Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

Abr

25

Sánchez y la dualidad onda-corpúsculo


Vamos con un análisis sobre la noticia del momento que se publicó esta mañana en el Catalunya Plural. En su página web que enlazo aquí podéis consultar la versión recortada (el formato obligaba). A continuación va el texto tal cual fue escrito. Espero que os guste.
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Sánchez y la dualidad onda-corpúsculo

La dualidad onda-corpúsculo o dualidad onda-partícula es un fenómeno cuántico que se verifica empíricamente cuando las partículas siguen pautas propias de ondas en unos experimentos a la par que operan como partículas compactas y localizadas en otros. A la física clásica, tan proclive a comprender la complejidad del universo desde el método resolutivo-compositivo de la Scienza Nuova del siglo XVII, le cuesta entender lo múltiple, la escisión, la diferencia que difiere frente a la diferencia diferida; el horizonte ontológico y no óntico de la materia psíquica. Y sin embargo, desde Einstein sabemos de la limitación que esto supone.

En política esto mismo tiene su traslación, no por casualidad, en la escisión que en la teoría política se opera entre Hobbes y Spinoza. Piensa el primero desde el método resolutivo-compositivo (dividir lo real en tantas partes como sea posible para, a partir de ahí, reconstruir las leyes universales de relación entre las singularidades individuadas). Pero contrapone el segundo una visión del ser como despliegue ontológico de la materia (la natura) del que lo múltiple es protagonista y la democracia absoluta su motor imparable.

Nuestro mundo se destruye hoy sobre el absolutismo monárquico del pensar hobbesiano, luego domesticado por el liberalismo de Locke y la gramática política del individualismo posesivo. Esa precaria y aporética gramática política de la modernidad hace cuatro décadas que dejó de estar operativa. Sin embargo, frente al marco hegemónico dominante del realismo capitalista disponemos aún de una genealogía teórica otra que nos remonta a Maquiavelo vía Marx y Spinoza. Luego volveremos sobre ello, pero centrémonos antes en la crítica de lo primero.

Para poder hacer operativos y compatibles democracia y gobierno representativo –única manera de conjurarse contra el horizonte de la democracia absoluta de la multitud– los liberales temerosos del poder constituyente dedicaron todos sus esfuerzos a erigir durante los siglos XIX y XX, de Stuart Mill y Alexis de Tocqueville a John Rawls, el edificio teórico teórico del pacto de paz democrático. Se trataba de desarrollar sobre el hardware del absolutismo monárquico que encarnaba el Leviathan hobbesiano, un software apto para el acuerdo entre partes contratantes, un recurso útil a la sociedad mercantil.

A los efectos que nos ocupan, importa poco ahora si se trata del lockiano segundo tratado del gobierno civil o de su remedo rawlsiano; la teoría de la justicia fundada en el velo de la ignorancia. Lo que nos interesa destacar ahora es que sobre esas bases se erigió en el siglo XX la particular integración política de los excluidos como única solución de evitar la deriva totalitaria: frente a la exclusión a secas que el neoliberalismo ha venido recuperado desde Entreguerras, fue pensada la inclusión excluyente del welfare y la biopolítica del keynesianismo. Un equilibrio precario este, que se desmantela a partir de los años ochenta de manos del proyecto de Thatcher y Reagan que hoy vive su propia implosión.

A fin de resolver, por tanto, el problema de articulación de la democracia absoluta y el gobierno representativo, los pensadores ordoliberales de posguerra tomaron buena nota del error miniarquista que condujo al Crack del 29 y apuntaron su particular aplicación a la política de la dualidad onda-corpúsculo: onda como forma de monitoreo del antagonismo expresado por la acción colectiva, corpúsculo en el pluralismo óntico del parlamentarismo (un número abierto, pero siempre limitado a unas escasas opciones de partido por oposición a la democracia directa).

En el fondo de lo que se trata es del dispositivo metonómico sobre el que opera todo el discurso de la democracia representativa: quien gana la parte representa la totalidad. Esta parte por el todo de la democracia representativa tiene su máxima expresión en nuestro régimen en la investidura del presidente. He ahí la reductio ad unum: de la totalidad de la nación, a la ciudadanía que vota, de esta a la que obtiene representación, de esta a la que conforma la mayoría y en la cúspide: el presidente; Sánchez de apellido en estos momentos por la cortesía del gobierno representativo instaurado en 1978. Pero, ¿sigue operativa en los tiempos de las redes sociales, la inmediatez y la crisis de las representaciones?

El «kit-kat» de Sánchez

Sánchez se ha dado un respiro. Haciendo uso de una táctica desconocida por el diseño institucional, pero no por ello menos legítima, ha desplazado la política del terreno agonístico (el corpuscular) en el que gobierna al antagonista (el ondular) en el que nos encontramos desde el 15M; hoy olvidado, pero escisión en el cuerpo social que pedía una “democracia real ya”.

Pocos recuerdan también que Sánchez ha sido presidente por efecto del cortocircuito que el 15M supuso en nuestra democracia representativa. Tal vez a su pesar, llegó al gobierno al grito del «¡Sí se puede!» mediante la única moción de censura exitosa de la democracia. Aunque por sus orígenes Sánchez era un producto de la fábrica política del 78, lo cierto es que para salvar el régimen tuvo que abrir su partido (el corpúsculo) a pensar en clave constituyente (la onda). Dicho de otro modo: Sánchez fue el 15M del felipismo, la indignación de una militancia que veía cuestionado su primado y centralidad en la política española por el vertiginoso ascenso del primer Podemos.

Sánchez ganó su batalla ondular, pero lleva un tiempo tensionando más de lo que puede su batalla corpuscular. Gracias a la apropiación del espacio de la ruptura democrática por un viejo lobo hobbesiano con piel de barbie, a su izquierda solo ha quedado el agujero negro de la democracia que es el PCE y su pobre táctica de ocultación en el régimen de su derrota, de IU a Sumar. Que a su izquierda el PCE consuma todas las energías egregorianas del 15M también ha debilitado al propio Sánchez. Y ese quizá sea su mayor riesgo hoy.

Poco se ha hablado del giro estratégico del último congreso del PSOE. Bajo la máscara de la paz hobbesiana, una vez más la escisión se ha visto ofuscada por el consensualismo del 78. Ahí Sánchez se ha visto incentivado por el cierre de ciclo, aunque no tanto como piensan en el PSOE. Cierto que salió bien la jugada de Illa en 2021, tomando por asalto a Ciudadanos. Pero no menos cierto que los nacionalismos gallego y vasco le han mostrado los límites de su estrategia. El PSOE no logra restaurar sus bipartidismos.

Llegamos en esto a las elecciones catalanas y europeas, y Sánchez ha decidido repetir salto mortal. No es para menos a la vista de lo bien que le salió el 23J. En el afán restaurador del equilibro original del régimen, el PSOE no solo está logrando desmantelar hasta el último vestigio del 15M en el parlamentarismo. También está ofreciendo a Junts en Catalunya y al PP en toda España, la opción de reincorporarse al consenso constitucional que nunca debieron quebrar. A tal fin, Sánchez esta asumiendo la tarea que el PP no quiere acometer bajo el bloqueo de Ayuso a Feijóo: acabar con Vox.

¿Nueva onda para ganar o un devenir corpuscular para perder?

La pregunta llegados a este punto es si Sánchez y el PSOE disponen de margen para llevar a cabo la clausura de la anomalía salvaje del 15M o si, por el contrario, están yendo demasiado lejos en su afán restaurador. Desde el inicio de esta legislatura Sánchez ha vuelto a la vía de las políticas neoliberales. Apenas algunos guiños, pero nada que permita a la ciudadanía que soporta la multicrisis tener esperanza. Su único punto fuerte: la infamia de derecha que tenemos como elemento reordenador del tablero.

¿Pero basta con una derecha infame para ganar? La politología al uso en las filas socialistas sueña con votantes medios eléctricos. Sin embargo estos no acaban de ser suficientes en número como para hacer avanzar la restauración sobre la base de las políticas públicas que el gobierno está desplegando. A su izquierda Sumar agoniza y se desarticula como hipótesis. A su derecha, no aparece una clase media que está con el agua al cuello.

En esta tesitura, Sánchez ha querido jugar la baza ondular en el marco corpuscular. Siempre ha sido su rollo y el de su partido: desplegar el juego del espectáculo debordiano que trae consigo la política de la representación posmoderna. Pero, ¿podrá funcionar? A tal fin es fundamental que el bloque del 23J entienda su decisión. Y esta, como nos enseñó maquiavelo, es un espejo poliédrico en el que cada cual se refleja por lo que es.

Basta con acudir un momento a las redes sociales desde que saltó ayer la noticia. Saber leer la apuesta de Sánchez es un ejercicio en estos momentos de realismo político. Del mismo que hizo surgir a Podemos. Conlleva entender que para poder ejercer como corpúsculo hay que ser onda, igual que para ser onda hay que entender la política corpuscular. En juego está nada menos que si el proyecto necroliberal de sustitución del neoliberalismo en el horizonte ecofascista puede ser o no derrotado. Ahí es nada. A partir del lunes, veremos.