Abr
09
[ es ] Píldoras de antagonismo, 4: no pienses en un contenedor ardiendo
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Tras la agotadora jornada de movilizaciones llega el momento de agenciarse el acontecimiento creado. Sin embargo, esta fase decisiva de la huelga suele coger desarmados a lxs convocantes. Una vez que el acontecimiento está ahí, una vez que la jornada de movilización ha sido un éxito innegable, el mando responde en un doble frente: por una parte, mediáticamente, donde una monocorde obsesión con el tema de la «violencia» repite hasta la saciedad las consignas inculpatorias; por la otra, represivamente, aprovechando el impacto mediático para suspender los derechos y garantías más elementales.
Esta respuesta, reiterada tras cada huelga general, ha funcionado razonablemente bien desde comienzos del régimen en vigor y por eso se sigue repitiendo. Su funcionalidad consiste en (1) dividir el trabajo en distintas estrategias (antagonistas las unas, conciliadoras las otras), (2) organizar su representación en las grandes estructuras sindicales (reconociendo a éstas como únicos interlocutores sociales) y (3) jerarquizar el reparto de la carga subsiguiente a la implementación de las medidas neoliberales (menor para el asalariado varón, español, adulto, blanco, con contrato fijo, etc.; peor para la precaria, el joven, el migrante, el sinpapeles, etc.). El 29M no ha sido una excepción a esta regla y de manera automática, una vez más, hemos visto ponerse en marcha este mecanismo.
La cuestión de fondo
La pregunta del momento, sin embargo, al igual que en la propia convocatoria de la huelga en su formato institucionalizado por el régimen, es un ¿hasta dónde? ¿cuál es el límite de la democracia liberal? ¿hasta qué punto se puede implementar un modelo neoliberal de sociedad de manera absolutamente ideológica sin que se rompan las bases del consenso constitucional? ¿hasta qué extremo puede progresar la disociación deconstituyente entre las constituciones formal y material de la sociedad sin que se produzca una ruptura? ¿hasta qué punto el 99% puede resistir la iniquidad del 1%?
La respuesta pivota en torno a un único concepto: biopoder. El biopoder que no sea preciso justificar el poder en los términos de la legitimidad democrática, el biopoder activa los comportamientos reaccionarios, el bipoder hace posible la insolidaridad, el biopoder configura la antropología política de homo homini lupus sobre la que el proyecto neoliberal puede instituir su mando.
El biopoder opera gracias a la interiorización del mando por el cuerpo social, es la forma que adopta éste en el paso de la subsunción formal a la subsunción real del trabajo en el capital. Esto, que a quien no esté familiarizado con Marx y Foucault puede sonar abstracto en exceso, quizá se entienda mejor viendo el siguiente clip:
En efecto, quien desee saber hoy donde discurre la divisoria constituyente y la separación entre qué es movimiento y qué no, no tiene más que observar cómo se posicionan ante la lectura de la huelga como un acontecimiento de «violencia callejera» los distintos actores: a un lado, los partidarios de aceptar el monopolio mediático (del mando) sobre la definición del acontecimiento; al otro quienes prefieren una lectura desobediente. Los primeros vuelven a contarse de manera abrumadoramente mayoritaria entre aquellos que «no nos representan». Los segundos son, sin embargo, ese 99% del que tanto se habla.
Esto no significa, claro está, que no haya que ser conscientes del riesgo que comporta el abuso de poder al que estamos asistiendo, que no se haya de denunciar la violación flagrante de los derechos humanos por parte de las fuerzas del orden, así como el larguísimo etcétera de problemas que van asociados a la activación del significante violencia. Significa, sin embargo, que no hay mayor error estratégico hoy que el de dejarse arrastrar a la obsesión securitaria, que hacer caso de la desesperada (y esperemos que vana) tentativa de las extremas derechas gobernantes por conseguir modificar el alegre clima de desobediencia civil de masas generado hace casi un año con la ocupación de las plazas. Hablar de contenedores ardiendo es el acto lingüístico y, por tanto, en democracia, político, más profundamente reaccionario que se pueda imaginar.