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[ es ] Gesto contra la crónica de una muerte (electoral) anunciada
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[ versión 0.1, escribir a las cinco de la mañana es lo que tiene; luego hay que revisar 😉 ]
Dos noticias están marcando la semana política de la izquierda y ambas marcan se relacionan con el tipo de política que se hace y cómo este se relaciona con la democratización de la sociedad: por una parte, el estallido del Gamonal; por otra, la presentación del manifiesto Mover Ficha que ha acompañado el paso adelante de Pablo Iglesias de cara a encabezar una lista en las próximas europeas producida desde la movilización social. En escena nos encontramos, una vez más, con la eterna pugna entre tres modalidades de agencia que aspiran a definir y hegemonizar las formas de hacer política: el notable (Pablo Iglesias Turrión), el partido (IU) y el movimiento (#Gamonal). De la manera en que las tres se combinan resulta posible facilitar importantes avances o retrocesos en la democratización.
No por nada, la política de notable, protagonista de la democracia del sufragio censitario en el siglo XIX fue subsumida en la política de partido a lo largo del siglo XX al tiempo que las masas accedían a la democracia (sufragio universal). Esta misma política se encuentra en crisis ante la emergencia de una política de movimiento capaz de subsumirla bajo sus propias reglas de juego. Desde los años sesenta los movimientos sociales han cobrado tal protagonismo que nadie puede contenerlos hoy en la simple expresión de la protesta y el descontento: desde la elaboración de la agenda, hasta la evaluación de las políticas públicas pasando por su diseño, implementación y demás pasos del gobierno democrático, la política de movimiento ha ido subsumiendo, de facto, informal y procelosamente, la política de partido.
Tal es, en rigor, la importancia de la coyuntura actual y el marco en que debemos interpretar lo que está sucediendo: saber si nos encontramos ante una mutación virtuosa que permita reconfigurar la agencia política en favor de mayor democracia (o de un retroceso autoritario). Expuesto de otro modo: nos encontramos ante una coyuntura que permitirá evaluar si progresa una política de movimiento capaz de subsumir de manera institucionalizada y democratizadora una política de partido que, a su vez, subsuma la política de notable (vale decir, de hecho, una reconfiguración de la agencia que haga progresar la democratización) o, por el contrario, solo estamos ante un notable que rompe con una política de partido (la de IU) para intentar capitalizar el movimiento.
Huelga decir que sobre este particular, se han alcanzado estos días picos en el debate de la red que muestran que la cuestión tiene más mar de fondo del que pudiese seguirse de una presentación teórica del tema. Quizá por eso es doblemente importante salir de debates absurdos sobre personalismos, rupturas de la unidad (en lo que se me alcanza bastante más es lo que suma de la abstención que lo que le resta a IU) y paranoias múltiples que solo reflejan un terrible miedo a la política o un perfeccionismo impolítico.
Evitar la crónica de una muerte (electoral) anunciada
El gesto de Pablo Iglesias y su manifiesto no comportan novedad repertorial alguna: que un grupo de «intelectuales» firme un manifiesto y un notable de el paso adelante presentándose como candidato disponible es más viejo que Adán y bastante feo, por demás, en términos estéticos con la que ha llovido desde el 15M. Desde el punto de vista de la disrupción no es ciertamente ahí donde se produce el interés de la táctica ni mucho menos donde se jugará la partida. El manifiesto que algunos hemos suscrito, de hecho, es un verdadero «qué no hacer» de la comunicación política nacido de las componendas habituales de este tipo de práctica política (la redacción de manifiestos) y apenas puede interesar, en términos políticos, a quienes se encuentren implicados de manera más directa. Habría sido de agradecer que las cosas se hiciesen de otro modo, pero tampoco por ello nos vamos a rasgar vestiduras cuando, en realidad, este tipo de práctica está tan obsoleto como la IV Internacional. Lo fundamental en él y en verdad lo único decisivo, como acertadamente ha señalado John Brown, es que apunta a la deuda como prioridad y rompe de forma explícita con el régimen de 1978 (dos factores que en el actual estado de cosas, debería hacer ponderar otras consideraciones a lxs detractorxs de la iniciativa).
El valor del gesto de Pablo Iglesias (si finalmente lo tiene, pues de momento nada está asegurado) radica en alterar el curso de la crónica de una muerte (electoral) anunciada en que los partidos de izquierda habían convertido las elecciones europeas: La dirección de IU lleva meses vetando cualquier iniciativa democratizadora que pueda dar al traste con su ansiada capitalización del descontento social (el último episodio de este culebrón de décadas nos lo han dado con su debate sobre unas eventuales primarias). La apuesta sobre seguro (para conseguir representación, se entiende) de una izquierda abertzale capaz de pactar con el ala izquierda la esquerrovergència, dejan vacío el terreno contestatario que habitualmente ocupaba el conflicto vasco (recuérdese, por ejemplo, la lista de Iniciativa Internacionalista). En Catalunya, por otra parte, las CUP, víctimas una vez más de los reflejos incondicionados a que les aboca su exterior constitutivo identitario (la izquierda abertzale), se encuentran inmersas en el bucle del no sabe, no contesta. Partido Pirata, Partido X y otras formaciones experimentales no parecen atreverse a salir del laboratorio de las minorías techies. Y así sucesivamente, la política de partido se resiste a salir de su lógica de interacción con el movimiento.
Poco o nada en el momento actual parece dar motivos, pues, para pensar que de los acuerdos pre-electorales fuesen a venir sorpresas capaces del advenimiento de ese imposible metafísico al que se llama «unidad de la izquierda». Cualquier manifestación reciente de la política de partido, de hecho, parece más bien querer confirmar un único guión: las europeas están llamadas a ser las elecciones del desgaste del bipartidismo y de su enmienda a izquierda (IU) y derecha (UPyD), con variantes nacionales (tal y como está previsto por el régimen para los casos catalán y vasco), sin por ello variarse sustantivamente la centralidad de la partitocracia (que para el caso es la agencia imperante y la que obstruye hoy el progreso de la democratización). Alba Rico ha dado de lleno en la clave con un sentido común que ya quisiéramos en no pocos politólogos: «Digamos que en el Estado español ha habido y sigue habiendo dos formas de bipartidismo. El primero es el bipartidismo de los vencedores (…). Pero hay también un bipartidismo de los perdedores«.
Así las cosas, el gesto de Pablo Iglesias al poner su eventual candidatura en el centro del debate ha abierto un debate que se quería negar a la ciudadanía: el que se deriva del eje democrático. Las críticas arrecian y, seguramente, no sin buenos motivos para muchos. Pero como gusta de recordarnos Jorge Moruno, otro de los firmantes del manifiesto, desde su particular leninología: «donde se corta leña saltan astillas» (el apotegma es del propio Vladimir Ilich). Y es que, por más que cueste verlo, la cuestión nacional y la cuestión social que hasta ahora constituían las principales escisiones políticas del régimen, parece que se tendrán que incorporar a una nueva escisión: la democrática, la que escinde el demos del mando, la que nos separa del sistema de gobierno multinivel que desde lo local a lo supraestatal, impone el austericidio de la deuda por toda política económica y la cleptocracia por toda forma de gobierno. Las CUP han sido el primer dato, en este sentido, que ha marcado una diferencia: por más que en su lógica ideológica se quieran ver como protagonistas del independentismo más auténtico, ha sido por su propuesta de actualización democrática desde el municipalismo que han conseguido marcar un perfil propio. Queda por ver, va de suyo, que lo que pueda salir del gesto de Pablo Iglesias, acabe de concretarse de manera afortunada, pues no juega este nuevo príncipe en un terreno fácil.
Subsumir notables y partidos en la política de movimiento.
La emergencia de la cuestión democrática se ha visibilizado en la política española desde las movilizaciones contra el recorte del Estatut de Catalunya y el 15M de forma cada vez más rotunda. El efecto paradójico de la crisis está siendo una repolitización que refuerza la reivindicación democrática. Así lo expresaba alguien tan poco sospechoso de tentaciones activistas como el catedrático Mariano Torcal: «la gente cada vez está más atenta, es más crítica y usa mecanismos de movilización no convencionales como alternativa«. En otras palabras, se están operando mutaciones importantes en el terreno de la agencia política y no precisamente favorables a la política de partido. Estas mutaciones vienen a responder a la presión que sobre las estructuras partidistas ejerce hoy un cuerpo social sometido a una brutalidad sin precedentes y, por ende, necesitado de acelerar el propio empoderamiento y democratización consiguiente de la política.
De hecho, a la que se ha producido el gesto del notable madrileño, la movilización vecinal en el Gamonal ha venido a recordarnos que cualquier tentación por suplantar el protagonismo al movimiento está llamada de antemano al fracaso. La pequeña inmensa victoria en el Gamonal de esta semana prueba que a día de hoy la política de movimiento demuestra ser más eficaz que la política de partido y/o la política de notables en atender la articulación del interés público e incidir sobre las decisiones. ¿Es preciso recordar que en lo que va de legislatura solo la PAH ha hecho recular la mayoría absolutista del PP en clave antagonista y dentro del propio hemiciclo?
La cuestión democrática ya no está, les guste que no, en manos de notables y partidos. Poco importa por esto mismo, si Pablo Iglesias se entiende con Izquierda Anticapitalista para lograr montarse otra marca 15M más (algo así , de hecho, puede darse ya por fracasado, aunque todavía sea la fantasía inconfesa de algunos). Si estos persisten en sus propias reglas por encima de buscar reglas que institucionalicen su subsunción en la política de movimiento difícilmente llegarán a buen puerto. Queda por ver, va de suyo, que el proyecto que aspira a encabezar Pablo Iglesias se concrete en esta dirección.
Concretar el interfaz del movimiento en el gobierno representativo
Para acabar y por aquello de contribuir en positivo a la propuesta y no dejar de bosquejar por donde podrían ir los tiros, recupero aquí una lista de medidas improvisadas en el facebook. La paridad y otras cosas que van de cajón (aceptadas de hecho por cualquier partido), ni las menciono de la vergüenza que me da pensar que no pudieran proponerse:
1. Estamos en un sistema electoral con una ley y unas limitaciones. Una candidatura no puede ser cosa de que cuatro frikis tengan una lista. Si alguien (Pablo incluido) se postula debería conseguir un mínimo de 50.000/75.000 firmas
2. Si hay otrx candidatx que consiga más apoyos, va de suyo que Pablo debería retirarse.
3. Creación de oficina del diputado una vez electo para recabar iniciativas, rendir cuentas, etc. Las CUP, por ejemplo, no han hecho esto y confían a su organización de partido la mediación con la sociedad, lo que sigue siendo un error grave.
4. Referendum revocatorio del mandato a media legislatura para quienes se apunten en un censo de apoyo explícito antes de las elecciones.
5. Compromiso de no repetición de legislatura.
6. Salario por debajo de la media estatal.
7. Candidatura multipartidista (subsunción de la política de partido en la de movimiento) y núcleos de campaña asamblearios. Entiendo que lo ideal aquí sería incorporar a CUP, Partido X, Partido Pirata y todo quisque
8. El manifiesto (infumable, por cierto) es solo punto de partida programático, revisable por los comités de campaña que se vayan constituyendo, abiertamente, en todo el Estado. La deliberación democrática no conoce el status quo.
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