todos modos creo que, en general, el 15M ha sido visto en la universidad con mejores ojos incluso que en el resto de la sociedad. Al estar la gente mejor instruida y ser menos manipulable se ha entendido mejor.

Con todo, tampoco en esto hemos de mitificar el mundo universitario. En la universidad hay instalada desde hace décadas una cultura hegemónica de la pasividad, cuando no de la visión reaccionaria. Algo, per se, muy perjudicial para la institución.

¿Se han involucrado muchos profesores en las movilizaciones?

Ni la décima parte de las y los que deberían, y cuando lo hemos hecho, hemos sido al 99% los profesores en precario, el personal docente e investigador que lleva décadas ya padeciendo el modelo universitario, la mayoría silenciosa a la que no se deja participar en una democracia real.

Luego, como es evidente, no han faltado algunas pocas figuras destacadas del profesorado que todavía recuerdan la labor de la crítica que la universidad debe a la sociedad y que han participado en el 15M más como aquella figura romántica del intelectual engagé que conocieron en los sesenta y setenta, que no como la figura emergente del cognitariado precario de masas propia del capitalismo actual. Los intelectuales universitarios del 15M fueron gentes con ideas por lo general de izquierda o progresistas, invitadas a hablar desde la auctoritas de su posición académica.

En contraposición, el cognitariado precario era 15M, era multitud. Y, todo sea dicho de paso, se toma con bastante ironía, ya que les conoce en el ejercicio cotidiano del poder, cuanto puedan decir buena parte de estos representantes de la vieja izquierda.Es difícil tragarse según qué sapos ideológicos izquierdistas cuando ves lo opuesto en tu vida laboral universitaria. La divisoria entre el 1% y el 99% también está muy presente en la universidad.

¿Se ha vista un crecimiento de la movilización contra la crisis dentro de las facultades?

Un crecimiento enorme, de dimensiones históricas. Incluso en aquellas universidades más elitistas e ideológicamente conservadoras como la Pompeu Fabra vivieron jornadas de parálisis total de la actividad universitaria por efecto de la acción colectiva. La movilización de fechas como el 17N o el 29F no han frenado el progreso de un movimiento que cabe esperar que sea más fuerte todavía ante el anuncio de una subida de tasas del 66%

Ciertamente, está habiendo una represión política muy fuerte, aunque sutil, orientada como sucede en todas las organizaciones jerárquicas y económicamente dependientes, contra aquellos más débiles, con contratos más precarios. Pero la ola de movilizaciones está demostrando un vigor siempre sorprendente, siempre mayor. Antes que después, buena parte del profesorado silencioso por silenciado, temeroso por amenazado, ya no podrá seguir en sus posiciones. Nos están echando a la calle con tacto, astutamente, pero de manera definitiva.

La élite universitaria está redefiniendo un modelo universitario pensado para la más absoluta subalternidad en el encaje europeo. El Plan Bolonia (con la unanimidad parlamentaria que no nos representa) está haciendo bien su trabajo y el devenir periferia de la universidad tendrá enormes costes, tanto para quienes todavía creen que es posible salvarse individualmente, como para un país que se verá privado de su propio potencial cognitivo, condenado a la subalternidad y la dependencia. Estamos ante la versión postmoderna del «que inventen ellos!». Y si así nos va, esperemos a ver como nos irá de seguir así.

¿Ha tenido influencia el 15-M en las formas de movilización de los estudiantes?

Por supuesto. Se trata de una influencia recíproca como no podría ser de otro modo entre redes sociales que se solapan y se contagian, por ello mismo, con sus repertorios de acción colectiva. El 15M ha sido una auténtica universidad de la participación democrática, de la desobediencia civil, de resistencia al mando ilegítimo. No es posible participar del 15M, de sus recursos cibernéticos, de sus redes sociales, de sus deliberaciones en el espacio público, de su resuelta y pacífica oposición a fuerzas policiales no pocas veces brutales, sin salir con la mochila llena para el siguiente curso académico.

El 15M no muere, como proclaman en vano los medios conservadores, el 15M sólo se transforma, se recombina en formas de acción colectiva cada vez más potentes y disruptivas. El enjambre que lo sostiene adopta a cada paso nuevas figuras, se reconfigura de suerte tal que siempre acaba escapando a la represión y hace valer sus derechos. Cuando alguien intenta reprimirlo se reorganiza en otra parte, tal y como sucedió el 27M en Plaça Catalunya. Cuando alguien intenta capitalizarlo políticamente es deslegitimado de inmediato, tal y como ha sucedido con la tentativa de transformar en asociación Democracia Real Ya! En la ecuación gubernamental está fallando la vieja lógica de a más movilización, más represión. Todavía no han comprendido qué tienen delante.

¿Y qué influencia ha tenido el movimiento estudiantil en el 15-M?

En aportar su larga experiencia previa. Y no me refiero sólo a las luchas más inmediatas protagonizadas por los estudiantes contra el Plan Bolonia, sino también las de generaciones anteriores que conocieron otros momentos de intensa movilización: la movilización contra la LOU en el curso 2001/2002, contra la selectividad en 1986/87 y antes aún contra la LRU y la LAU.

El movimiento estudiantil, a pesar de la dificultad de reproducción intrínseca a un sujeto que cambia cada cinco años, mantiene una memoria de sus propias luchas. Pero, además, precisamente por esta renovación tan rápida, es un laboratorio privilegiado para ensayar repertorios de acción colectiva, no genera élites fácilmente burocratizables, opera gracias a una composición técnica muy elevada y se renueva de manera muy dinámica.

No es de sorprender, por tanto, que el repertorio de ocupar facultades originado durante el Plan Bolonia se recombinase para hacerse extensivo a las plazas. Tampoco debería llamar la atención que estrategias como el tránsito de los rectorados a la producción de instituciones de movimiento como, por ejemplo, la Rimaia, se hayan imitado en el paso de la ocupación de las plazas a la ocupación de edificios como en el caso del 15O.

Miremos donde miremos, la alimentación entre redes es mutua: lo que se experimenta con éxito durante un ciclo de movilizaciones es incorporado rápidamente al ciclo siguiente, desencadenando una concatenación virtuosa que aumenta sin parar las movilizaciones. Por eso aumenta la represión, aunque tal aumento pueda ser muy contraproducente para el mando. De hecho, en las circunstancias actuales el mando está echando demasiada leña policial al fuego de la multitud.

La Universidad históricamente ha sido foco de las luchas sociales ¿Sigue siéndolo hoy en día?

¡Por supuesto! Y por más que ahora la ideología neoliberal de la pax docente e investigadora y el productivismo acrítico pueda querer hacer parecer la posición del 1% como la verificación empírica del fin de la historia, en realidad esto siempre ha sido así. Quienes contamos con tres generaciones de movimiento estudiantil a nuestras espaldas, desde la FUEH hasta hoy pasando por el antifranquismo, somos perfectamente conscientes de que la universidad siempre ha sido tan acomodaticia para el 1% como laboratorio de experimentación antagonista para el 99%.

Y así seguirá siendo. Incluso aunque la selección clasista que se está imponiendo en la actualidad consiga llevarse a cabo, no podrá evitarse que la universidad sea lo que es si no es destruyéndola de manera más definitiva. Cosa distinta es los escenarios de lucha que se abrirán a partir de la recomposición del mundo universitario y sus externalizaciones. En la actualidad  ya se apuntan claras las tendencias de gran potencial. Queda realizarlas. Es un escenario y un horizonte abierto por venir.

Las protestas que se llevan a cabo desde la Universidad, ¿deben centrarse en los recortes en Educación y la mercantilización de la universidad pública, o se deben perseguir objetivos más amplios similares a los del 15-M?

Recortes y democracia no son compatibles, por lo que movilizarse contra los recortes es movilizarse por la democratización y contra la cleptocracia. No hay lo uno sin lo otro. Es una disyuntiva más aparente que real, pero en todo caso muy operativa para hacer perder la perspectiva política de las cosas.

Los recortes en educación responden a un marco estratégico general del mando que se viene imponiendo desde la contrarrevolución neoliberal de los ochenta. Son los golpes que aspiran a demoler el acceso a la universidad de las clases históricamente excluidas de la universidad. Se trata de reformatear el país entero y de buscarle un encaje periférico y subalterno en la Europa del capital que se ha pergeñado desde el mando en las últimas décadas.

Por lo tanto, quien participa de las luchas contra los recortes lo hace también contra el modelo productivo y el lugar que se nos quiere asignar en Europa. Se lucha contra la exclusión social que se promueve por medio de incentivar la selección de clase. La democracia real que persigue el 15M es la de la garantía efectiva de poder acceder a la sociedad del conocimiento, no la de reubicarse en la dependencia y subalternidad de los grandes centros de investigación de la Europa neoliberal. A mi modo de ver, más 15M es más lucha contra los recortes, más lucha contra los recortes es más 15M.

¿Participas junto a tus alumnos en las asambleas y movilizaciones?

Por supuesto y no con bajos costes represivos, por cierto. Sería muy revelador que me hicieses esta misma pregunta el curso que viene y viésemos que ha sucedido. La censura, el mobbing, e incluso cosas peores son el pan de cada día para quienes llevamos años adentrándonos en el terreno pedagógico de la participación democrática.

El personal docente e investigador que intenta explicar lo que sucede, lo que aguarda al estudiantado ahí fuera, es objeto de una censura, a menudo silenciosa, pero no por ello menos abyecta; un muro de cristal que la jerarquía va erigiendo alrededor de uno apenas de manera imperceptible. Tan pronto muchos jóvenes profesores lo detectan optan por el silencio, por marchar, por rendirse. Pero siempre hay y habrá unos pocos valientes que se las compongan para resistir, para seguir transmitiendo, ni que sea en la complicidad de una pausa entre clase y clase, el valor de la disidencia.

No es obligatorio resistir a cualquier precio y el profesor debe ser consciente de los límites de la resistencia personal. Demasiadas veces se acaban produciendo depresiones o casos de burnout en gentes demasiado valiosas para  una docencia de calidad. A menudo la mejor opción táctica puede ser el éxodo a otro país o fuera de la universidad; pero si se puede hacer algo por evitarlo y se puede seguir interactuando con el estudiantado de manera crítica, reflexiva y que anime a la participación, es un deber hacerlo. No perdamos de vista que de lo que se trata es también de lo que enseñamos con nuestras vidas, con la manera en que nos comportamos.

Por nuestra formación y posición, los profesores deberíamos ser para los estudiantes un modelo de vida culto, instruido, preocupado por la vida pública, por la política. Bastante tenemos ya con los tertulianos y otras especies que pueblan la telebasura. Si en un país donde, además de estar malpagados y desprestigiados, nos dedicamos a despreciar al estudiante como un mal que hay que padecer en vistas a acceder al olimpo de la investigación sin docencia; si nos dedicamos a rendir culto al dinero de manera obscena (por mucho que sorprenda, hoy en día las plazas se están dando más por lo que facturas en investigación que por criterios intelectuales); si optamos por la profilaxis ideológica neoliberal del tecnócrata frente al contagio del cuerpo social que rebela y lucha ¿qué estamos enseñando? ¿qué modelo de sociedad favorecemos? Lo peor no es la maldad de los malos, la protervia. Lo peor es la indiferencia de los demás.

¿Los profesores como ciudadanos tienen que transmitir la indignación a sus alumnos? ¿O deben limitarse a dar clase y transmitir conocimiento?

Lo primero, evidentemente. No vivimos tiempos fáciles. En las últimas décadas el 99% ha vivido un auténtico maccarthismo a manos de la antigua izquierda. Toda una generación a la que fueron regalados puestos de funcionario sin la menor exigencia durante los años ochenta, al amparo de la gestión socialista, ahora se dedican a exigir a jóvenes infinitamente más y mejor cualificados aquello que no pueden ofrecer. Los rectorados están llenos de antiguos izquierdistas conversos al neoliberalismo, gentes a los que la vida les ha resultado demasiado fácil y que cobran, en rigor, por ejercer disciplinadamente su labor funcionarial en el marco de un proyecto neoliberal de destrucción de la universidad pública. Transmitir indignación, dentro y fuera de la universidad, es por lo tanto un problema ético, estético y, por encima de todo, político.

Pero la política es lucha y esta comporta asumir la represión consiguiente. Quiero recalcar que enseñar qué es la dignidad al estudiantado no es una opción igual y libre a la de no hacerlo. En el primer caso eres castigado, en el segundo no. Y esta es una pedagogía muy poco democrática. Asumir la represión por la desobediencia civil es lo único que puede conferir un verdadero valor a la palabra enseñar.

Por el contrario, lo que se busca con el aislamiento del profesor crítico en la apariencia de la «normalidad democrática» (¡terrible oxímoron del discurso político español!) es hacerle creer que la suya es una institución del pasado, que ahora sólo somos «científicos» (en un uso lingüístico que, en rigor, quiere decir «tecnócratas») y no «políticos» (cuando en rigor esta neolengua se refiere a los «ciudadanos»); que opinar públicamente no forma parte de lo que los pedagogos llaman «currculum oculto» (aquello que se enseña aun cuando no se está enseñando) y que por el contrario el oportunismo, el pasar del estudiante para dedicarte a tu carrera política, el tragar incluso con la destrucción de la institución sí debe formar parte de dicho currículum. Esta es la universidad del liberalismo en su declinación autocrática que algunos conocemos tan bien. Y frente a un enemigo así, a los profesionales de la docencia se nos impone la obligación deontológica de profesar, que es lo que hacen los docentes frente a los tecnócratas.