Raimundo Viejo Viñas

Profesor, autor, traductor, editor, ciudadano activo y mucho más.

May

16

La hipótesis democrática


Foto: Massimiliano Minocri

Ayer se cumplieron 11 años del quince. En contraste con el año pasado, tan marcado por los esfuerzos de apropiación del décimo aniversario, este ha pasado más bien sin pena ni gloria. Acaso porque en la cultura de la conmemoración sea preciso conjurarse contra los números redondos, no hubo apenas movimiento en las redes. Quizá sea un síntoma de agotamiento del acontecimiento, quizá solo la ausencia de ese imperativo de la apropiación.

Sea como sea, los escenarios políticos actuales recuerdan cada vez más a un retorno a los días anteriores al 15M, con algunos desagradables añadidos: el fracaso en la producción de una nueva institucionalidad, la presencia de una extrema derecha y cuanto favorece hoy el refuerzo del horizonte mental de la razón cínica del realismo capitalista: «There Is No Alternative«.

Bajo la añoranza del retorno a los buenos tiempos del régimen del 78, nada mejor que poder presentar la indignación como tal; como una rabia legítima, pero pasajera; como una anomalía finalmente superada por aquel «retour à la normale», que señalaba la cartelería del 68. La ideología, siempre invisible en sus expresiones más acabadas vuelve hoy a recuperar terreno perdido. Las ciencias sociales, aprovechando el aura de «objetividad» que les es atribuida, vuelven también donde estaban antes del 15M.

¿Un problema de hegemonía de la izquierda?

Sin ir más lejos, ayer leía el siguiente artículo en InfoLibre. Se trata de un análisis correcto bajo sus propias premisas. Pero para quienes hemos vivido la última década en primera línea no deja de producir fuertes disonancias cognitivas. Ayer intenté explicarme con un breve hilo de tuits y por mi canal de Telegram, pero la insatisfacción y la petición de un par de lectores me anima a volver a exponer mis observaciones por aquí con algo más de detenimiento.

En primer lugar, insisto en valorar positivamente el artículo por su adecuación a sus premisas. Sin embargo, son estas las que entiendo favorecen el problema que diagnostican; algo que el científico positivista no entenderá como asunto suyo (el habitual subterfugio «solo me limito a analizar los datos»).

Lo curioso en el artículo es que el propio autor se responde y cuestiona con la mera exposición de datos. Resulta inevitable por el carácter ilocucionario del discurso: al optar por un marco interpretativo (frame) y no por otro, el análisis se sitúa ya en un terreno donde solo se puede obtener una respuesta que se conoce de antemano.

Si el marco interpretativo es la «hegemonía de la izquierda», la respuesta es inevitable: ya no existe, se ha perdido. Los datos lo confirman de forma contundente como se puede leer a lo largo del artículo. Así queda dicho:

«Según el promedio de encuestas, el bloque de la izquierda, configurada por el Partido Socialista, Por Andalucía y Adelante Andalucía, sumaría hoy el 40% de los votos, cinco puntos por debajo del resultado en las pasadas elecciones autonómicas y a ocho puntos de lo cosechado en las elecciones generales de noviembre de 2019 en esta misma región

Y así se visualiza sin mayor dificultad:

Conviene insistir: bajo el marco interpretativo supuesto, la validación empírica «es la que es». ¿Pero tiene que ser necesariamente así? ¿Está la política andaluza abocada a validar la renovación de un gobierno de derecha por la pérdida de hegemonía de la izquierda? ¿Son irreversibles los resultados que, en consecuencia, están anunciando las encuestas?

En mi artículo de CTXT apuntaba las claves de una lectura diferente; a saber: enmarcar la crisis del bipartidismo como parte de la crisis del régimen del 78 que inaugura el 15M y no confiar el análisis a la sustitución del bipartidismo del PSOE y el PP por los bloques izquierda y derecha (de suerte tal que se subsuman bajo el protagonismo de los dos grandes partidos dinámicas que se quieren invisibilizar por razones ideológicas). En otras palabras: no apostar por la vigencia del alineamiento preferencial del régimen en lugar de entender que es este mismo el que está en crisis y se manifiesta en los resultados del bipartidismo.

Cuestión de genealogías

El artículo de Endika Núñez resulta interesante por múltiples motivos. Uno de ellos comparte un supuesto metodológico del que yo mismo partía: para entender que está pasando hay que abrir el marco temporal del análisis. En mi planteamiento de la cuestión, esto se articulaba como un apunte genealógico del sistema de partidos. Lo resumo a continuación en un par de párrafos.

La genealogía que planteaba se remonta a la instauración del régimen (1976-1982) para constatar que el bipartidismo moderado por nacionalismos conservadores (radiografía de la constitución material del Desarrollismo) estaba ya in nuce en la propuesta constitucional del 78, si bien había tardado en llevarse a cabo. El golpe de Estado del 23F, el éxito inapelable del PSOE en el 82 y el desmoronamiento de la UCD como partido del régimen saliente habían demorado hasta 1989 la configuración del bipartidismo de PSOE y PP.

Pero aquel mismo año, caía el Muro de Berlín, el neoliberalismo imponía los marcos mentales del realismo capitalista y la globalización alteraba las bases materiales del régimen del 78 hasta hacerlo inviable. Ese divorcio entre las constituciones material y formal encontró su expresión en el 15M y la quiebra del bipartidismo. A partir de ahí vendrían unos años de infarto que acabarían perdiendo su impulso constituyente a medida en que regresase la reactivación del marco interpretativo izquierda/derecha (el mismo del artículo de Núñez).

Y si en lugar de la hegemonía de la izquierda analizásemos la del bipartidismo

Optar por el marco «hegemonía de la izquierda» o el marco «ruptura democrática del 15M» tiene consecuencias por los cursos de acción a los que da lugar. Lo interesante de optar por el segundo, radica en mostrar varias cosas que no son tan evidentes. Señalo cuatro:

1) no hay ninguna teleología que aboque al bipartidismo, hay autonomía de la política. El bipartidismo, de hecho, solo ha cubierto la mitad del tiempo que lleva en vigor el régimen del 78, habiendo sido también un sistema de partido dominante y el actual pluripartidismo el resto del tiempo. Incluso si el bipartidismo responde mejor al diseño por defecto del régimen del 78 no es un destino inevitable.

2) la extensión de los resultados del PP y el PSOE a derecha e izquierda solo es válida si el resto de partidos se alinea en dicho eje. Que Iglesias condujese Podemos a la izquierda en Vistalegre II o Rivera Ciudadanos a la derecha con la foto de Colón no fueron destinos inevitables, sino decisiones políticas. Que ahora Yolanda Díaz e Inés Arrimadas lo intenten enmendar (y puedan) está por ver. Pero en todo caso todavía existen decisiones políticas por tomar que pueden cambiar la crónica del regreso anunciado al bipartidismo.

3) Si se desplaza el análisis del eje izquierda/derecha al eje bipartidismo/pluralismo (régimen del 78 versus «democracia real ya») es cuando se abre el campo político al terreno de los posibles. Sucede así, como señalaba en el artículo de CTXT, que el bipartidismo sigue muy lejos de reconstruir su hegemonía (esta sí que sería una hegemonía efectiva, por cierto, y no la de la izquierda).

4) Los distintos resultados autonómicos previos de Madrid y Castilla y León muestran ya eventuales variantes diferentes a la bipartidista: Madrid sería la del partido dominante (el PP de Ayuso) y la de Castilla y León la del pluralismo polarizado (el PP de Mañueco con la entrada de Vox, las candidaturas de la España vaciada, etc.). El 19J en Andalucía mostrará seguramente una tercera variante, pendiente de ser concretada según vaya la campaña.

La anomalía del 15M en Andalucía: las elecciones del 2015

Observemos ahora el gráfico que, según Núñez, se supone que avala el fin de la hegemonía de la izquierda. Me permito señalar dos factores de interés:

Sin entrar a valorar la cuestión de la calidad de los datos, que creo se puede dar por correcta, lo interesante es no pasar por alto el contraste de lo sucedido en 2015, esto es, en las primeras elecciones andaluzas en las que e presentaron las candidaturas de la ruptura democrática que marcaba el fin del bipartidismo. En aquella circunstancia que señala el pico inesperado se produjo una cesura para cuestionar la tendencia que ahora se viene a validar (y que el marco interpretativo «hegemonía de la izquierda» pretende volver a velar): la irrupción del primer Podemos pateaba el tablero del 78 en clave progresista y democratizadora, abriendo otro horizonte.

En contraste con 2015, pero en perfecta coherencia con la tendencia precedente y los augurios de las encuestas, el pronóstico en clave de marco interpretativo de la izquierda aboca a un hundimiento que favorece al PP y a Vox, esto es, a una deriva siempre más a la derecha. No es casual que llegado a este punto se haga pertinente recordar la lectura que se hizo del resultado de las elecciones de 2018 y sus efectos.

¿Recordamos aquel «alerta antifascista» con que Iglesias recibió la irrupción de Vox? Tras semanas de agitación mediática de precampaña y campaña sobredimensionando la extrema derecha, al final se realizó la profecía autocumplida y Vox, no solo logró un resultado de impacto, sino que, además, lo consolidó tan pronto se fijó el significante «antifascista» como marco interpretar del resultado. El desplazamiento reaccionario impulsado por el contramovimiento encontraba el camino abierto al crecimiento de Vox que seguiría hasta la actualidad.

Is there an Alternative?

Nada obliga a que las encuestas se conviertan en una profecía autocumplida. Pero está claro que su carácter performativo, aunado a los errores de virtù maquiaveliana, muestran que PP y Vox no van por mal camino. La cuestión ahora está en el tejado de una izquierda que tiene que ser consciente de que para ganar tiene que dejar de serlo y encarnarse en la institucionalidad que se quedó por el camino.

Ahí, me temo, no son buenas las noticias. Lejos de cogerse el toro por los cuernos, esto es, de retomarse el reto de producir la institucionalidad más democrática que reclamaban lemas como «no nos representan», «democracia real ya» o «sí se puede», Díaz ha decidido ponerse perfil con su proyecto personal librando el resultado del 19J a lo que buenamente se pueda hacer con el lastre de una legislatura perdida (2018-2022).

El partido socialista, congénitamente bipartidista, se apresta ya a leer los resultados como su confirmación en el puesto de polo alternante. Al igual que antes en Madrid (donde le salió mal) y en Castilla y León (donde le salió menos mal) confía que si conserva el puesto alternante se le abre un doble escenario de cara a las próximas convocatorias: por un lado, esperar que la presencia de Vox y el miedo que inspire el marco interpretativo «fascismo» le permita conservar un tiempo el poder; por otro, esperar que si gana el PP, el reordenamiento en el eje izquierda/derecha acabará con los  competidores dentro del bloque de investidura y podrá aspirar en el medio plazo a recuperar la posición del bipartidismo.

En definitiva, una década después del 15M, su mandato sigue activo, pero su realización está pendiente. A juzgar por la evolución reciente del campo de la ruptura democrática que opera en el terreno del gobierno representativo (el 15M siempre ha sido y es política de movimiento, no política de partido) no parece que vaya a haber el imprescindible impulso participativo. Antes bien, lo sucedido con la candidatura de Por Andalucía augura que la reactivación top-down de la hipótesis democrática no va a estar exenta del permanente ruido de filtraciones, bots y tertulianos que caracteriza la infoesfera actual.